El pasado, un mapa para no reincidir en viejos errores, se presenta como un rincón lejano, un recuerdo borroso, el lugar del cual mejor escaparse de una vez. Si el tiempo es lineal, pareciera dibujarse en un espiral cerrado, rozando los mismos puntos una y otra vez. La intolerancia, el odio ante un otro deshumanizado y la amenaza de lo que sigue a la deshumanización. La pregunta sobre el miedo aparece en primer plano. ¿Cómo no temer cuando se asoma desde la clandestinidad el germen del fascismo? ¿Se puede transformar el temor en combustible?
La memoria
El pasado no debería ser un anzuelo en la suela del zapato, ni una piedra dentro, y probablemente no debería convertirse en el futuro. La historia —lejana, pero también reciente— tiene un enorme potencial en tanto experiencia personal, pero sobre todo colectiva. Aprender de los errores, no tropezar dos veces con la misma piedra son apenas dos de la infinidad de frases hechas que tratan de sintetizar lo que debería ser un lema de vida para los pueblos, aunque a veces pareciera desdibujarse ante las crisis, el hambre, la violencia. Quienes saben dicen que son justamente los momentos críticos en donde las masas toman las decisiones menos atinadas (si es que no les son impuestas), y que no es casualidad que aquellos que tienen pocos argumentos para dirigir un grupo de personas busquen generar esas crisis para luego proponerse como la salida. Figurita repetida, pero increíblemente eficaz. Salvo que se eche un vistazo al camino recorrido, ¿qué dice la historia?
La cantidad de información que nos rodea y la velocidad con la que circula pareciera generar un efecto acelerado del tiempo. Ayer es algo cada vez más lejano, aprendemos menos de lo que deberíamos de los errores que lastiman los vínculos humanos de nuestra sociedad. Y seguimos adelante. Toleramos la pobreza y la miseria, se vuelven invisibles, parte de un paisaje cotidiano. De modo que expresiones como las de Jorge Macri, candidato a jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, cuando declara que las personas en situación de calle “usan los cajeros como departamentos”, pasan desapercibidas y carecen de consecuencias. El límite se estira cada vez más.
“La derechización de la política” se bautizó a la incorporación de ideas fascistas maquilladas de mano dura. Mientras consumimos la realidad a través de memes que la vuelven tolerable, digerible, y convertimos en chiste todo lo que —pensamos— ya no implica una amenaza. Esta postura algo fanfarrona de pensar que podemos reírnos de un tipo y sus ideas alocadas nos impidió ver que muchos no sólo no se ríen, sino que ven en él y sus ahora candidatos posibles líderes. Hasta el mismísimo Carlos Maslatón, panelista de C5N devenido en oráculo de la derecha, descreyó de Javier Milei y lo tildó de desequilibrado, pero no fue hasta poco antes de las elecciones —tal vez cuando advirtió que “era joda y quedó”— que se volcó de lleno a su apoyo.
Me recuerda todo esto a una reflexión de Martín Barbero, un español teórico de la comunicación que vivió en Colombia desde 2003 hasta su muerte en 2021. Barbero cuenta una anécdota en la que fue al cine con sus colegas a ver un melodrama que tenía tiempo récord en cartelera. Lo que llamó la atención del escritor es que mientras él y sus compañeros se reían a carcajadas de la película un grupo de personas amenazaron con echarlos si no se callaban. No fue hasta ese momento que prestó atención y se dio cuenta de que mientras ellos se burlaban de la película —según el mismo Barbero un drama que no podía ser consumido sino como comedia— el resto del público lloraba emocionado por la historia. Estaban viendo películas diferentes.
“A partir de ese instante, y hundido avergonzadamente en mi butaca, me dediqué a mirar no la pantalla sino a la gente que me rodeaba: la tensión emocionada de los rostros con que seguían los avatares del drama, los ojos llorosos no sólo de las mujeres sino también de no pocos hombres. Y entonces, como en una especie de iluminación profana, me encontré preguntándome: ¿Qué tiene que ver la película que yo estoy viendo con la que ellos ven? ¿cómo establecer relación entre la apasionada atención de los demás espectadores y nuestro distanciado aburrimiento? En últimas, ¿qué veían ellos que yo no podía/sabía ver?”, cuenta.
Si bien esta reflexión que Barbero llama “Desafío epistemológico” se da en torno a consumos culturales, sirve para pensar que tal vez subestimar la mirada del resto sobre un mismo fenómeno implique negar que no todes leemos la realidad con las mismas gafas. Ignorarlo es cuanto menos peligroso.
El miedo
“Campaña del miedo” es el nombre que se ganó el conjunto de argumentos para “convencer” a las personas de que determinados partidos y candidatos prometen miseria disfrazada de progreso. En los últimos meses se conocieron diferentes opiniones sobre el efecto de los vaticinios pesimistas. Algunas personas aseguran que “asustar” podría ser “efectivo”, otras dicen que no es por ahí. Y así. Mientras muchos tratan de mantener la calma, sin asustar ni asustarse y además recomiendan a otros que no se asusten, pasan cosas que, más allá de todo análisis, dan miedo o al menos deberían darlo.
