A días de haberse cumplido los 50 años del golpe cívico-militar en Chile, los recuerdos siguen ardiendo con intensidad. Las memorias fragmentadas de las familias de las víctimas se convierten en una ventana a una realidad que, aunque distante en el tiempo, parece más cercana que nunca.
En las dependencias de la casa de la memoria en Temuco, Feminacida tuvo una entrevista exclusiva con Carlos Oliva Troncoso, presidente de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos (AFDD) de la región de la Araucanía.
Carlos es hermano de Víctor Eduardo Oliva Troncoso, joven militante exiliado en Bahía Blanca y una de las víctimas chilenas asesinadas a manos de la organización terrorista Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA).
La historia perdura en aquelles que sobrevivieron
Víctor Eduardo Oliva Troncoso o “Lalo”, como lo llama su hermano Carlos, nació en Temuco en el año 1953, en el seno de una familia obrera, donde su padre desempeñaba labores como trabajador ferroviario y sindicalista.
Desde sus años de juventud, Víctor se involucró activamente en la militancia de izquierda. Inició su compromiso político en la Juventud Comunista durante su educación secundaria y posteriormente se unió al Frente Estudiantil Revolucionario (FER), vinculado al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Mientras tanto, cursaba la carrera de pedagogía en castellano en la Universidad Católica de Temuco, etapa en la cual se comprometió aún más con la militancia, según destaca su hermano Carlos.
El 11 de septiembre de 1973, su padre los despertó con una advertencia. "Levántense, parece que hay un golpe de estado en Santiago", recuerda.
“Jamás nos preguntamos hacia donde íbamos o que haríamos. Mientras uno menos supiera era mejor. Uno nunca está preparado para la tortura”, relata Carlos, quien no solo fue testigo de este sufrimiento, sino que lo vivió en carne propia. Hoy es uno de los sobrevivientes de la detención y tortura por parte de las fuerzas armadas chilenas.
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Un día de septiembre, a las 6 de la mañana, un grupo de las fuerzas aéreas irrumpió en la casa de Víctor y Carlos. "Nos detuvieron y nos vendaron los ojos. Luego sufrimos lo mismo que les sucede a todos: tortura, golpizas y otras atrocidades". En esa ocasión, recuerda que no le hicieron preguntas específicas. Su detención se basó en maltratos y torturas, lo que le hizo comprender que había sido arrestado simplemente por ser militante de izquierda.
“Los que sobreviven tienen que contar”, rememora Carlos. Fue una de las tantas frases emergentes en conversaciones durante las largas noches de detención en Temuco. “Es algo que hoy en día me hace mucho sentido, esto mismo que estoy haciendo ahora es por ellos”, añade.
"El oficial aconsejó que te fueras del país, es la única manera de salvarte la vida"
Tras ser detenido nuevamente, en esta oportunidad por la Policía de Investigaciones, el padre de ambos realizó diversas gestiones y, gracias a la ayuda de compañeros y compañeras, logró la liberación de Víctor. “Me dijeron que la orden de las autoridades es que te debían matar. El oficial aconsejó que te fueras del país, es la única manera de salvarte la vida”, fueron las palabras de su padre, según señala Carlos.
“El MIR no se asilaba, ni se exiliaba, el MIR combatía”, enfatiza. Al igual que su hermano Víctor, él también era militante del Movimiento. “Finalmente el Lalo se fue convencido por las lágrimas de mi mamá, quien le pidió llorando que se fuera para salvarse”, recalca.
En octubre de 1973, Víctor partió hacia Argentina. Inicialmente se estableció en la ciudad de Cipolletti. Con el tiempo, se mudó a Buenos Aires junto a otres compañeres exiliades de Chile. Fue en esta ciudad donde Víctor obtuvo el estatus de refugiado político otorgado por la ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados).
