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Dejar la ciudad: entre el desarraigo y la búsqueda de un lugar mejor

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Alquilar en la ciudad de Buenos Aires se tornó una pesadilla y los costos de vida se vuelven cada vez más difíciles de afrontar. En este contexto, la pregunta por la calidad de vida toma algunas conversaciones cotidianas y la idea de migrar pasa a ser una posibilidad. En esta nota, los testimonios de tres mujeres que comparten su proceso de desarraigo en la búsqueda de oportunidades fuera de este inmenso manchón gris en medio del pastizal pampeano.


Según el último censo del INDEC, en toda la provincia de Córdoba, entre sierras y ríos, viven casi 4 millones de personas. Entre bodegas y montañas, en Mendoza, 2 millones. Y en toda la meseta y precordillera de Chubut, sólo 600 mil. El Área Metropolitana de Buenos Aires, sin embargo, alberga más de 13 millones de habitantes; es decir, casi el 30% de la población argentina en menos del 5% de su territorio.

Parecen todos datos sueltos, duros, y distantes; pero no. Son datos que hablan de cómo nos organizamos y, por supuesto, cómo habitamos. Y reflejan diversos procesos históricos y económicos que nos invitaron a centralizar nuestras actividades en este pequeño espacio que pareciera desbordar de habitantes y de problemas. 

Más allá de los tintes políticos y las discusiones sobre desarrollo y crecimiento económico, la pregunta por la calidad de vida toma algunas conversaciones cotidianas. Esa idea compuesta de miles de matices y que cada quién describe a su manera, pero que a todxs nos interpela cuando nos preguntamos si somos felices o cómo podemos acercarnos un poco más a serlo.

Florencia es una nutricionista y tiene 36 años. Está instalada hace un año en Chajarí, al norte de Entre Ríos. Carolina tiene 41 años, es madre de tres hijos y emprendedora, y persigue el sueño de vivir en la playa.  Sofía es  socióloga, tiene 37 años y vive hace ocho en Bariloche, a donde llegó en auto con el padre de su hija.

Nacidas en distintos sectores del AMBA, se criaron acostumbradas al ruido, al caos y al olor de la lluvia en el pavimento; algo que una de ellas aún recuerda con ternura. Todas enfatizan en algo: su lugar de origen tiene mucho que trabajar y nosotros como sociedad nos debemos el debate sobre qué es el desarrollo y por qué lo asociamos a un espacio tan densamente poblado en un país con millones de oportunidades. Aunque no se trate de personas neorurales se les parecen. Por ahora, son ex porteñas. 

Cuando hablamos de lo que se abandona en la ciudad, todas coinciden: oferta cultural, educativa, trabajo, servicios y, por supuesto, afectos. Pero también embotellamientos, inseguridad, miedo y ansiedad. Esto asombró a Florencia cuando descubrió que podía apagar la alarma constante del peligro y reconectar con hábitos simples como volver de noche caminando sola a su casa. Así como también disfrutar del silencio, descansar y abandonar ese ritmo interno acelerado y ansioso que nos persigue a las personas que habitamos el AMBA.

En su nuevo lugar aprendió otra forma de vivir y confiesa: "No te das cuenta hasta que ves que podes vivir de otro modo". Asombrada, además, comparte que una de las cosas que la impulsó a mudarse fue darse cuenta que en cinco horas podía hacer lo que antes le tomaba cinco días. Ir al supermercado, atenderse en un médico y hacer trámites se volvieron parte de un paseo en su nueva ciudad de 30 mil habitantes. 

Carolina, emocionada, admite que también anhela esa paz, sobre todo este año que atravesó un pico de estrés y ansiedad que la invitó a plantearse algunas cosas. En su caso, el mayor desafío reside en trasladar la educación de sus tres hijos varones a la nueva ciudad costera. En el AMBA la oferta es coherente con la cantidad de habitantes y tiene la fortuna de contar con educación gratuita y de calidad, pero en su nueva ciudad tendrá que conseguir nuevas instituciones. Sin embargo, elige afrontar el desafío con alegría. Cree que a pesar de sus cosas buenas, la megaciudad se convirtió en un espacio materialista y de mucho consumo, y le gustaría que sus hijos conecten con otros valores. Además, a pesar de poder manejar sus horarios de trabajo, siente que el tiempo en familia no es suficiente; una de las principales razones para elegir establecerse al sur de la provincia, cerca del mar. Una ciudad más pequeña le permitirá dejar de correr y compartir más con sus hijos. 

Eso mismo buscaba Sofía cuando se mudó cerca de la Cordillera con el sueño de maternar en un ambiente más amigable. Y lo consiguió: su hija pasa los recreos rodeada de bosque. En la ciudad patagónica, emplazada entre montañas y lagos, se vive distinto y comienza a surgir el concepto de comunidad. La población entera coexiste y comparte el mismo espacio. Las personas se conocen y se saludan, no como en la gran ciudad donde recuerda sentirse un número más.

Al consultarle si esto le resulta malo o bueno aclara: “Es algo lindo, pero diferente, como un Truman Show’’. Pero a pesar de que el costo de vida es mayor, principalmente por los alquileres y servicios, cree que hay mucha ganancia. Entre ellas, el contacto con los animales, que dejan de estar relegados al lugar que sobra después de pavimentar y deforestar, y comienzan a ser parte de la ecuación.

