Periodistas, fundaciones y dirigentes libertarios criticaron la colección de libros del programa “Identidades bonaerenses” porque algunas de sus novelas, distribuidas en bibliotecas escolares, contienen escenas sexuales explícitas. La polémica escaló al punto tal de que el ministro de Educación bonaerense fue denunciado penalmente. En esta nota de opinión, Solana Camaño, co-directora de Feminacida y docente de Comunicación en el nivel medio y superior, reivindica la enseñanza de la ficción en la escuela: “El trabajo estético sobre el lenguaje es todo lo contrario a la pornografía”.
La literatura es un viaje inútil. Como dice Camila Sosa Villada, quien escribe ofrece algo al mundo con la incertidumbre de no saber por qué, para quién y si algo de eso puede ser útil para los demás. “Se sabe que nunca podrán poetas ni actrices ser útiles a ningún orden, a ningún uso doméstico. No se nos precisa en la cadena, somos apenas portadoras de la magia. Y la magia no siempre es bienvenida”.
Claro que no lo es. La semana pasada hubo acusaciones de periodistas, fundaciones, familias y funcionarios libertarios a la distribución de libros “con contenido sexual explícito” en escuelas secundarias, bibliotecas e institutos de formación docente de la provincia de Buenos Aires. Cometierra de Dolores Reyes o Las primas de Aurora Venturini son algunos de los títulos que integran la colección “Identidades bonaerenses”. Es la primera vez que la Provincia hace una compra tan importante de libros en el afán de promover el derecho a la educación y, más específicamente, a la lectura. Pero la controversia escaló a alturas absurdas: el director General de Cultura y Educación Alberto Sileoni fue denunciado penalmente por la Fundación Natalio Morelli por “abuso de autoridad y corrupción de menores”.
“Identidades bonaerenses” reúne diversas obras que se identifican con el territorio de la provincia de Buenos Aires en su heterogeneidad de aspectos geográficos, culturales y simbólicos. Los textos, dirigidos a los últimos años de la secundaria y a adultos, no son de lectura obligatoria. Llegan a las instituciones educativas acompañados de una guía con la síntesis de cada uno y, en algunos casos, con la leyenda “requiere acompañamiento docente”.
Hay profesores y profesoras que deciden evitar la lectura de ciertos párrafos en clase. Hay otros que prefieren leerlos, precisamente, para no generar misterio o darles entidad. Y están los que se ahorrarían cualquier problema optando por otras novelas para trabajar contenidos similares. Todas, decisiones que los y las docentes tomamos día a día, como tantas otras, combinando criterios pedagógicos y pragmáticos productos de la experiencia en el trabajo cotidiano y situado con adolescentes y de un saber profesional en torno a la enseñanza.
En cualquier caso, la polémica generada por las escenas sexuales en algunas de las novelas da cuenta de una serie de lugares comunes en torno al rol de la escuela, las adolescencias, la sexualidad y –sobre todo– a la literatura que es preciso desmontar o al menos interrogar.
—Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla y a nalga pelada denle verga, bien atado sobre la mesa.
El diálogo pertenece a la última parte de El matadero, cuento de Esteban Echeverría fundante de la literatura argentina. Se trata de una escena de tortura sexual que se lee desde hace décadas en la escuela secundaria, como tantos otros textos que los docentes trabajan bajo un encuadre pedagógico que analiza procedimientos estéticos, explicita condiciones de producción de los textos y los hace dialogar con el contexto histórico o con otras obras. ¿Por qué, entonces, tanto revuelo con pasajes eróticos en novelas contemporáneas de mujeres que de ninguna manera pueden reducirse a un par de párrafos?
Sería mucho más enriquecedor escuchar a profes de Literatura debatir en qué medida Cometierra permite abordar el realismo mágico como género –u otros contenidos curriculares del área– mejor o peor que otras novelas que inmiscuirse en miradas moralistas en torno la representación de los cuerpos y las sexualidades en la historia. Me interesa la pregunta sobre si es preferible priorizar la enseñanza del canon literario para una generación que tal vez no acceda a clásicos si no es en la escuela, o promover lecturas nuevas cuyas tramas, territorios y personajes resulten más cercanos y atrapantes para los estudiantes. La discusión, en todo caso, es literaria y pedagógica (si de Didáctica de la Literatura se trata).
De hecho, algunos de los libros bonaerenses que son objeto de debate no forman parte de la colección de ESI distribuida en las bibliotecas escolares, también cuestionada por los sectores más reaccionarios. Su encuadre es literario. Cometierra o Las primas son novelas que pueden generar conversaciones muy valiosas y necesarias en torno a la violencia de género, a los abusos sexuales y a las relaciones de poder. Pero son, antes que nada, obras artísticas.
La literatura implica un trabajo estético y figurado sobre el lenguaje, sentidos escurridizos y equívocos que escapan a la mayor parte de los intentos de categorización. Por eso, una escena sexual narrada con talento jamás podría ser pornografía: pertenece a un campo directamente antagónico a cualquier contenido que tienda a objetivar, estereotipar y reducir la complejidad de la experiencia humana a mera literalidad.
A pesar de quienes sostienen que no hay que enseñar ficción en la escuela, la posibilidad de evocar un más allá de lo inmediato, de imaginar y representar otros mundos posibles a través de las palabras es asunto curricular desde los inicios de la tradición escolar. Pero tal vez se vuelva aún más necesario en tiempos algorítmicos, de producción saturada y codificada de contenidos digitales que reducen el lenguaje a plena repetición e instrumento. No será magia, pero se parece bastante.