Camila siempre viaja en la línea San Martín. Pero este lunes fue distinto. Un grupo de antiderechos la golpeó con saña a ella y a dos pibas que estaban en el mismo vagón. Y nadie las asistió: golpeadas, tuvieron que ayudarse entre ellas. Camila decidió contar la agresión en las redes sociales y desde Feminacida compartimos su relato.
Alrededor de las 12.20 me subí al San Martín como todos los días.
Siempre viajo en el primer vagón que le sigue al furgón, el que mira hacia retiro.
Hoy no fue un día cualquiera, porque entre las estaciones de Morris y Hurlingham, un hombre decidió agarrarme del vestido cuando pasé por al lado suyo, a la vez que me decía cosas obscenas. Voy a ser sincera: lamentablemente estoy muy acostumbrada a sufrir acoso cada vez que salgo de mi casa -al igual que todas las mujeres que conozco- y hoy por hoy ya no me banco ni la más mínima situación, así que, claramente, reaccioné empujándolo e insultándolo de todas las formas posibles, pero él y su grupito no hicieron más que reírse y tratarme de puta.
Caminé lo más rápido posible -mientras seguía escuchando sus insultos- hacia las únicas personas que me inspiraban confianza: dos pibas que tenían el pañuelo verde colgando de sus mochilas. Ni siquiera hizo falta contarles lo sucedido, habían visto todo, y tan pronto como empezaron a defenderme, dos mujeres se nos acercaron de manera sumamente violenta y empezaron a agredirnos, primero verbal y luego físicamente.
El primer golpe, que fue a puño cerrado directo en mi cara, fue acompañando de un "esto les pasa por putas asesinas". Claro, ellas tenían el pañuelo celeste y nosotras el verde. Para los celestes, la diferencia de posturas parece ser justificativo válido para golpear a una mujer, a diferencia de nosotras, que, en nuestro legítimo derecho de defendernos, no utilizamos la violencia física ni una vez.
A ellas se les sumó el hombre que me había acosado en un principio. No le alcanzó con vernos tiradas en el piso, humilladas y dobladas del dolor, producto de los golpes de las dos mujeres. También tuvo que pisarnos y pegarnos patadas en el vientre, al grito de "así se quedan estériles y no abortan más" mientras se reía de la manera más cínica que vi jamás.
Mientras tratábamos de protegernos entre nosotras, desde el suelo pudimos ver que había gente filmando, algunos riéndose, otros preocupados (pero nunca dar una mano o detener la agresión, ¿no?). También algunas personas pidieron ayuda a los guardias que, de manera completamente injusta, nos bajaron a nosotras tres en la siguiente estación, aludiendo que no podíamos permanecer en la formación por incitar a la violencia, mientras que nuestros agresores no fueron siquiera demorados en el andén y pudieron seguir su viaje tranquilos y con total impunidad.
Delfina y Luciana, las chicas que me quisieron ayudar, son menores de edad. Fueron agredidas, al igual que yo, por personas que rondaban entre los 30 y 40 años. Las tres estamos en búsqueda de esos videos porque no queremos que se lleven esto de arriba.
Al ver que nadie hacía nada, decidimos ayudarnos a nosotras mismas: llamamos a los padres de las chicas, fuimos al hospital más cercano y llevamos el informe médico a la comisaría más cercana para hacer la denuncia. Luego de la revisión médica, informamos los resultados del accionar de quienes dicen defender la vida: Delfina, de 17, tiene un dedo quebrado, contusiones en la cabeza y golpes en todo el cuerpo. Luciana mañana va a festejar su cumpleaños de 18 con un derrame en el ojo derecho y golpes en brazos, piernas y vientre. Yo tengo el tobillo izquierdo esguinzado y contusiones y golpes repartidos por todo el cuerpo, especialmente en la espalda, vientre, brazos y piernas.
Pedimos difusión por varios motivos: primero, para que conozcan cual es el proceder de quienes se autoproclaman "defensores de las dos vidas". En segundo lugar, para lograr dar con esos videos y poder así escrachar públicamente a esos sanos hijos del patriarcado. Tercero, para recalcar el pésimo manejo del equipo de "seguridad" de la línea San Martín y, por último, para recordarles que VA A SER LEY.
Foto: Marina Carniglia