Ayer fue una jornada de movilización histórica en todos los rincones del país, la más masiva desde la asunción de Javier Milei. Cientos, miles de universitarios, docentes, graduados, madres, padres, familias, ciudadanas y ciudadanos argentinos. Un mensaje en unidad: “Universidad de los trabajadores y al que no le gusta, se jode”. ¿Protagonistas? Todas, todos, todes. ¿La tarea? Renovar la tradición de defender la educación Argentina.
Foto de portada: Micaela Arbio Grattone
Son las 2 de la tarde del martes 23 de abril de 2024, cerca del edificio de la Facultad de las Ciencias Sociales de la UBA, los estudiantes pasean por el patio: algunos van con remeras de agrupaciones políticas y otros están vestidos con ropas aleatorias. Hablan eufóricamente, pintan carteles, habitan rondas donde discuten sobre política y actualidad. Se pelean, argumentan y contraargumentan, reflexionan y siguen. Se mueven en el espacio como si fuera suyo, porque en realidad es suyo. Lo público, aquello que pertenece a todos. Aquello que es tomado como propio. Aquello que transforma profundamente la individualidad, pero que en simultáneo es atravesado por lo colectivo.
La pluralidad, la equidad y la solidaridad que caracterizan a la ética de la educación pública en Argentina. Los valores de una patria que soñó históricamente con ser soberana y que no descansó hasta generar las condiciones de independencia para lograrlo. El rol de la universidad pública que salva, transforma y potencia vidas. Que permite imaginarios nuevos y horizontes superadores.
“La Argentina no sería la Argentina que es sin sus 38 universidades nacionales y sus 6 institutos universitarios nacionales”, concluye una estudiante mientras rescata el mate lavado que le pasa otro compañero desde más allá. Todo eso tienen en común Bernardino Rivadavia, Martín Lousteau, Axel Kicillof, Eduardo Feinmann, Rosario García, estudiante de Ingeniería en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Lucía Milagros, estudiante de Derecho en la Universidad de Buenos Aires (UBA), y Alejandro Montero, primera generación universitaria en su familia recibido de arquitecto en la Universidad de San Martín (UNSAM).
Habrá que dar la discusión una vez más: ¿qué pasa con el presupuesto universitario?
La actual crisis presupuestaria de las universidades públicas no tiene precedentes en la historia Argentina. El presupuesto universitario asignado para 2024 es el más bajo del que se tiene registro. No son frases dramáticas elegidas al azar con el fin de escandalizar a ningún lector. Son datos que presenta la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia. El presupuesto designado para 2024 es un 71% menor al asignado para 2023 y eso, con la inflación a cuestas, preocupa a dirigentes y profesionales de todos los sectores.
El gobierno de Javier Milei tomó la decisión de congelar el presupuesto asignado para el año 2023, pese al 221% de inflación acumulada en ese año y el 50% de inflación acumulada en los cuatro meses transcurridos de 2024.
Desde el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires (UBA) se pronunciaron sobre "el estado de extrema preocupación de la comunidad universitaria respecto de la situación presupuestaria". Emiliano Yacobitti, vicerrector de la UBA, advirtió que de no actualizarse el presupuesto, la UBA no podrá abrir sus puertas para su normal funcionamiento el próximo cuatrimestre.
Al reclamo y la preocupación de la UBA, se suman por goteo todas las Universidades Nacionales que se enfrentan al pago de tarifas de servicios imposibles. El emblemático edificio del Hospital de Clínicas, que formó a los cientos de médicos y médicas que hoy ejercen preservando la salud de los argentinos en todo el país, decidió apagar las luces en espacios comunes para ahorrar en tarifa energética.
No, no existió escenario similar en la antesala democrática de los últimos 41 años, eso también lo muestran los datos de la ciencia. Ciencia que tanto parece aborrecer esta nueva —vieja— clase política que emergió en la hegemonía una nueva gestión al frente del Gobierno Nacional. Ciencia que aborrecen sólo cuando esos datos no sirven para respaldar sus propios argumentos, utilizan y descartan a gusto y piaccere.