El 1 de septiembre se cumplió un año de que un sujeto acercó un arma a centímetros de del rostro de la líder política más querida del país (le pese a quien le pese esto es un dato, no una apreciación) y disparó un tiro que no salió. El crimen, el intento de lo que se llama magnifemicidio, sigue impune gracias a una justicia íntimamente relacionada con funcionarios y funcionarias supuestamente vinculadas, a su vez, a la organización a la que pertenecen los que intentaron matar a Cristina. Además de las diferentes pruebas que surgieron a partir del hecho, ¿a quién les sorprendería que tuvieran algo que ver si el intento de eliminar a CFK cierra perfectamente con sus deseos expresados públicamente en cada oportunidad? Por otro lado, si no es de temer la facilidad y la impunidad con la que sectores de poder se relacionan con un acto semejante como el intento de asesinato a una líder política, ¿qué lo es? ¿Qué nos debería asustar sino esto? Y, ¿qué queda para el resto de la sociedad si la política más influyente de nuestro país no es merecedora de una investigación seria?
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Muchas personas hablan del intento de asesinato a Cristina como un momento quiebre, pero este no hubiera sido tal si antes no se hubieran dado una serie de actos violentos que allanaron el camino. La rutinización y naturalización de esa violencia política, misógina y clasista —entre otras— ayudó a blindar el odio frente a todo tipo de reflexión. Mencionada por la misma Cristina en el acto del Teatro Argentino de La Plata en abril del 2023 y tomada por Juan Grabois como advertencia, la deshumanización de ciertos actores sociales ganó protagonismo. Muchos militantes y representantes de La Libertad Avanza, el partido de Milei, usan constantemente frases como “vas a correr”, “ya vas a ver”, como advertencia hacia lo que llaman “zurdaje”, donde entra todo aquel que no piense como ellos, y apuntan sobre todo a feministas, militantes de organizaciones sociales, kirchneristas y peronistas.
Nunca fue gratis ignorar este fenómeno de construcción de un enemigo al que "destruir" según sus propias propuestas. Es por eso que es cierto, tal vez el miedo no debería ser sólo una estrategia para convencer a otras personas de “lo que podría pasar si ganan Bullrich o Milei”, sino que podría transformarse en combustible para motorizar una militancia humana que nos permita despertar a tiempo para ahorrarnos penas mayores.
Madres y abuelas
En este contexto se dio la convocatoria de Victoria Villarruel —candidata a vicepresidenta de Javier Milei— a un acto para homenajear a “víctimas del terrorismo” en la Legislatura porteña. Ya es de público conocimiento que la candidata a Vicepresidenta de Milei tuvo cercana relación con genocidas condenados por la Dictadura Militar, sin ir más lejos su contacto apareció escrito en los cuadernos del mismísimo Etchecolatz; se sabe también que Vilarruel organizaba visitas a los represores en sus respectivas prisiones. No está de más preguntarse, si como candidata se anima a esta provocación y echa sal en heridas abiertas de nuestra sociedad, hasta dónde llegaría si su poder fuera aún mayor.
Afortunadamente, del pasado a este pueblo le quedan más que historias y la justicia parcial de haber reconocido al Terrorismo de Estado como tal, y cuenta además con un talismán surgido en aquella oscuridad que fueron los 70, que echa luz sobre la memoria: las madres y abuelas de plaza de mayo. Ellas, hilo conductor de este tiempo que se pretende lineal, todavía cuidan por un lado la memoria de sus hijos y sus nietos, víctimas y sobrevivientes de un terror que todavía tiene el descaro de sentirse amenaza, y por el otro el futuro de todos los que todavía tenemos tiempo de reforzar los lazos amorosos y reivindicar la vida sobre la muerte. Como dijo Ofelia Fernández, esta generación que creció viéndolas luchar y guiada por ese coraje tiene la responsabilidad de custodiar la memoria que construyeron.
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Al fascismo nunca más
Guillotinas de cotillón, bolsas mortuorias, un arma en la cabeza de la Vicepresidenta. Mientras tanto, los medios de comunicación fogoneando la violencia. Entre los que intentaron asesinar a Cristina y Revolución Federal, la agrupación que pareciera integrar de manera protagónica este surgimiento neofascista —desde la cual salieron a la luz amenazas explícitas de “terminar con el kirchnerismo” y ofrecimiento de armas— la justicia no ve ninguna relación y la “investigación” corre en dos causas separadas. Estos muchachos que se embanderan con palabras como libertad y revolución se retiraron un tiempo de la escena y volvieron al rato. Están organizados y evidentemente financiados, hasta donde se sabe, por personajes cercanos a Mauricio Macri, y varios de sus líderes y representantes se forman en las filas de La Libertad avanza.