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Diálogos desobedientes con Alicia Stolkiner

Diálogos desobedientes con Alicia Stolkiner
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Para esta edición de “Diálogos Desobedientes”, hablamos con la querida Alicia Stolkiner. A ella la conozco por su gran trabajo y militancia en el ámbito de la (mal llamada) salud mental. Es de las psicólogas que se ha animado a pensar las locuras en lo comunitario y en relación a salud pública. Por eso, me parecía que era una persona imprescindible para reflexionar en esta época, a nuestra comunidad y las formas de vida que hoy son posibles.

Hoy me parece observar que asistimos a cierta desintegración de la comunidad o, mejor dicho, hay una serie de fuerzas sociales, estatales, económicas, simbólicas dispuestas para desintegrar a la comunidad. ¿Cómo ves vos hoy a la comunidad? 

Siempre hay que tener un método de análisis para procesos de esta complejidad. Pensar lo comunitario y lo común en su devenir actual implica revisar algún recorrido histórico, por un lado, y, por otro, una comprensión de las formas de producción de subjetividad. Hemos trabajado con la articulación entre lo económico, lo institucional y la vida cotidiana para pensar los procesos de lo social sin descartar la dimensión de lo subjetivo y lo singular. Pero voy a comenzar esta reflexión rompiendo un poco con el antropocentrismo, lo humano es una especie –particular si se quiere–pero especie al fin. Y dentro de ellas es una especie gregaria, pero su fuga de lo instintivo a la cultura y el lenguaje hace que la diversidad de formas de lo gregario sean infinitas e inclusive destruibles aunque eso quizás amenace la supervivencia de la especie. Aún en especies animales gregarias, cuando son domésticas, lo humano puede intervenir contraponiendose al instinto. Leí recientemente una entrevista donde el presidente habla de sus perros y explica que cada uno tiene un canil y un espacio absolutamente individual porque si entran en contacto se agreden. Los perros son una especie esencialmente gregaria, hay que criar de manera muy particular cuatro perros para que no formen manada, hay que violentar su naturaleza. Pienso que esos animales gregarios transformados en “individuos” agresivos con sus semejantes son una metáfora de la sociedad que se propone. 

El proyecto liberal extremo y extremista, se propone destruir lo gregario que hay en lo humano, promoviendo la rivalidad, la competencia y –como forma de agregación social– el odio a otros. Pero para ello también necesita capitalizar pulsiones y generar las condiciones materiales y simbólicas para ello. Poco después de la crisis de los 70, el filósofo alemán Jürgen Habermas planteaba que el proyecto neoliberal tenía posibilidad de desarrollarse si encontraba una sociedad dividida en dos fracciones que a la vez propugnaba. Le asignan a Keynes una frase (no me consta que sea de él pero viene al caso) que dice que “el liberalismo es esa creencia en que un grupo de hombres ambiciosos, competitivos e individualistas van a lograr el bien común”. Sea de quien sea me gusta la palabra “creencia” porque en este derrumbe de paradigmas y  recomposición geopolítica del poder y la economía del mundo, entran en tensión la reflexión y el pensamiento con la creencia, y  “el bien común” como condición de la vida en comunidad con la violencia entre pares como regulador o derivador del conflicto con el poder real.

La economía pensada como la forma más brutal de lograr la concentración de riqueza a expensas de la vida es la condición para el deterioro de esa necesidad de lo común,y –a su vez– requiere de manera indispensable de la destrucción de lo gregario, es decir de lo deseante en relación al prójimo. Sin embargo hay que reconocer  que la vida es tenaz  y a la tendencia a la disgregación aparecen resistencias, reorganizaciones, redes y búsqueda de vínculos. Veremos. En el caso particular de la Argentina, además, la inflación es en sí misma un factor de deterioro de las vidas cotidianas, los lazos y la convivencia. Lo trabajamos bastante desde la crisis del final del siglo pasado. 

Muchas veces pienso que Milei llegó para enloquecernos. Así como el macrismo generó una desorganización de la vida, ahora hay una especie de enloquecimiento social, ¿cómo creés que afecta esta época que estamos viviendo a la subjetividad?

Creo que no es un fenómeno solo local. Cuando recuerdo las bizarras imágenes de los trumpistas tomando el capitolio en USA, con sus disfraces por ejemplo, pienso que hay un derrape general en occidente. Milei forma parte de esas figuras y forma parte de esos fenómenos sociales. No suelo usar la palabra locura porque durante demasiado tiempo se usó para segregar y privar de derechos a personas muy diversas, algunas de las cuales no necesariamente tenían como eje la objetivación y destrucción de otros, o el goce de la estigmatización y la violencia dirigidos a un pueblo en especial. Digamos que tiene una particular sintonía con discursos necesarios para la capitalización del enojo , de la frustración y del malestar de buena parte de las personas en contra de sus pares y para la neutralización de la solidaridad por la vía de culpabilizar al débil, al desamparado, al frágil, o culpabilizar a quien ejerce un derecho de ser un parásito. Resulta más fácil para muchos –impulsado por discursos mediáticos– culpar por una jubilación magra a otro jubilado que pudo acceder gracias a la moratoria, que a un personaje anónimo que se enriqueció financieramente fugando dólares que nos acababan de prestar como sucedió al final de la gestión de Macri. 