También podés leer: La Patagonia rebelde en pie de lucha por la Universidad Nacional del Comahue
El manotazo de ahogado del Gobierno Nacional para recuperar la narrativa
Numerosos intentos por parte de representantes del gabinete intentaron desprestigiar la indignación que se gestaba, con marcas de todas las identificaciones políticas posibles, detrás de la realidad indeseable para tantos argentinos y argentinas: la falta del presupuesto ya afecta actualmente a las instituciones educativas del país y a su propio estudiantado.
Sin embargo, las imágenes y las experiencias hablaron por sí solas y parieron la movilización que contó con la presencia de 800 mil personas sólo en la Ciudad de Buenos Aires, magnitudes a escala se reflejaron en todas las provincias del país: Córdoba, Tierra del Fuego, Misiones, Chubut, Neuquén, Mendoza destacaron por las panorámicas que no tardaron en hacerse virales.
Pese a los indicios de la popularidad que cobraba la convocatoria durante las semanas previas, la política del Gobierno Nacional fue endurecer la narrativa de enemistad ante la educación pública. “Lejos estamos de querer cerrar las universidades”, aseguró el vocero presidencial Manuel Adorni en conferencia de prensa, y luego decidió caracterizar como “tren fantasma” a los dirigentes que ya anunciaban su participación en la movilización.
Todo para evitar que "entre la bala", incluso hasta fake news
Durante la noche del lunes previo a la movilización, el Ministerio de Capital Humano anunció un aumento del 70% sólo para gastos de funcionamiento del total del presupuesto universitario, aumento que se suma a otro del mismo monto anunciado semanas atrás, pero jamás ratificado vía Boletín Oficial (elemental para que la transferencia de fondos efectivamente suceda). En total: 24 millones de pesos para las 65 universidades públicas de todo el país. Sin embargo, este monto representa sólo el 7,9% del presupuesto total.
Desde la cartera que administra Sandra Petovello informaron que se giraron “la totalidad de los gastos específicos para la función salud de las Universidades de Buenos Aires, Córdoba, Cuyo y La Rioja, además del refuerzo especial y extra para el Hospital de Clínicas, que implican casi $14.000 millones de pesos”. Pese a todo, la ciudadanía que se hizo presente en cada plaza de cada provincia y cada ciudad, sabían o podían percibir la realidad: con el aumento efectuado en las horas previas a la marcha, el presupuesto vigente pasó a $1.440.397 millones (1,4 billones), sólo un 4,1% más. Limosna frente a las necesidades reales que hoy enfrentan las instituciones.
La educación pública y la movilidad social ascendente
María Laura tiene 38 años, es oriunda de San Miguel, noroeste de la provincia de Buenos Aires. Es graduada del profesorado de historia en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) y trabajadora nodocente en la misma casa de estudios. Es, también, primera generación universitaria de su familia, como tantos otros jóvenes que un día llegan con el título bajo el brazo al asado familiar del domingo, donde de pronto brotan lágrimas hasta del tío más introvertido e indiferente.
De todas formas, describe su paso por la institución como algo que es mucho más que ese pedazo de papel. Su arribo a la universidad pública no fue inmediato, comenzó sus estudios a los 23 años aunque su deseo era hacerlo desde los 17. “Empecé a estudiar porque cuando iba a la secundaria. Allí había un profesor que nos motivó a hacerlo y a anotarnos en el curso de ingreso”, relata y agrega: “En la UNGS formé mi actual familia. A mi marido, que también es graduado de ahí, lo conocí cursando”. Porque claro, ir a la universidad se trata —entre otras cosas— de fortalecer el capital social más íntimo, de moldear lazos humanos que a veces son compañía por el resto de la vida.
Te puede interesar: Mi hija, la ingeniera
“Tengo el recuerdo de que el campus universitario me dejó flasheada, es hermoso. La misma sensación cuando conocí las instalaciones de la biblioteca. Ni que hablar cuando entré al auditorio, que es un lugar increíble donde se hacen, por ejemplo, los actos de colación”, recuerda María Laura. Imposible no pensar en la cantidad de historias que no habrían llegado a deslumbrarse por el deseo de habitar tal espacio si nuestra realidad fuera más parecida a la del resto de los países del continente.
La educación argentina —específicamente la universitaria— es reconocida como una de las más avanzadas de América Latina por organismos internacionales como la UNESCO y la UNICEF. Todos los años, diversas disciplinas dictadas en nuestro país entran en el ranking de carreras más reconocidas a nivel mundial. Se podría nombrar también a los premios nobel, a los presidentes, a los funcionarios o a los científicos que trabajan en todas partes del mundo con conocimientos forjados inicialmente en un aulas argentas. Es como decir Gardel, Messi, el tango y la universidad pública (el orden de los factores no altera al producto).
La expansión del acceso a la posibilidad de estudiar no fue casualidad en Argentina. La construcción de una comunidad de educación superior amplia fue un proceso gradual y profundo, de más de 100 años de desarrollo. Lejos del intento desesperado por el oficialismo de asociar la educación pública únicamente al peronismo, favorecieron a su expansión presidentes y funcionarios de todo el espectro político. La tradición de la educación pública —aquellos ritos, costumbres repetidos generación tras generación— está arraigada a la identidad más profunda del ser nacional argentino.
La cultura universitaria incluye por definición las tensiones en la disputa de poder por preservar y cuidar la propia tradición educativa argentina. Así también podría leerse el hecho de que la CGT no acompañaba una marcha estudiantil desde el 1969, durante el Cordobazo.
“La universidad me dio más que un título. El sentido de pertenencia a la comunidad de la UNGS es lo que a mí me cambió la vida. Luego de egresar, comencé a trabajar en la universidad. Mi hija de un año asiste a la Escuela Infantil María Elena Walsh, un jardín maternal donde la cuidan mientras yo laburo. En esté contexto de recorte presupuestario corre riesgo incluso la comida que hoy la UNGS le da tanto a mi hija como a decenas de infancias que asisten a su institución”, explica María Laura. También se trata de agradecer el espacio que la recibió con los brazos abiertos y le dio espacio para ser y crear(se).
Esa bestia que revive de las profundidades
Ni con el esfuerzo de enfocar correctamente la cámara del celular se puede divisar con claridad el final de la columna de estudiantes secundarios que asistieron a la marcha. Cientos de adolescentes que caminaron desde la puerta de sus escuelas hasta el Congreso; niñas y niños de la mano de sus padres, acompañados por sus docentes, cargando los libros que ellos mismos decidieron llevar. Portan el guardapolvo blanco con orgullo.
Jóvenes, adolescentes “pibardos” vestidos con uniformes de colegio privado entonan “la patria no se vende” mientras ensucian sus prendas con el sudor de la efervescencia. La trascendencia es un hecho y bastan estas imágenes para sentir algo de alivio. Un amigo cuenta entre lágrimas que su hijo de 10 años pidió llevar el guardapolvo puesto porque ese, para él, “es el símbolo de la educación pública”.
En la jornada se divisaron grandes cantidades de lágrimas y risas. La felicidad de, aún frente la tragedia, encontrarse. La felicidad y el orgullo de, aun frente a la incertidumbre, observar a las generaciones venideras comprometerse. Lo que algunos llaman “adoctrinamiento” ayer se vistió de identidad. Los pibes no necesitan que les expliquen por qué hay que defender la educación pública, porque los pibes hacen y son la educación pública. Allí, en la proyección de futuro que el Gobierno no puede ver —por ocuparse de tejer un horizonte únicamente basado en el ajuste— se gesta una generación de otros pibes y pibas que rompen con el estereotipo desinteresado que se busca instalar de la juventud, que eligen la soberanía de la educación pública, gratuita y de calidad.
“Lágrimas de zurdos” y “una marcha contra el presidente” que “nada tiene que ver con la educación”. Ya con los trapos recogidos y las patas para arriba que buscan descansar la hinchazón de los pies, la narrativa de Casa Rosada todavía apunta a creer que la popularidad de la marcha no trasciende de las fronteras peronistas y kirchneristas, o hasta trotskistas, ideas características de la oposición ya conocida.
La ceguera oficial toma dimensiones preocupantes. No le permite ver que, estadísticamente, es muy probable que dentro de la multitud que asistió a las plazas de cada provincia se encuentren cientos de miles de votantes que en algún otro momento sí confiaron en su palabra, aquella que prometía preservar la patria que hoy hunde a paso lento.