Tras casi dos décadas, el femicidio de Otoño Uriarte, una joven de 16 años secuestrada y hallada sin vida en la localidad de Fernández Oro en 2006, se encamina lentamente hacia el juicio. A partir de la última audiencia, esta crónica narra la historia uno de los casos de violencia de género sin resolver más resonantes de la provincia de Río Negro, donde se conjugan la sospecha de trata de personas y la complicidad policial.
En las paredes de la Oficina Judicial de Cipolletti hay fotos de chicas que sonríen en un tiempo en el que todavía vivían. Agustina, Patricia, Daniela. Están impresas en blanco y negro y pegadas con engrudo, rodeadas de flores amarillas recortadas en cartulina. Son las fotos de los femicidios del valle de Río Negro y, entre ellas, está Otoño Uriarte. Su rostro apenas se ve en el papel gastado por el tiempo, pero su nombre sigue intacto.
Es miércoles 31 de julio de 2024 y en esa Oficina, donde pasaron tantos otros pedidos de justicia, en esa ciudad, conocida popularmente como “la capital de los femicidios”, tendrá lugar la audiencia de control de acusación donde se leerán los hechos y las pruebas de cara al juicio por Otoño.
“Tengo la sensación de que pronto vamos a conocer la verdad”, dice Gabriela Procopiw, la abogada querellante de la familia antes de entrar a la audiencia, ante la única cámara de televisión que se acercó a cubrirla. Desde que tomó el caso hace casi tres años, Procopiw le dio un nuevo impulso a la investigación y, junto a la fiscal Teresa Giuffrida, lograron pedir la elevación a juicio al límite de que la causa cayera.
Detrás de ellas ingresa a la sala Roberto Uriarte, papá de Otoño, dos de sus hijas y su hermano Silio Uriarte, tío de Otoño.
Los imputados son cuatro y entran por otra puerta. Maximiliano “Pachi” Lagos, José Iram “Pitoco” Jafri, Ricardo Néstor “Peloti” Cau, y Germán “el Gato” Ángel Antilaf. Habían dos imputados más, Juan Calfiqueo y Federico Saavedra, pero ambos fueron sobreseídos antes de esta instancia. Calfiqueo estaba acusado de encubrimiento y la acción prescribió por el tiempo. Misteriosamente, la prueba clave que lo comprometía desapareció del expediente. Saavedra, en cambio, pudo comprobar que no tuvo ninguna participación en el crimen.
Afuera, en la calle, se organiza la vigilia que estará presente durante las más de seis horas que durará la audiencia. Está la Asamblea por Otoño, sus amigas, sus profesoras de la escuela, ex estudiantes, organizaciones, activistas feministas y la batucada de tambores Río Jarana. En El Bolsón, donde Otoño pasó su infancia, también organizaron una radio abierta.
“La calle es de nosotras, es memoria”, dice Ofelia Mosconi Villar, mamá de una de las víctimas del primer triple crimen de Cipolletti. “En todo esto recuerdo a María Emilia, Paula y Verónica, a todas las mujeres que faltan en la ciudad. Hay 18 mujeres asesinadas y ningún hecho esclarecido, por eso tenemos esperanza y rebeldía”.
Silvina era docente de informática cuando Otoño estudiaba en el CEM N° 14, la escuela secundaria de Fernández Oro, y asegura: "Es importante mantenernos en la calle para sostenernos entre quienes estamos esperando la verdad hace 18 años. Este es un juicio que esperamos con mucha angustia, pero también con mucha esperanza”.
Luca tiene 18 años y llegó a la audiencia desde la ciudad de Fiske Menuco, General Roca, donde ahora estudia abogacía. Con una mano sostiene la Constitución Nacional que debe estudiar y con la otra lleva el celular, atento a las novedades de la audiencia. En su época de estudiante del CEM N° 14 rescató del olvido una carpeta que contenía las cartas escritas para Otoño por sus compañeras y compañeros de la escuela mientras la buscaban.
Pancho, el cura de Fernández Oro, también está presente, como lo estuvo desde el primer día. Esa mañana antes de la audiencia, subió a su estado de WhatsApp una foto de la baldosa fabricada por lxs obrerxs de Zanon. “Otoño vive en la esperanza de quienes luchan”, dice la baldosa que cuelga en su oficina como un cuadro, al lado del de la santa María Goretti.
Una vez dentro de la sala, Jafri ficha a todos a su alrededor. Su hermano Néstor Cau se limita a encorvarse sobre sí mismo y perder la mirada, como si el destino que estuvo esquivando todo este tiempo finalmente cayera sobre esos hombros. Lagos bosteza. Antilaf se queja con gestos exagerados y silenciosos.
La audiencia comienza. La fiscal Teresa Giuffrida lee los hechos.
El lunes 23 de octubre de 2006 amaneció despejado en Fernández Oro, un pequeño pueblo de Río Negro al que Otoño había llegado hacía poco tiempo a vivir desde El Bolsón, una localidad encajonada entre montañas ubicada al sur de la provincia donde pasó su infancia. El día sería espléndido. La noche, en cambio, caería más pesada y oscura que nunca.
