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Hija, soy lesbiana

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El día de la visibilidad lésbica se conmemora en nuestro país desde 2010. Cada 7 de marzo se recuerda así el lesbicidio de Natalia “La Pepa” Gaitán, asesinada por Daniel Torres. Su muerte fue el último gesto de violencia de una sociedad que castigó su amor y deseo por otras mujeres, pero principalmente un gesto aleccionador sobre la identidad construida por fuera de lo esperado: la heterosexualidad. El “7M” se transformó en una efeméride para promover la visibilización de las identidades lésbicas en toda su diversidad. 

Dentro del universo de estas identidades existen las que construyeron familias en el marco de la heterosexualidad —aunque no siempre respondiendo a los parámetros esperados de mujer— para luego experimentar el lesbianismo de distintas maneras. ¿Qué implica asumirse lesbiana siendo madre? ¿Qué temores involucra? ¿Cómo se construye la maternidad por fuera de las lógicas heterosexuales? ¿Cuáles son los principales miedos que surgen en un contexto de lesboodio y ataque a las lesbianas? 

En Feminacida dialogamos con Barbara Bilbao, docente, licenciada y doctora en Comunicación, para pensar en la identidad lesbiana más allá de la orientación sexual. Reflexionamos con Barbi Recanati, productora y música de rock acerca de la estigmatización de las lesbianas y las maternidades lésbicas, y el rol de las lesbianas en la escena musical. Además, conversamos con Gabriela, Claudia y Julieta, tres mujeres madres que se animaron a explorar el deseo y el amor por otras mujeres incluso después de haber transitado su primera juventud en épocas en las cuales “lesbiana” era mala palabra. 

No se nace lesbiana 

Cuarenta años pasaron desde que Gabi, que ronda los 50, se cruzó con sus primeras lesbianas. Una de ellas fue la prima, a quien su marido encontró en la cama con otra mujer. “Se quedaron juntas para toda la vida, se la bancó”, destacó al recordar la anécdota. “Y había que bancar quedarse acá”, repone Claudia, contemporánea y amiga de Gabi. Junto con Julieta, las tres pasan las cinco décadas, tienen hijos y una familia construida previamente a vivir historias de amor con otras mujeres. 

En sus infancias y adolescencias, la palabra lesbiana remitía a una mujer que se relacionaba con otra sexoafectivamente. Además de estar ligada al estereotipo de mujer masculina, cargaba con una connotación negativa marcada por la estigmatización y patologización —similar a la que se encuentra desde el oficialismo y las derechas mundiales intentan instalar hoy día.

A principios de los años 90, Ilse Fuskova, militante y activista lesbiana y por los derechos LGBTTINBQ+, explicaba frente a la llamada de una televidente —en TV abierta durante el programa de Mauro Viale— que la Organización Mundial de la Salud había borrado a la homosexualidad de su lista de patologias. A pesar de los argumentos, Ilse no logró persuadir a la mujer que insistió: “Yo pienso que es una enfermedad”. Frente a esta idea, arraigada todavía en el sentido común de la sociedad, y sumado en décadas anteriores a la persecución durante las dictaduras, el exilio fue el único destino posible para muchas lesbianas. Por lo tanto, no es difícil sino imposible referirse a la identidad lésbica sin mencionar este aspecto de su historia. 

Bárbara Bilbao, docente y comunicadora, nacida en los ‘80, recuerda que una de las primeras lesbianas en su vida fue Cecilia, una amiga de su tía. Ella participaba de reuniones familiares cuando les visitaba desde Estados Unidos. “Hubo personas que  para poder vivir su sexualidad en dictadura tuvieron que exiliarse. Vivir en culturas en ese momento menos conservadoras”, recuerda que su tía le contó que su amiga era una de esas personas.  

Ya corriendo la primera década de los 2000, personas como Claudia se animaban a darle lugar a las preguntas que se habían abierto en su juventud. Cuenta que hasta sus 18 no sabía ni siquiera que estaba en sus posibilidades estar con una mujer, hasta que alguien le compartió la sospecha de que su mejor amiga gustaba de ella o de su novio. “Yo dije ‘ah, ¿se podía?’”, bromea al respecto. Y entrado en el nuevo milenio, a sus treinta y pocos, comenzó una relación con una mujer con la que además convivió. Para ese entonces ya era madre hace una década.


