“Vengo luchando sola hace seis años”. Carolina Monteros tiene 26 años. Cuando tenía 19 fue víctima de una violación perpetuada por dos personas. Durante seis años vivió con temor a las represalias por haber denunciado, con vergüenza y miedo. La causa fue elevada a juicio y, con fortaleza y convicción, logró superar el miedo para contar su historia. Álvaro Rodríguez y Franco Trapani, de 34 y 33 años, están imputados por “abuso sexual con acceso carnal agravado por haber sido cometido por dos personas”. Enfrentan una pena de entre ocho a veinte años de prisión.
Este artículo fue publicado originalmente por Milagro Mariona en La Nota
El 3 de julio de 2016 Carolina salió a bailar con una amiga al boliche Lancaster, en la ciudad de Tafí Viejo. A la salida, Carolina no recuerda cómo terminó en el auto de Franco Trapani, un chico de 27 años, quien era familiar de su novio de aquel momento y con quien había compartido en varias oportunidades eventos familiares.
“Me sentía rara, estaba un poco alcoholizada, tenía destellos de lucidez”, relata Carolina sobre esa noche. Pensaba que la iban a dejar en su casa. “En el camino, él hablaba con alguien por teléfono y después me doy vuelta y veo que se había subido Rodriguez”. Trapani condujo hasta la casa de sus padres, “un predio grande y descampado que se encuentra más alejado de la ciudad”, describe la joven.
El ingreso a esa casa quedó registrado en las cámaras de seguridad que fueron obtenidas a través de un allanamiento.
Dentro de la casa, Carolina denunció que fue violada por ambas personas, que se turnaban. Que ella lloraba, que les pedía que por favor se detuvieran. Recién horas después pudo reincorporarse, los amenazó con sacarles fotos si no la dejaban ir. Se subieron al auto y la dejaron en la esquina de su casa.
En 2016 los abusos sexuales continuaban siendo tema tabú. Aún estaba instalado el silencio como mecanismo de autodefensa, ante una justicia lerda y revictimizante, y ante una sociedad que condenaba a las víctimas. A Carolina le costó poner en palabras lo que había vivido. Sabía que había sido una situación violenta y en contra de su voluntad. Hablar con sus amigas, relatarles lo que vivió, ver las marcas en su cuerpo. Su cabeza hizo un click y entendió lo que había vivido y por que la angustia no la dejaba dormir tranquila.
El imaginario alrededor de las violaciones y los abusos sexuales que hace algunos años circulaba tenía que ver con escenas hollywoodenses, donde una mujer era atacada por un desconocido en un callejón oscuro. Hoy, las estadísticas dan cuenta que en el mayor porcentaje de los casos, los victimarios son personas conocidas de las víctimas.
Acompañada de un abogado conocido de su hermana, a los tres días de lo sucedido, fue a comisaría de Los Pocitos a radicar la denuncia. La joven, que en ese momento tenía 19 años, relata que luego recibió amenazas por parte de la familia de uno de los jóvenes, una familia con poder económico vinculada a la producción citrícola. Si no ratificaba la denuncia ellos iban a olvidar todo el malestar que les estaba causando, pero que si seguía adelante, le iban a hacer una contradenunciase, encargarían de que nunca consiguiera un trabajo, y si conseguía, le iban a embargar todo.
Tafí Viejo es una ciudad que en los últimos años tuvo un gran crecimiento. Se caracteriza por producción de limones, una industria pujante que creció casi un 76%, el limón que se cosecha en Argentina se exporta a Estados Unidos, Europa y China. Trapani es una reconocida empresa dedicada a la industria del limón.
Luego llegó el momento de la ratificación. El padre de Carolina estaba saliendo de un cáncer, su familia con miedo ante las amenazas que manifestó haber recibido. Su incertidumbre era muy grande. Pero la certeza de que necesitaba seguir adelante con su búsqueda de justicia era más fuerte.
“Tuve desamparo del Estado, acudí con las pocas fuerzas que tenía y mucha incertidumbre a una oficina que había abierto el Gobierno para mujeres, pero no me dieron contención ni asesoramiento. Ni en ese momento ni en estos seis años”, apunta Carolina. Ese mismo año, la Legislatura de Tucumán había declarado la emergencia por violencia contra la mujer con los objetivos de “revertir el número de víctimas, reforzar la política preventiva en la materia, y optimizar los recursos del Estado en la lucha contra este grave flagelo social”.
Carolina recuerda sus marcas en el cuerpo. El médico forense que le realizó las pericias médicas le dijo que en 21 días iban a desaparecer, pero ese recordatorio del horror que había vivido estuvo presente en su piel durante cuatro meses.