Uno de los mitos más replicados acerca de la centralización poblacional del país reside en que en “la capital’’ se concentra el trabajo y, para ellas, ese desafío no fue la excepción. Mantener nuestra fuente de ingresos es fundamental para diseñar una vida más o menos satisfactoria. Sin embargo, a diferencia de lo esperado, advierten también la otra cara de esta realidad.


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Sofía, que al mudarse abandonó su puesto en Marketing porque aún no se ofrecía trabajo remoto, relata que se terminó dedicando a lo mismo, pero de forma independiente con los clientes que iba ganando en su nueva ciudad y por los alrededores. Florencia se llevó el trabajo a cuestas con sus pacientes de consulta virtual y agrandó su consultorio en Entre Ríos. Allí hay mucha demanda de profesionales, servicios y también de oficios; una razón más para evaluar la posibilidad de buscar nuevos horizontes. Por último, Carolina, que aún no emigró de la megaurbe, considera que la intensa competencia comercial de la gran ciudad le impide innovar para crecer y anhela poder montar un nuevo emprendimiento en la nueva localidad costera. 

Al final, todas coinciden en algo: en los nuevos lugares hay mucho por hacer y espacio para el desarrollo. 

Sin embargo, no todo es color de rosa. Pareciera que conseguir casa es tan complicado como en el AMBA. Y esto es porque las ciudades o pueblos del resto del país no son inmunes a esta nueva epidemia de falta de alquileres e, incluso, los valores y requisitos no siempre son menores. Según Carolina, la ciudad destino de su familia dependerá de dónde logre conseguir una casa para instalarse con precios accesibles para una familia de cinco integrantes. Sofía, por su parte, recuerda que cuando llegó a su ciudad actual todavía se conseguía lugar por el boca en boca. Hoy habita agradecida un terreno de 800 metros cuadrados con jardín, pero aclara que actualmente hay una deficiencia de propiedades en la zona. En el caso de Florencia, que se mudó a la ciudad de su familia, tuvo ayuda en la búsqueda de un nuevo hogar y así logró encontrar un departamento de espacios generosos, cerca del centro, por un 25% del valor que alquilaría en Buenos Aires. 

Más allá de todo, para cada persona el proceso de descentralización representará diferentes desafíos, aunque hay algo en que todas coinciden: dejar el lugar que uno vive representa un duelo. Un duelo esperado, como en el caso de Carolina, que se organiza con tiempo para que el cambio no sea tan brusco para sus hijos. O un duelo acompañado, como el de Florencia, que se instaló por temas familiares y, al ver la cotidianeidad de esa ciudad que la vio nacer, eligió quedarse. Un duelo que necesita de trabajo para ser atravesado, pero que en la paz alcanzada encuentra cobijo para trascender. Incluso a pesar de los años, reflexiona Sofía, una siempre se siente del lugar de origen. Sin embargo, no cree que pueda volver a Buenos Aires. A pesar de que se terminó la etapa de enamoramiento inicial, Bariloche sigue siendo su lugar en el mundo, aún con sus luces y sus sombras. Afortunadamente, los miedos que le compartieron sobre el frío, el trabajo y la familia no la apabullaron y siguió haciendo caso a su instinto. Pero además, como socióloga, está convencida de los beneficios de repoblar el país en su totalidad. 

La adaptación de Florencia fue más que positiva. Tanto así que hoy recuerda los tiempos de pandemia, aquellos donde por la ventana no veía más que edificios. Hoy se encuentra rodeada de paisajes coloridos al punto que, al visitar el AMBA, su cuerpo le pide volver a su nuevo refugio. Desde que se fue, Buenos Aires le parece muy ruidosa. Y a pesar de las cosas lindas que ofrece, no se imagina volviendo a su ruido, su estrés y sus tiempos difíciles. Carolina, por su parte, sabe que las expectativas pueden no coincidir con la realidad, pero la experiencia y el aprendizaje siempre son ganancia. Por eso, tiene claro que si no funciona en la costa, probaran en otro lado. 


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Actualmente se hace compleja la tarea de magnificar el alcance de este proceso migratorio. Principalmente porque la información de los dos últimos censos refleja un incremento en la población del AMBA y además porque no existen datos oficiales de personas que hayan cambiado su lugar de residencia. Sin embargo, basta con analizar estadísticas del sector inmobiliario, o bucear en los medios de comunicación para conocer de primera mano historias de quienes protagonizan esta partida del punto más neurálgico del país.

Como ellas, miles de otras personas se preguntan cómo seguir. En una megaurbe que pareciera tener todo a la mano, pero que muchas veces hace de la rutina diaria una carrera de obstáculos y de la proyección a largo plazo, una utopía. Donde a veces no alcanzan los miles de teatros y librerías para despejar las mentes ajetreadas y las plazas no logran suplir la demanda de ‘’pastito y sol’’. Alquilar se ha vuelto una quimera, trasladarse se hace cada vez más desgastante y los costos de vida imposibles de afrontar. Quizá éstas sean las respuestas al fenómeno creciente de personas del AMBA que buscan en otros destinos su nueva casa. Un espacio al que llamar hogar, aunque la lluvia en el pavimento no tenga el mismo perfume.


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