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A sus padres les costó unas pocas fiestas y cumpleaños para volver a compartir después de enterarse. Con su hija, de entre 8 y 10 años en aquel momento, la decisión fue contar a medida que preguntaba. “Ella estaba chocha”, recuerda Claudia del día que finalmente terminó de saber, pero “el problema fue cuando lo contó en el colegio”. No fueron amigas sino padres de amigas de su hija quienes más afectados se sintieron. Con el tiempo le pidieron perdón. 

Para Gabi y Julieta, Claudia fue referencia, la primera mujer que entablaba una relación con otra mujer sin esconderse. “Claudia fue la primera que conocí que rompiera con el estereotipo de lesbiana masculina que preponderaba. Además era la única madre”, le confiesa. 

La visibilidad se trata de reconocerse en los pares y encontrar huellas, así como también la posibilidad de ser que aparece en figuras públicas que se animan a mostrarse, mujer contra mujer, y musicalizan los amores incorrectos. Así es que en la conversación no tardan en surgir los nombres de Marilina Ross y Sandra Mihanovich.

El hogar, espacio de contención amenazado 

Los espacios de contención y de creación de comunidad fueron y son esenciales para lesbianas e identidades no binarias. Las lesbianas y mujeres lesbianas con las que dialogó este medio lo destacan. Sus historias giran en torno al deporte, el arte y la amistad, y las familias que construyeron, este último un espacio amenazado. 

Cuando trascendió la noticia del triple lesbicidio en Barracas, en mayo del año pasado, diferentes militantes y personas relacionadas al colectivo LGBTTINBQ+ ya advertían las posibles consecuencias de los discursos de odio en la realidad cotidiana de las personas. Luego se visibilizaron casos como los de Cañuelas, donde un hombre incendió la casa de una familia de dos lesbianas y su hija de 5 años; y el ataque a una militante lesbiana en Salta. En este caso, cuenta Agencia Presentes que “Juan Marcelo Córdoba ingresó a la casa de Mariana Oliver mientras ella dormía. Quiso asfixiarla con una almohada y cuando ella se despertó le clavó siete puñaladas. La hija adolescente de Mariana y ella lograron apartarlo y el hombre huyó. Luego fue apresado”. 

En Argentina, como en varios países del mundo, el propio presidente es el que alimenta la exclusión y promueve el exterminio —en sus propias palabras— de todo aquel que adhiera a lo que él señala como “ideología de género”. Este concepto es un recipiente al que las ideas fascistas como las que difunde Javier Milei arrojan todo concepto que se explique por fuera del biologicismo, y toda identidad que escape al binomio hombre-mujer. Es así como la ESI, la identidad de género, la orientación sexual, el no binarismo forman parte de la construcción de eso que amenaza la libertad, eso a lo cual se pretende aniquilar. Además, las políticas económicas de esta vieja pero nueva propuesta neoliberal profundizan el empobrecimiento de los sectores marginados, cerrando el círculo de violencia y remarcando la exclusión.  

“En casos recientes se observa cómo esa conducta empieza a construir estadística, no son casos aislados ni son locos. Acá se está definiendo un tipo de odio. Se busca el disciplinamiento. Finalmente además la analogía del fuego, de quemar mujeres, parecido a la figura de la bruja en la inquisición”, piensa Bárbara Bilbao, que es madre de una adolescente y docente de jóvenes en los primeros años en la universidades de Quilmes y La Plata, además de estudiosa de fenómenos sociales dentro de las Ciencias de la Comunicación. 

Para Bárbara, la casa es un espacio fundamental, pero es la escuela es dónde niñeces y adolescentes forjan su empatía por el resto. Asegura que mandar a su hija a la escuela pública fue una decisión política porque es una institución que reúne distintas realidades y, de esta manera, construye espacios más plurales y diversos, contrario a las burbujas individualistas que se configuran en redes sociales e internet. 