Además de las pericias ginecológicas, también le hicieron una pericia psicológica, porque cuando una mujer denuncia que la atacaron y la violaron una de las primeras acciones legales que el Poder Judicial realiza es una pericia psicológica y física, para ver si no está mintiendo. Esa pericia, además, probó que se encontraba con estrés postraumático. Entregó la ropa que había usado ese día y un celular. La causa recayó en la Fiscalía de Instrucción en lo Penal de la V Nominación de Washington Navarro Dávila, con tan mala “suerte” que a los pocos días entraron a robar y se llevaron el celular que ella había aportado como prueba con un foto que había logrado sacar esa madrugada.
Cada una de las pruebas fueron cayendo a cuentagotas, al igual que la citación a los testigos. La causa quedó estancada, durmiendo en algún cajón por al menos cuatro años.
Mientras, la vida de Carolina se transformaba lentamente. Entró en un pozo depresivo que la llevó a estar internada en dos oportunidades: “Estuve un año sin salir, fines de semana enteros encerrada en mi casa. Intenté empezar la facultad, hacía lo que podía. Pero tenía un dolor en el alma muy grande. Mi familia no entendía, mi entorno no entendía. Me sentaba sola a ver las estrellas, sin saber dónde estaba mi causa, ni que iba a pasar.”
Cuando le dieron el alta la primera vez que estuvo internada no quería volver a Tafí Viejo. “Sentía rechazo, les pedía por favor que me dejen quedar. Siempre aparece el apellido de ellos, hay una camioneta que siempre está en la ciudad que tiene su nombre. Y lo veo y me acuerdo.”
Fue estando internada que decidió juntar fuerzas para seguir con la causa. Empezó a buscar un representante legal ya que no tenía abogado y su causa, con la sola voluntad de la fiscalía, no avanzaba. Conoció a otra chica que también había sido abusada por la pareja de la madre entre los 9 y 11 años. “Ella me ayudaba mucho en ese momento, entre las dos nos ayudábamos. Teníamos la misma edad pero ella tenía más fuerza que yo”.
Otra chica que estaba internada tenía una hermana abogada. “Mi hermana te puede ayudar”, le dijo. Si bien no prosperó, logró darle un impulso a la causa. Finalmente, en octubre de 2021 llegó hasta el abogado José Ignacio Ferrari, quien asumió la querella, por recomendación de una de las psicólogas que la atendían en la clínica.
En un mes, la Justicia los citó a declarar en calidad de imputados a Trapani y Rodríguez, se pidió restricción de acercamiento y prohibición de salir del país. Hoy Trapani, aún imputado y con la elevación a juicio, le otorgaron el cese de la prohibición de salir del país. Ambos están imputados por el delito de abuso sexual con acceso carnal, agravado por haber sido cometido por dos personas. En dos oportunidades fueron negados los pedidos de sobreseimiento.
Durante años vivió con miedo de que las amenazas se conviertan en realidad. “Imaginate vivir con miedo y con todas esas incertidumbres. Más el silencio y el ultraje de mi cuerpo y mi alma”, dice Carolina con la voz firme. “No me quedo quieta. Tengo mucho estrés, a veces siento que mi cerebro se va a desconectar, sin embargo junto un poquito de fuerza y sigo. Siempre estoy tratando de formar redes”.
“Hacer esto público es para mí una cuestión personal, pero también social. Estoy cansada de escuchar situaciones de violencia, de violaciones. Mi amiga que conocí estando internada se suicidó hace un mes atrás. Fue abusada a los 9 añitos. Esto nos pasa a todas”.
Esta semana se cumplieron 4 años desde que Thelma Fardín hizo pública la denuncia contra Juan Darthes. El fenómeno se apoderó de las redes sociales y marcó un punto de inflexión en la lucha contra la violencia de género. Luego de que Thelma rompiera el silencio las llamadas a la Línes contra el abuso sexual infantil aumentaron un 1200% y las llamadas a la Línea 144 aumentaron en un 123%.
En su libro El arte de no callar, Thelma escribió: “¿Por qué yo necesité hacer la denuncia con la contundencia con que la hice? Porque había que intentar romper algo que siempre pareció indestructible. Una muralla gigante para las víctimas, invisible para la sociedad. Invisible hasta ahora. Porque había que golpear y quebrar algo instalado, siniestro, dañino y naturalizado. Porque un día vi claramente los hilos, negros, que amenazaban a mujeres que fueron más valientes de lo que yo había sido hasta ese momento. (…) ¿Cómo no indignarse viendo esa amenaza tácita para todas aquellas que aún no habíamos hablado? Un ataque por contar que fuiste atacada”.
Carolina es de esas valientes que incluso, dos años antes de que la sociedad abriera los ojos ante la realidad cruda y tajante de la violencia sexual, se animó a denunciar.
La violencia sexual es transversal a todas las identidades feminizadas. Más o menos violentas, un conocido, o un desconocido. En tu casa o en la vía pública. Con o sin denuncias. De una u otra manera, cada una logra resolverlo mentalmente, pero a todas les modifica el rumbo de sus vidas. Llegar a juicio oral, luego de tanta espera, ayudará a cerrar un largo y doloroso capítulo de su historia que venía cargando sola. Hoy para Carolina poder hablar significa una parte de esa reparación.