Desde que soy muy chica, en el día de mi cumpleaños, mi hermana mayor pide a mi mamá que cuente cómo fue mi nacimiento, cómo fue ese día. Si estamos todas juntas mi hermana elegirá el momento de la narración. Si no, mi mamá encontrará el modo de mandarme un mensaje, una carta o hacer una videollamada para contarme.
Hace poco tiempo descubrí que aún en los años en que no estuve, mi hermana le pedía a mi mamá que le contara también a ella sobre ese día.
Veinte de enero de 1982. Mi mamá debía ingresar a la clínica a las siete de la mañana (iba a cesárea porque yo ya estaba “pasadita” de días y no parecía querer salir) pero en vez de ir directamente a internarse, mi mamá y mi papá decidieron que era el momento perfecto para comprar veladores. Así que luego de desayunar con mucha calma, se fueron al centro de la ciudad a buscar a ese par de objetos que hacen juego y parecieran ser fundamentales a la hora de recibir a un bebé en casa.
Llegaron a la clínica a eso del mediodía, el médico ya estaba medio nervioso porque quería irse de vacaciones y me había dado hasta el último día posible para nacer, así que agradeció al verla y los retó un poco.
Cuenta mi madre que mientras la acomodaban en la del quirófano, el médico obstetra cantaba el tango Cambalache a toda voz. Parece también, que era un médico muy guapo por lo que ella ni cuenta se dio que la dormían mientras disfrutaba del hermoso espectáculo.
Vuelvo a pensar en la fecha de mi nacimiento y -como siempre- se me revuelve un poco la panza. Enero del '82, pocos meses antes de Malvinas. Nací en un país en Dictadura.
En mi casa solían contar que pocas semanas antes de que Galtieri mandara a cumplir su acto inicial de guerra en Malvinas, una tarde llamó mi abuelo (paterno) desde Buenos Aires muy preocupado para decir que a los compañeros les había llegado la voz de que ese detestable borracho iba a declarar la guerra y que él (mi abuelo) no tenía ninguna intención de permitir que alguno de sus dos hijos fuera a ser parte de semejante locura. Lo que siguió fueron las instrucciones de un plan muy bien organizado para que mi papá se escondiera si lo llamaban. Por suerte eso nunca sucedió.
A la panza revuelta se le suma una enorme tristeza. El año en que nací es un año de muertes sobre muertes. Las últimas vitoreadas de un pueblo tan estúpido como el borracho y tan desesperado por algún otro éxito dudoso como el del mundial, que mandó contento a sus hijos a una muerte segura y cruel.
Será que aquel tango que cantaba el médico mientras me sacaba de la panza de mi mamá signó el pesimismo en mi forma de ver las cosas:
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 510 y en el 2000 también...