Pero Otoño no lo sabía y comenzó su mañana como cualquier otra. Se levantó temprano, se calzó el pantalón azul, la remera a rayas naranjas, amarillas y verdes y el buzo negro con una franja amarillo flúo a lo largo de la manga. Ató los cordones de sus zapatillas negras, colgó sobre su hombro la mochila de La Renga y a eso de las 7 y 20 de la mañana salió rumbo al CEM N° 14, donde cursaba el tercer año de secundaria. No llegó a despedirse de su papá, él ya se había ido a trabajar.
Otoño Uriarte nació una mañana de verano, el 24 de febrero de 1990, en un hospital de Neuquén y el nombre se lo eligió su mamá. Recuerdan de ella que no pasaba desapercibida, que era impetuosa, teatrera como su madre, amiguera. Una chispa. Que le gustaba caminar bajo la lluvia y saltar arriba de la cama, jugar al voley y cantar canciones de Maná o Los Piojos a todo lo que da.
Ese lunes se sentó en el mismo lugar del aula donde se ubicaba siempre: sobre la ventana, tercera fila. Se quedó contraturno en la clase informática, fue a educación física, a la casa de una amiga y luego a voley, el deporte que amaba y practicaba con pasión.
A eso de las nueve de la noche se encontró en la Plaza María Elena Walsh con Federico Saavedra, un chico con el que había empezado a salir hacía poco. Caminaron juntos por la avenida Cipolletti, llegaron hasta la rotonda y siguieron por la ciclovía paralela al ferrocarril. Federico volvió a su casa. Otoño nunca llegó.
Según relató la fiscal Teresa Giuffrida, fue en esa “oportunidad en la que Germán Antilaf, José Iram Jafri, Ricardo Néstor Cau y Maximiliano Lagos, de acuerdo a un plan previo, siguieron a la menor Otoño Uriarte, con conocimiento de que era menor de edad, desde que ella saliera del Polideportivo municipal, con la intención de privarla de su libertad”.
Para la Fiscalía, Cau habría sido quien sustrajo la bicicleta de Otoño de la casa de la amiga donde ella la había dejado para hacer que volviera caminando “con el fin de que el resto de los integrantes la pudieran abordar sin que nadie los viera”.
Sin noticias de Otoño, a las 10:40 del martes 24 de octubre de 2006, Roberto Uriarte radicó la denuncia en la Comisaría 26° de Fernández Oro. Dice allí: “Que su hija es de 1,70 de estatura, cabello castaño claro, lacio”, que “desconoce la vestimenta que llevaba al momento de retirarse”, “se ha comunicado con familiares y amigos pero hasta el momento no ha logrado dar con su paradero”, que “es la primera vez que se ausenta de su domicilio y no da conocimiento del lugar donde se encuentra”.
Roberto no sabía cómo estaba vestida Otoño al momento de salir de su casa y, sin embargo, el radiograma emitido instantes después por el comisario Ives Vallejos contiene esa información. Vallejos estará incluido en la lista de los más de setenta testigos que declararán en el juicio y tal vez allí pueda explicar cómo la obtuvo.
Desde el día de su desaparición, gran parte del pueblo se movilizó para encontrar a Otoño. Marcharon diariamente durante seis meses, salieron por los medios, rastrillaron cada chacra, pastizal, canal y descampado. La escuela dejó de dar clases, paralizada por una situación que excedía tanto a docentes como a estudiantes. “Fue complejo porque los chicos estaban mal. Como docentes tratamos de mantenernos firmes y contenerlos”, recuerda Eli, profesora de Geografía del CEM N° 14.
Dieron vuelta cielo y tierra en busca de cualquier indicio que les dijera que esa pesadilla no podía ser cierta, que Otoño tenía que volver. Matías Bustamante, amigo y compañero de escuela de Otoño, recuerda de ese tiempo que salían “con otros compañeros, guiados por un comisario” a rastrillar. “Fue loquísimo, teníamos 16 años”, dice. Al finalizar cada jornada de rastrillajes, se encontraban todxs en el Polideportivo a la espera de que el informe de la policía arrojara algún resultado. Pero la respuesta era siempre la misma: “sin novedad”. Fuentes judiciales cercanas a la primera etapa del caso aseguran que durante este tiempo la policía llevó a cabo una investigación paralela al Poder Judicial.
Todo se volvió más oscuro cuando comenzó a cimentarse la hipótesis de que a Otoño se la habían llevado para la trata de personas con fines de explotación sexual, teoría que aún no fue comprobada pero que la querella sostiene firmemente.
El 9 de abril de 2007 esa conjetura comenzó a cobrar aún más sentido, cuando el Diario Río Negro publicó unas escuchas telefónicas que dejaban al descubierto la connivencia entre efectivos policiales de la Comisaría 8° de Choele Choel y proxenetas, donde hablaban de “fichar” a una chica de 15 años recién llegada de La Pampa.