La pandemia también catalizó fuertemente estas vivencias. A quién culpar? Hay una fuerte necesidad de tener creencias, por irracionales que sean, y de canalizar agresivamente el dolor. Ya la pandemia desorganizó nuestras vidas, luego la inflación, la crisis. Todo esto afecta de distintas maneras la subjetividad. Para algunos la afectación es directa, por ejemplo la pérdida de empleo o pasar a estar debajo de la línea de pobreza, para otros de manera diversa según la generación y el grupo social al cual se pertenece. Pero reconozcamos que no prima la alegría. Cuando recuerdo momentos como el festejo del bicentenario, o ese fenómeno increíble de desorden y alegría sin violencia de millones de personas al final del mundial de fútbol, me doy cuenta de lo poco alegres que estamos la mayoría. Algunos se refugian entonces en los goces oscuros de la crueldad  y otros tratamos de generar espacios preservados con acciones y cuidados, los  que sabemos que la alegría siempre se produce al compartir.


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Hace poco leía que hablabas del “goce retaliativo”, ¿podés contarnos de qué se trata ese concepto?

Goce retaliativo es un término que uso para cuando se convoca a lo más oscuro, que es el placer de la venganza. Eso más oscuros, que está en nosotros nos convoca a disfrutar de la crueldad o del daño bajo el argumento de que el otro lo merece por lo que hizo. Cuando en USA invitan a los familiares de la víctima a presenciar la aplicación de la pena de muerte al victimario, lo invitan a disrutar de que el estado mate una persona ritualmente. No quisiera que me hagan cómplice de eso. Se ha llegado a exaltar esto. Recuerdo en los 90 cuando un comunicador social llamó “justiciero” a un ingeniero que mató de dos certeros tiros en la cabeza a dos jóvenes que le habían robado el aparato de sonido de su auto. No es lo mismo la venganza que la justicia. Eso debería ser una huella indeleble en esta sociedad donde las madres de hijos que fueron torturados y desaparecidos pidieron justicia , no venganza. Cuando detienen a un violador y alguien comenta gozosamente que será violado en la cárcel, aunque no se de cuenta el que disfruta hacer el comentario y quienes comparten eso, disfrutan  una violación. Pero el goce retaliativo se potencia cuando no hay justicia e inclusive lleva a descargarse con quienes no tuvieron que ver con el hecho, por ejemplo, hace unos años en un barrio popular incendiaron la casa del presunto abusador de una niña. En esa casa vivían su mujer y un niño de dos años y tampoco sabemos si era el verdadero culpable. Pero a eso se llegó porque no hubo  intervención frente a la situación de abuso, en ese barrio popular, de la policía o la justicia. A eso se llega porque hay sectores que tienen mucha menos posibilidad de acceso a la justicia. 

Hoy en día se puede convocar a gozar inclusive de la pérdida de empleo de unos “otros” a quienes previamente se degrada por ser empleados del estado y a quienes oscuramente se culpa de la ausencia de recursos. 

¿Cómo crees que hoy es posible hacer comunidad o intentar algún tipo de reconstrucción del lazo social?

Es muy difícil prever lo que se avecina, a nivel de nuestro país y a nivel mundial. Sobrevuela el riesgo de la guerra global y también el ocaso de formalidades democráticas occidentales que, más allá de sus limitaciones y defectos, establecían algunas reglas básicas de regulación de la convivencia . De una manera distinta a Terror de Estado de los 70, ahora también aparece la trasgresión de la ley enunciada desde el lugar donde debiera ser garantizada. 

Recientemente una docente universitaria abrió el debate con sus alumnos respecto de la gravísima situación de las universidades públicas, diciendo “ yo no les voy preguntar por quien votaron, ni me interesa. Quiero saber si ustedes se sienten parte de esta comunidad que es la universidad, y que hablemos de lo que está pasando con nuestra comunidad de la cual tanto ustedes y sus familias  como nosotros los que trabajamos en ella formamos parte. Lo abrió como diálogo habilitando a decir lo que se sabía o preguntar. No desde un lugar de saber y tampoco desde exclusivamente lo gremial de los docentes, lo planteó desde lo común. Creo que algo de eso tiene que ir sucediendo plantearnos, en todo caso, la reconstrucción de la idea de lo común. 

Comienza por un trabajo con nosotros mismos, con no ceder en espejo a la convocatoria de objetivar, degradar, y gozar del daño o castigo o venganza respecto a otros. Recientemente hablé de militar la amabilidad, no como falsa bondad reactiva, no como falta de firmeza en la defensa de la vida y de los derechos que si no son de todos no son en absoluto, sino en resistir en primer lugar en nosotros mismos el modelo de subjetividad que se intenta promover desde la cultura de la voracidad. Melanie Klein describe la voracidad como “un deseo vehemente, impetuoso e insaciable y que excede lo que el sujeto necesita y lo que el objeto es capaz y está dispuesto a dar. En el nivel inconsciente, la finalidad primordial de la voracidad es vaciar por completo” Tanto en la relación de los hombres entre sí como con la naturaleza, parece que esto describe bien esta cultura  promovida desde los sectores que tienen a la concentración en nombre de difusas teorías sociales y económicas que encubren justamente lo insaciable de su ambición. 


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