Crianza lesbiana

Bilbao y Recanati coinciden en que la identidad lesbiana excede a la mera orientación sexual. “Cualquiera sea tu identidad de género, la convivencia dentro del lesbianismo habla de una forma de mirar el mundo”, asegura la primera. Para ella, el lesbianismo es una forma de habitar el mundo,  de posicionarse en un lugar de reflexión frente a la heteronorma. En este posicionamiento, los vínculos amorosos, afectivos, intelectuales y políticos entre identidades lésbicas además discuten la reproducción como norma dentro de los cuerpos con útero. 

Esta manera de habitar el mundo es sin dudas trasladada a la crianza de las niñeces y adolescencias, hijas de identidades fugadas de la heterosexualidad. En ese sentido, Barbi Recanati cuenta cómo cuestiona lógicas de crianza heterosexuales normalizadas y propone alternativas en la crianza de su hijo de ocho años. “Me parece importante, por ejemplo, destacar que el volumen de la voz no es una jerarquía en la discusión. Si él ve que yo cada vez que me enojo le grito va a ser un tipo de grande que le grite a la gente. Esas cosas veo y pienso: ‘Che, estoy criando a un chabón, tengo esta posibilidad de que mi hijo sepa que hay otras maneras de ganar una discusión, de enojarse, de expresarse’”, cuenta, y agrega: “Le pregunto mucho a mi hijo, cuando está triste, si tiene ganas de llorar. Hablamos de lo natural que es estar triste, frustrarse. Trabajamos mucho el tema de no ser los mejores, no tener que sentir que siempre hay alguien peor o mejor. Pequeñas cosas que siento que están muy dentro de nuestro día a día”. 


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Construir visibilidad

Además de la maternidad, quienes aportaron sus historias y reflexiones a este texto comparten espacios como el arte y el deporte, donde las identidades lésbicas lograron construir comunidades. Sin embargo, no se puede dejar de mencionar cómo en la vía pública, que nunca terminó de ser un espacio seguro, también crece la hostilidad.

“Hay una situación de persecución social muy grande y muy violenta. A veces te da impresión saber que estás en una situación de puro amor en el parque con tu hijo y con tu pareja y tal vez hay una persona al lado que está mirando como si fuéramos unas enfermas, retorcidas”, resume Barbi Recanati, que destaca el incremento de mensajes donde la acusan de asesina después de la difusión mediática del asesinato de Lucio Dupuy. “Ese caso fue un estigma muy grande para la maternidad entre lesbianas, por razones que para nosotras son obvias, pero para el resto de la sociedad no. Tener un hijo de 8 años en este momento como lesbiana trae esa carga horrible de que otros sientan que tienen la libertad de estigmatizarte y decirte que sos una asesina. Es un horror que hayan convertido la muerte de un nene en la forma de discriminar a una comunidad, es siniestro. Si tenemos que hablar de estadísticas es al revés, todos los días un tipo mata a su pareja y cuando vos vas por la calle no ves a cualquier hombre que va como un potencial asesino de su hijo o su familia”.

 Frente a la estigmatización que da lugar a la patologización y criminalización de las identidades lésbicas —y de las maricas, travestis, no binaries— promovidas por jefes de Estado y dueños de medios de comunicación, entre otros personajes, profundizar la visibilidad es una responsabilidad política de todos los espacios críticos de las ideas fascistas que circulan cada vez con más fuerza. 

 En ese sentido es imprescindible la acción de desmenuzar historias que den cuenta la configuración de estas identidades no heterosexuales y el compromiso de defender herramientas como la Ley de Identidad de Género y la Ley de Educación Sexual Integral, pilares para el fortalecimiento de los derechos de todas las personas que componen la sociedad, en especial las niñeces y adolescencias. 

Promover la visibilidad para que ninguna lesbiana tenga el destino al que empujaron a la Pepa Gaitán, y para que los hogares conformados por identidades lésbicas conserven la seguridad que construyeron y no se vean amenazados por vecinos envalentonados contagiados de odio.  



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