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Las pibas, un mundial de ilusiones

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Aldana es de River. Se fanatizó por el club de la mano de su abuelo, su madre, su tía y la radio. Escuchaba a Atilio Costa Febre cada noche que la banda blanca y roja salía a disputar un nuevo encuentro. Hugo, su abuelo, le relataba las historias más gloriosas del club cada tarde o noche que había un partido. En su adolescencia iba a la cancha con su mamá y su tía. La ilusión se prendía cada fin de semana. Luego, ya más grande, Aldana conoció a Marina, se hicieron amigas y cada domingo repetían el ritual para decir presente en la Sívori Alta o más conocida como “la popular” en el estadio Monumental.

En River llegaron las malas cuando Aldana cumplía la mayoría de edad: la gestión de José Maria Aguilar, la dirección de Passarella, las balas, los hermanos Alan y William Schlenker y el tan temido descenso. Las lágrimas, la bronca, el dolor.

La historia de un amor

Aldana con el avance de los años, su edad y los partidos en la categoría B Nacional fue entendiendo que el fútbol no era solo un deporte de apasionados, de locos, de magos como su abuelo y la radio le habían contado. El deporte del que ella se había enamorado era otra cosa.

River regresó a primera. Un día la Spica anunciaba la llegada de Marcelo Gallardo como Director Técnico de un equipo que volvía a tener esperanzas. Vinieron las buenas, el éxito y las copas. Pero algo había cambiado, eso que llaman ilusión se había roto para ella. Aldana creció, asumió responsabilidades nuevas y su pasión por River quedó a un costado. El amor no se perdió, simplemente ya no la obsesionaba como antes. Cada tanto miraba algún partido, estaba atenta a algunos resultados y no pisaba una cancha hacía varios años.

El feminismo se metió en su vida luego de una relación conflictiva con su primer novio. El “Ni una menos” se lo colgó como bandera en 2015 y desde ahí no se bajó nunca de esta lucha violeta y verde. A principio de este año, escuchó hablar del nombre Maca Sánchez, una jugadora desvinculada de la UAI Urquiza. Empezó a ver que el deporte que le habían contando no era el único. Entendió que había otro fútbol posible; uno feminista, profesional y disidente.

Los nombres Estefanía Banini, Vanina Correa, