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Fábrica de fake news: cómo construir poder desde la mentira

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En medio de un clima electoral caldeado y de sobreinformación permanente, en sólo una semana se detectó la reproducción de al menos cinco noticias falsas en las redes sociales. Todas ellas asociadas a temas centrales en la discusión política sobre la campaña electoral. Lejos de tratarse de una serie de “malentendidos” casualmente reproducidos en la digitalidad, las fake news son una herramienta especialmente diseñada para apelar a la emotividad de un lector con el fin, generalmente, de engañar y transformar su opinión. Una estrategia deliberada que construye poder a través de la mentira y el engaño, y utilizada principalmente por dirigentes políticos de las nuevas extremas derechas del mundo.

La capacidad de generar una grieta comunicacional que imposibilite a los usuarios a entenderse desde el diálogo. Una red sistémica para construir posverdad: mundos subjetivos de hechos alternativos y falsos que se delimitan a la medida de las ideas de sus consumidores. Una falsa idea de la realidad moldeada específicamente para algunos prejuicios específicos y sentidos comunes hegemónicos. Las fake news son un problema y de los más grandes cuando dimensionamos la escala de su impacto: las noticias falsas tienen un 70% más de probabilidades de ser propagadas que las verdaderas.  Así lo advierte el Instituto Tecnológico de Massachusetts en su informe The spread of true and false news online.

En la política internacional ya son moneda corriente e intelectuales e instituciones del mundo se preguntan por los peligros que representan para la democracia. ¿Puede una  campaña política con sobrepresencia en el mundo digital mediante el uso de estas estrategias manipular el voto del electorado? ¿Cuál es su presencia en Argentina? ¿Qué intereses hay detrás de las fake news? ¿Cómo se fabrican? ¿Quiénes las utilizan? ¿Para qué sirven? ¿Cómo podemos combatirlas?

Artesanos de mentiras

Primer paso: crear una cuenta de Twitter falsa con el logo robado de un medio de comunicación legítimo. Segundo paso: redactar contenido nuevo determinadamente falso, diseñado especialmente para engañar o perjudicar. Involucrar un audio falso del candidato a vicepresidente de la lista de Unión por la Patria, Agustín Rossi, en el que el pide “tirarle cascotes” a Javier Milei. Tercer paso: divulgar la cuenta y la noticia falsa entre un ejército de usuarios que la reproduzcan, no sólo sin cuestionar su veracidad, sino incitando la indignación y la violencia por los presuntos dichos. Cuarto paso: deberá ser compartida por un representante legítimo de ese relato. En este caso, el mismísimo candidato a presidente por La Libertad Avanza.



La violencia opera como un vehículo excepcional para la divulgación de fake news, pareciera haber algo especialmente encantador en el morbo del sensacionalismo. En el estudio previamente citado, The spread of true and false news online (Instituto Tecnológico de Massachusetts), se analizó la divulgación de “rumores” (hechos falsos dados como verdades absolutas) de 2006 a 2017 en Twitter. 3 millones de personas difundieron alrededor de 126.000 “rumores”. El dato más impactante es que las noticias falsas llegaron a más personas que la verdad desmentida; el 1% superior de las noticias falsas se difundió entre 1.000 y 100.000 personas, mientras que la verdad rara vez se difundió a más de 1.000 personas. 

En su libro Fake news, cómo se fabrican en la Argentina y en el mundo, Julián Maradeo retoma la clasificación de “La gran siete”, que refiere a los siete tipos de noticias falsas que existen. Esta clasificación surge de la organización no gubernamental First Draft, la cual se dedica a apoyar a periodistas, académicos y especialistas en tecnología cuyo núcleo son “los desafíos relacionados con la confianza y la verdad en la era digital”. 

  1. Sátira o parodia: no tiene como objetivo generar daño o engañar, más sí generar humor. Muchas veces se utiliza para deslegitimar discusiones o personalidades. 
  2. Contenido engañoso: se trata del uso engañoso de la información para incriminar a alguien o algo específico
  3. Contenido fabricado: la creación de contenido nuevo que es predominantemente falso, diseñado especialmente para engañar o perjudicar 
  4. Contenido impostor: es el tipo de información que suplanta fuentes genuinas 
  5. Conexión falsa: cuando los titulares, imágenes o leyendas no confirman el contenido 
  6. Contexto falso: cuando el contenido genuino se difunde con información de contexto falsa 
  7. Contenido manipulado cuando la información o imágenes genuinas se manipulan para engañar 

La estructura es simple y similar en cada una de las producciones. Titulares llamativos y estrafalarios, temas sensibles y referencias de autoridad que certifican falsamente la celeridad de los “hechos”. Asociaciones falsas, titulares, imágenes o leyendas que no confirman el contenido divulgado. En este caso, el candidato de LLA cita la investigación del periodista Leonardo Coutinho (popular en internet por la divulgación de teorías conspirativas) en la que habla de una presunta empresa china que “intervino en las elecciones de la Argentina”. Spoiler alert: en el artículo no sólo no se menciona a la Argentina, sino que tampoco ninguna empresa de origen chino tuvo algún tipo de vínculo con las elecciones de nuestro país. 


Fake news

Información o imágenes genuinas que se manipulan en el contexto o en el relato que se genera sobre ellas para engañar. Un ejemplo más es la noticia en la que se viralizó una imagen de Javier Milei en una estación de servicio, a la que fue a “cargar nafta” para denunciar el “desabastecimiento” en pleno conflicto de escasez de combustible, una cuestión que merecería su conversación aparte, pero que con celeridad hizo que muchos usuarios se vieran afectados en conseguir nafta con facilidad durante cuatro días. El candidato no sólo no fue a cargar nafta, sino que accedió a la estación de servicio escoltado por su chofer. Jamás ninguno de esos autos llenó el tanque.


Consumir mentiras no es lo nuevo: un clásico infalible

La historia de las noticias falsas se remonta a la historia de la humanidad misma. Lo cierto es que la divulgación de hechos falsos o de contenido impostor es una herramienta utilizada no sólo por grupos de interés disputan poder para construir hegemonía discursiva acá y en China, sino que muchas veces es producto de la mera casualidad. Donde sí podemos marcar un punto de inflexión es con el capitalismo de masas del siglo XX y su relación con las sociedades de consumo, cuando la información pasa a ser un producto más del catálogo de ofertas que podemos meter en nuestro carrito de compras.  Con la llegada de internet, el fenómeno se incrementa aún más: la producción de información se acelera y en paralelo lo hace la producción de noticias falsas y su constante reproducción.

Desde 1938 con la historia del relato radial en la CBS de Estados Unidos de la novela de Orson Wells “La Guerra de dos mundos” —donde una población entera se vio aterrorizada por el relato de una invasión extraterrestre que consideraron real—, hasta el anuncio de que la empresa Don Satur “cerró sus fábricas” y dejaría de producir los bizcochitos más consumidos por la población Argentina. El entramado se complejiza sobre la capacidad del receptor para percibir el impacto y reproducir la noticia. ¿Somos capaces de detectar noticias falsas? ¿Cómo saber si no infieren en nuestra forma de concebir la realidad?  

Un estudio de la agencia francesa de investigación de mercados Ipsos, publicado en 2017, resalta cómo los humanos creemos que las noticias falsas, y la posverdad que construyen las mismas, son cosas que afectan a “otras personas” mucho más que nosotros. Asimismo, 7 de cada 10 personas en Argentina se considera capaz de identificar una noticia falsa en internet. 

Estos números pesan más al observar que las noticias falsas impactan constantemente en nuestra vida, aún cuando se cree evitarlas. De esta manera, se transforma la concepción de la realidad y la visión del mundo. El Consejo Económico y Social (CES) convocó a distintas universidades públicas nacionales a realizar estudios sobre los efectos e implicancias de los discursos de odio y las noticias falsas en las redes sociales. Los resultados arrojaron  evidencia sobre la extensión y proliferación de problemáticas asociadas al odio. En el 52, 4% de los encuestados se identificó el consumo de noticias falsas. 


¿Víctimas? Todos, de humanos a máquinas: una sociedad atravesada por el consumo digital

La transformación en nuestra forma de comunicación a partir de la llegada de las redes sociales provocó una eclosión en el entramado social como lo conocíamos previo a la existencia de internet. Una revolución que, quizá, parte de lo social pero inmediatamente se derrama a lo político, económico, informativo y comercial, y opera en forma dialéctica y simultánea. Hoy por hoy, los sujetos construyen sentido bajo el imperio de los algoritmos, las redes sociales y las métricas: es natural la reconfiguración de la comunicación humana. 

En su libro Fenomenología del Fin. Sensibilidad y mutación conectiva, el filósofo y escritor Bifo Berardi se pregunta por el lugar que le queda a la sensibilidad del humano en una época donde “la comunicación se da entre agentes de sentido que no tienen cuerpo”. Para Bifo, la pérdida de la corporeidad, la gestualidad y el intercambio de signos definen la historia de la humanidad. En el presente, “el cuerpo desaparece de la relación comunicacional, aunque siga estando materialmente”. Esta desaparición de la corporeidad y transmutación a la virtualidad margina de posibilidades de expresión a todo aquello que pertenece al mundo de lo no dicho. La información que circula entre agentes que se involucran en la complejidad corpórea desaparece. 

En este contexto, los individuos tienden a cerrarse sobre sí mismos. En esa síntesis conectiva simplista y reduccionista, no sólo se pierde margen de acción para la expresión, sino que también se pierde capacidad de intercambio. Existe en Estados Unidos una corriente psicológica que llama al fenómeno snowflake generation (“generación copo de Nieve”) para referirse a aquella generación nativa digital que no aprendió a transitar las contradicciones, los traumas, la complejidad y la ambigüedad de la comunicación. 

Los usuarios creen que dialogan porque tienen la capacidad de llegar en un click a una infinita expresión virtual de seres humanos.Sin embargo, aunque pareciera que hablan con todo el mundo, sólo hablan con gente que piensa muy parecido a sí. De esa forma funciona la lógica del algoritmo y de aquí parte la idea de que las redes sociales favorecen a la polarización social. Me atrevo entonces a hablar en primera persona del plural: tendemos a cristalizar nuestro consumo digital en un sentido casi masturbatorio, sólo podemos tolerar o dialogar con aquello que nos resulta similar a nosotros mismos. 

Democracia y fake news: un debate obligado

No podemos hablar de fake news y su relación con la política sin nombrar a Facebook, ahora conocido como Meta Plataforms. El conglomerado estadounidense de tecnología también es dueña de Whatsapp e Instagram. En realidad, el negocio de Meta no es crear plataformas de interacción digital, sino reunir grandes cantidades de datos o big data de cada uno de sus usuarios: gustos, lugares que frecuentan, círculo de amigos o personas en común, horarios pico de interacción, entre otras. 

Así es como se crea la publicidad selectiva: si vivís en Balvanera y estás buscando bicicletas, es muy probable que te aparezca una publicidad de una bicicletería a la vuelta de tu casa. Si likeás constantemente imágenes de marchas antivacunas, es probable que el algoritmo te arroje contenido que diga que el covid “es falso” o “no existe”. Así como Facebook, existen otras miles de empresas que se dedican a la recaudación de bigdata: Twitter (ahora X), Google Maps, Tinder.  


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Gracias a la Big Data la política puede utilizar esa información para identificar tendencias y nuevos comportamientos más rápido, se puede medir qué tipo de palabras favorecen a la interacción y mediante qué emoción logran la empatía por la atracción de las personas. Detectar usuarios fanáticos como también usuarios menos reactivos ante la violencia.  Segmentar la sociedad para perfeccionar el mensaje. La estrategia particular de la divulgación de noticias falsas a través de internet se naturalizó entre dirigentes políticos de todo el mundo con algunos elementos en común: ideas conservadoras de extrema derecha, discursos altamente violentos y polarizados. Discriminación, xenofobia, racismo, antifeminismo, rasgos autoritarios y antidemocráticos. 

Tres ejemplos bastan para entender la trama. En 2016, Donald Trump disputa la campaña presidencial de los Estados Unidos frente a Hillary Clinton. Trump contrató a Cambridge Analytica (CA), una empresa británica de análisis de datos y comunicación estratégica para el proceso electoral que ya había asesorado a la campaña a favor del Brexit. CA analizaba y segmentaba con datos brindados de Facebook, Twitter, como comportamiento del consumidor en supermercados, datos de tarjetas de crédito y todo tipo de actividades en internet. En su página web, la empresa se afirma capaz de “predecir las ‘necesidades’ de los sujetos y cómo estas necesidades pueden cambiar con el tiempo”. 

Así, con la ayuda de CA, Trump estudió los perfiles de cada estadounidense para encontrar a los “posibles votantes” del candidato. Aquellos que temían por la inseguridad en sus barrios el algoritmo les mostraba noticias de robos y asesinatos, así como también discursos de Trump donde hablaba de desregular más aún el uso de armas. La estrategia funcionó el día que se convirtió en presidente. Éstas y otras implicancias se conocieron a través de The New York Times y The Observer. Los medios publicaron una serie de investigaciones periodísticas que denuncian que la consultora Cambridge Analytica adquirió ilegalmente información de 50 millones de usuarios de Estados Unidos. 

Tras el show, una comisión parlamentaria británica solicitó que Mark Zuckerberg hablara sobre el uso ilegal de información personal de usuarios de Facebook por parte de CA. El parlamento británico investigó a exempleados de la compañía, los cuales confirmaron que la empresa había trabajado con el PRO y Mauricio Macri en 2015. El objetivo fue elaborar una campaña antikirchnerista para enfrentar el escenario electoral frente a Daniel Scioli en la disputa de la presidencia de Argentina. Otro caso de éxito. 

Esta estrategia no se distancia del ejemplo de Bolsonaro en Brasil, ni de Kast en Chile (spoiler alert: tampoco de Javier Milei). El nexo entre todas estas campañas es Fernando Cerimedo, quien también trabajó con Patricia Bullrich. Cerimedo es el actual responsable de comunicación digital en la campaña de El León. El consultor en marketing digital es dueño del Grupo Numen, además de ser dueño de treinta medios pertenecientes a Madero Media Group, por ejemplo, La Derecha Diario. 

En una entrevista para Infobae, Cerimedo admite que desde la empresa crean “cuentas con inteligencia artificial que tengan cierto volumen, cierta credibilidad, para después utilizarlas en una estrategia definida, con distintos contenidos y que tengan influencia”. Amigo de Eduardo Bolsonaro, hermano de Jair Bolsonaro, trabajó en el equipo de campaña del presidente ultraderechista brasilero: “Entré en los últimos 40 días, cuando se había puesto todo muy áspero. Hicimos un trabajo en paralelo a la campaña oficial para convencer a los odiadores de Bolsonaro, como los homosexuales. También hicimos campaña de contraste, que es mostrar todo lo que el candidato rival no quiere que se sepa”, cuenta él mismo en una entrevista que le hicieron en Chequeado. Así también se genera “el fenómeno de la sobrepresentación”, falsas tropas para dibujar falsas multitudes. Si todos los números se inflan, ¿cuál es la presencia real de usuarios que reproducen efectivamente esos discursos? Bajo el anonimato que propone internet es muy difícil saberlo.

Además, Cerimedo fue uno de los propulsores del asalto a la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia. Luego de que Bolsonaro perdiera las elecciones logró juntar 400 mil espectadores en un vivo en  YouTube donde se dedicó a denunciar fraude con pruebas falsas y cuestionar la legitimidad de Lula Da Silva como nuevo presidente. Motor, como tantas otras narrativas similares, para el desarrollo de los ataques violentos que se dieron a las instituciones del Estado brasilero. La derrota en la campaña de Bolsonaro fue el trampolín para trabajar luego con otros líderes de ultraderecha de América Latina. Pasó por Chile (Kast) para luego coquetear con Patricia Bullrich y terminar en la campaña de Milei, para quien afirma trabajar gratis. Se considera un “gran defensor” de sus ideas. 


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¿Y ahora qué?

Los Estados del mundo se vienen preguntando cómo combatir las noticias falsas para evitar las olas de desinformación, la propagación de mensajes violentos y el odio. Superpuesto aparece el complejo debate sobre los límites de la libertad de expresión:hay quienes creen que una excesiva regulación de estos discursos puede llevar a la censura, mientras que otros, sin embargo, hablan de legislaciones que limitan mediante el punitivismo el alcance de estos discursos. 

Esos son los casos de algunos países de Europa. Para junio de 2017 Alemania, el país del holocausto, aprobaba una ley contra la difusión en las redes sociales de mensajes de odio y también de informaciones falsas, propaganda terrorista y pornografía infantil. Gracias a esa legislación, las plataformas de redes sociales, como Facebook, pueden pagar multas de hasta 50 millones de euros, en tanto los CEO´s pueden percibir multas individuales de hasta 5 millones de euros en el caso de no colaborar cuando autoridades del gobierno solicitan la baja de contenidos que incumplan la norma. Francia, por su parte, aprobó un proyecto de ley que obliga a retirar en un plazo de 24 horas los contenidos de odio y violencia en internet. En caso de no hacerlo, las empresas pueden ser sancionadas con una multa de hasta 1,25 millones de euros.

Otro aspecto fundamental para rediscutir la idea del “no da lo mismo”, referida a la verdad y a la mentira o al uso de la violencia y el odio como medio de expresión en democracia, se sitúa sobre la importancia de la divulgación de la verdad. Un estudio realizado por Chequeado sobre el impacto de su trabajo de “fast checking” explica que si bien “la gente no cambia necesariamente de opinión, sí cambia su comportamiento cuando Chequeado señala que algo es falso”. Así, la intervención de este medio de comunicación reduce el incentivo para compartir contenido desinformante o alejado de la evidencia”. 

Quizá sobre el futuro (que llegó hace rato) todavía tengamos tiempo de escribir desde el presente.  Anticiparse y ocuparse ante la expansión de una dinámica de desinformación cada vez más instalada en los consumos informativos de las sociedades globalizadas puede prevenir el destino de incertidumbre a la que nos condenan las vertientes polarizadas y cargadas de odio. 

Un mundo donde los usuarios sean conscientes de sus consumos y donde los Estados no pierdan su capacidad de representatividad ni su poder de intervención es inminente para garantizar la preservación del sistema democrático. Para evitar los imperios de los algoritmos o para evitar vivir en castillos de mentiras, sin dudas hace falta un trabajo activo y disciplinado sobre la divulgación de la verdad. Un trabajo que debemos atender individual y colectivamente. 


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