Mi Carrito

Ni Una Menos para adolescentes

Ni una menos PH Victoria Eger
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Suena el timbre que indica el recambio de turnos en una escuela secundaria. 300 estudiantes aproximadamente se reúnen en el patio. Muchos están obligados a participar de la actividad o lo hacen para zafar de una hora de clase. 

—¿Algune de ustedes marchó en el primer Ni Una Menos? ¿Cuántos años tenían en ese momento?

Hacemos la pregunta y se escucha un murmullo. “A mí me llevó mi mamá”. “Ni idea, yo no fui”. “Yo tenía cuatro años”, dice alguien de la primera fila. 

Para muchas de las personas que hoy formamos parte de los feminismos y transfeminismos, el 2015 forma parte de un pasado reciente y, en algún punto, se siente cercano. Ese momento nos atravesó en carne propia y nos transformó a nivel político, en la forma que tenemos de habitar el mundo.  

Sin embargo, también es cierto que los últimos nueve años fueron un sube y baja para la Argentina, sobre todo si miramos desde una perspectiva de género. Y para les adolescentes, el 2015 puede estar muy lejos.

¿Por qué marchamos?

El 9 de mayo de 2015 nos enteramos del femicidio de Chiara Páez en Rufino, provincia de Santa Fe. Ella tenía 14 años, estaba embarazada y fue asesinada por su novio. Este caso desató una reacción en redes sociales, porque ya no se aguantaba más que nos siguieran matando y nadie hiciera nada al respecto. 

En ese momento, la periodista Marcela Ojeda twitteó: “Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales… mujeres, todas, bah… ¿No vamos a hacer nada? NOS ESTÁN MATANDO”. A partir de ahí se comenzó a organizar el primer 3J. La consigna “Ni una menos. Vivas nos queremos” se masificó. Ese 3 de junio miles de personas salimos a la calle en todo el país y nos sentimos parte de la historia. 

Además había un antecedente jurídico que sirvió para allanar el camino: en 2012 se incorporó la figura de femicidio al Código Penal y Argentina se transformaba, de esta manera, en uno de los primeros países de América Latina en sumarla en ese documento.



Desde allí, todos los años se marcha para pedir la erradicación de la violencia de género, pero con el tiempo fuimos ampliando los reclamos: en contra de todas las políticas de precarización de la vida y a favor de aquellos derechos que nos permitían vivir una vida más libre, más feliz, mejor. Para todes. 

Las experiencias personales pueden ser muy diversas. Algunas personas se movilizaron porque un caso específico les tocó una fibra sensible, otras porque entendían que se trataba de un reclamo legítimo vinculado a los derechos humanos o porque militaban estas causas hace años. Y seguro haya una infinidad de otras razones. La realidad es que a partir de ese entonces, distintas organizaciones de la sociedad civil ―como el Observatorio Ahora que sí nos ven― empezaron a relevar los femicidios para construir esa herramienta que hacía falta.

De lo que estamos segures es que el 2015 abrió un nuevo capítulo en la historia de los feminismos y transfeminismos de la Argentina y la región. Ese 3 de junio nos marcó. Implicó un quiebre a nivel colectivo, entendimos que el estar juntes nos permitía poner en agenda demandas que hasta ese punto se encontraban en segundo o tercer plano. 

¿El sentido común era feminista?

El Ni Una Menos, como dice la periodista y editora de género Marina Abiuso, no fue una movida virtual. Se trata sobre todo de un movimiento político. A través de las redes sociales se recogieron sentimientos y procesos que habían comenzado mucho antes y estaban latentes. 

Existe en la Argentina una genealogía extensa que nos lleva hasta el 3 de junio de 2015. Desde los movimientos de resistencia gay, lesbiana y travesti-trans durante la dictadura; la Ley de Matrimonio Igualitario o de Identidad de Género; los Encuentros Nacionales de Mujeres (hoy Plurinacionales de Mujeres y LGBTIQ+); hasta la Ley de Educación Sexual Integral o la sanción de la Ley N° 26.485 de protección integral para las mujeres. 

Sin embargo, hace nueve años la participación de jóvenes y adolescentes en la lucha feminista estalló. Las discusiones sobre estereotipos, roles de género, representación, identidad de género y orientaciones sexuales estaban en todos lados. Desde las mesas familiares hasta las reuniones de trabajo. 

El punto cúlmine fue la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo a fines de 2020, durante la pandemia. Si bien la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito existía desde el 2005, tuvieron que pasar 15 años para conseguir tal legislación. 

Habíamos ganado la legalización del aborto, todo el mundo hablaba de nuestros temas. Después de las vigilias donde miles y miles de personas se congregaron en los alrededores del Congreso, sentíamos que el mundo era feminista. ¿Estábamos equivocadas?


¿El fin del feminismo?

De frente a 300 estudiantes de un colegio secundario de la Ciudad de Buenos Aires efectivamente se puede ver que no, el sentido común no es feminista. Muchos jóvenes desinteresados por las problemáticas de género, que preferirían que su centro de estudiantes fuera libertario, que no le encuentran valor a la Educación Sexual Inegral. Quizás en esta realidad encontremos algunas pistas para entender por dónde seguir. 

Muchas cosas cambiaron desde el 3 de junio de 2015. El ataque hacia los feminismos y transfeminismos proviene de diversos sectores, incluido el Gobierno Nacional que habla de “ideología de género” y demoniza nuestras luchas. Javier Milei y sus funcionarios habilitan formas de decir y actuar frente a mujeres y personas LGBTTIQ+, lo cual no es una novedad pero ahora está avalado desde el Estado. 

¿Todo está perdido entonces? Los últimos años fueron como una primavera que nos hizo sentir que la fuerza transformadora del feminismo iba a ser finalmente aceptada. Pero si miramos hacia atrás, a esa genealogía mencionada más arriba, nos damos cuenta que el nuestro es un movimiento que siempre fue expulsado hacia los bordes. 

Quizás este sea un momento para revisar ese pasado, para encontrar ahí las bases de nuestra lucha. Seguir exigiendo, resistiendo, siendo revolución frente a los argumentos que se vuelven hegemonía, y a partir de ahí volver a implicar a las adolescencias sin dejar de prestar atención a por qué piensan cómo piensan o sienten lo que sienten. 

Aquí estaremos, encontrándonos en la organización y militando, cuando la cotidianeidad se ponga difícil y se necesiten espacios para seguir pensando un mundo mejor para todas, todos y todes. 


Foto de portada: Victoria Eger


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