Los ideales no se transan
En 1974 Víctor se matriculó e ingresó a estudiar Filosofía y Letras a la Universidad Nacional del Sur (UNS) en Bahía Blanca. Comenzó su primer semestre académico viviendo en los departamentos brindados por la Universidad, mientras seguía militando en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
Víctor jamás perdió el contacto con su familia en Chile, así lo deja entrever su hermano, quien comenta que fueron quince las cartas enviadas por él durante su estadía en Argentina. Carlos las tiene guardadas hasta el día de hoy. “En la última me decía que tiene ganas de volver a Chile, porque cría que acá está su lugar. Quería volver, quería que fuera a la Universidad Católica para ver si se podría reintegrar a la carrera”, añora con cariño Carlos.
"Lo mataron, al fin me lo mataron"
El 2 de julio de 1975, en pleno centro de Bahía Blanca, la policía detuvo el tránsito de la calzada y un vehículo con un grupo de civiles armados secuestró a Víctor Oliva. Lo subieron al interior de “la fiambrera”, el reconocido vehículo utilizado por integrantes de la Triple A en sus operativos de detención y asesinato. A la tarde, Víctor fue acribillado con 33 impactos de bala a sus 22 años de edad.
"Al día siguiente mi papá fue a comprar al almacén de la esquina, donde la dueña le mostró el periódico que informaba sobre la muerte de Lalo en Argentina", recuerda Carlos y cuenta: "Mi papá gritaba: ¡Lo mataron, al fin me lo mataron!"
Con ayuda de los pastores de la Iglesia Metodista, quienes apoyaban a refugiados chilenos, se logró identificar y recuperar el cuerpo de Víctor, sepultado en Cipolletti. Diez años más tarde, en 1986, su padre logró gestionar el regreso de su cuerpo a Chile. “Ahora está en el Parque del Sendero, junto a mi papá y mi mamá”, precisa Carlos.
El día que mataron a Lalo, su mamá bajó la cortina de la vida. “Me daba la impresión de que si ella la pasaba bien, sentía que estaba traicionando a su hijo. Así fue su vida hasta que murió”, expresa Carlos e ilustra la dura realidad que enfrentan muchas familias cuando la pérdida de un ser querido desencadena la ruina de todas las vidas que quedan atrás.
El vínculo entre la Triple A y la DINA
El estrecho vinculo entre la Triple A de Argentina y la DINA chilena beneficiaba a ambos grupos. Y es que la Alianza Anticomunista Argentina arrasó con todes aquelles que se opusieran a sus designios.
Ciertos líderes militares simpatizaban con las “técnicas de limpieza” empleadas por López Rega y la Triple A, ya que creían que la única manera de erradicar el extremismo marxista era mediante la eliminación física de sus miembros. Es en este contexto, caracterizado por la presencia de pandillas de ultraderecha, actividades comerciales ilegales, extorsiones y violencia, los agentes de la DINA chilena comenzaron a llevar a cabo sus operaciones a partir de finales de 1973.
Según información concedida por el Informe Rettig, la Comisión llegó a la conclusión de que la DINA tenía responsabilidad en la muerte de Víctor Oliva. Aunque sus agentes no fueran los autores materiales del asesinato, el método de ejecución coincidía con el modus operandi del grupo extremista argentino, que operaba en coordinación y colaboración con la DINA en Argentina.
50 años en la búsqueda de dignidad, justicia y reparación
El plan nacional de búsqueda impulsado en el gobierno de Gabriel Boric Font pretende dilucidar las circunstancias de la desaparición de las víctimas de la dictadura, colaborando activamente con las investigaciones judiciales en curso y contribuyendo a la preservación de la memoria y la prevención de futuros episodios similares.
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Carlos destaca el espacio que se les ha otorgado para colaborar y contribuir en la formulación y dirección del plan de búsqueda. “Nosotros estamos dentro de este plan participando, aportando, comentando y no siendo espectadores, debemos ser actores vinculantes en este proceso”, recalca y concluye: “La sensación de todos los familiares es de sentirse escuchados, tomados en cuenta, sabemos que nadie nos garantiza ningún resultado, pero los esfuerzos se van a hacer”.
La reconstrucción de una memoria fragmentada es una tarea que compete a todos como nación. Esto se hace en honor a aquellos que han sufrido y como un compromiso para forjar un futuro en el que los abusos del pasado nunca vuelvan a repetirse.