Además, empezaron a llegar llamadas anónimas que indicaban haber visto a Otoño en prostíbulos de distintos puntos del país. Decían que estaba en la Triple Frontera, en Posadas, Concordia, Córdoba, Tucumán, El Bolsón, Neuquén, Córdoba.
El 24 de abril de 2007, día que el cuerpo de Otoño fue hallado sin vida dentro del canal del paraje El Treinta de Cipolletti, Roberto Uriarte se encontraba en Santa Cruz siguiendo la pista de una de estas llamadas.
Hay quienes dudan de que aquel llamado, que resultó contener información falsa, haya sido una casualidad.
En 2006 la provincia de Río Negro era gobernada por el radical Miguel Saiz. Tres días después de la desaparición de Otoño, en una conferencia de prensa, dijo frases como: “Está toda la fuerza policial en la búsqueda de esta chica” y “la policía está haciendo todo lo que está a su alcance”. Sin embargo, la inoperancia de las fuerzas de seguridad durante la búsqueda fue en aumento y las sospechas de que podrían tener algo que ver con el secuestro de la joven, también.
En el artículo “Pobreza en la etapa de investigación a nivel general y particular”, publicado por familiares y amigos en el boletín 150 días sin Otoño, se detallan algunas de las impericias policiales detectadas durante la investigación: “Hubo falencias en los procedimientos, precariedad e inexperiencia”, “falta de seguimiento e investigación en relación al celular de Otoño”, “la Policía no contaba con elementos de búsqueda imperiosos, como linternas”, el comisario Ives Vallejos “nos planteaba que no tenían vales de combustible” y se fue de vacaciones “siendo que no había gente con experiencia en la Comisaría”.
Fue el mismo Víctor Cufré, subjefe de la Policía de Río Negro, quien abonó desde un principio la idea de que Otoño se había “fugado”, cuando declaró ante la prensa, el 4 de noviembre de 2006, estar “convencido de que Otoño se fue de su casa por su propia voluntad”. Cuatro años después, el gobernador Saiz ascendió a Cufré a Secretario de Seguridad y Justicia de la Provincia.
Victor “Tito” Cufré fue denunciado por obstaculizar las investigaciones por trata de personas en la provincia, pero logró salir impune de este delito. Actualmente se encuentra con prisión domiciliaria por orquestar la represión policial que derivaría en las muertes de Sergio Cárdenas y Nicolás Carrasco, de 29 y 16 años respectivamente, ocurridas en 2010 en Bariloche, tras el asesinato, también en manos de la Policía, de Diego Bonefoi.
Pero Cufré no fue el único policía beneficiado. Ives Vallejos, quien estuvo al frente de la comisaría de Fernández Oro al momento de la desaparición de Otoño, fue promovido a primer jefe de la Regional Quinta apenas se creó la unidad en Cipolletti. Otro agente encargado de la investigación fue el comisario Daniel Jara, actual ministro de Seguridad y Justicia de Río Negro.
El ex policía Daniel Molina era chofer de Ives Vallejos y la querella también sospecha que tuvo vinculación con el caso de Otoño. Molina pasó a convertirse en menos de veinte años en uno de los empresarios inmobiliarios más importantes de la localidad y en 2023 se presentó como candidato a intendente por el espacio de Javier Milei.
Roberto Uriarte mira al frente esquivándole firmemente la mirada a los cuatro imputados por el secuestro y femicidio de su hija que se encuentran a tan solo unos metros de él.
Se mantiene callado hasta que toma el micrófono para pedir el juicio por jurados porque desconfía del Poder Judicial. “Como familia estuvimos sometidos a las arbitrariedades del poder judicial durante casi 18 años. No hubo un compromiso fehaciente por su parte, ni siquiera cuando surgió la posibilidad de llegar a pruebas concretas con los análisis de ADN sobre los vellos púbicos que no se hicieron en su momento y ahora, después de tanto tiempo resultó que esas pruebas están deterioradas. Fue una dilación permanente”, dice.
La audiencia parece contener la respiración. Pero el juez Gustavo Merlo le niega el pedido, amparándose en la acordada del Superior Tribunal de Justicia que dice que los juicios por jurados se pueden aplicar sólo en casos posteriores al 1 de marzo de 2019, y lo de Otoño ocurrió en 2006.
Así, con las pruebas de ADN, las pericias orodológicas sobre el nylon hallado a pocos metros de la usina del canal, el aporte clave de dos testigos de identidad reservada conseguidos por la querella y de las más de setenta personas que se esperan vayan a declarar, el caso de Otoño se encamina lenta pero firme hacia el juicio. Un proceso donde, después de casi dos décadas, se sentará en el banquillo de los acusados por lo menos a quienes serían los autores materiales del crimen.
Después de más de seis horas de audiencia, ya no quedan cámaras de televisión, sólo una radio comunitaria. “Para Otoño la memoria y la verdad”, dice Gabriela Procopiw al salir. No dice justicia, porque “justicia sería que ella estuviera viva”.
Ahora sólo resta conocer la fecha del juicio y que, al fin, se conozca la verdad.
Gracias por sostener la memoria de Otoño, es tan importante para nosotres.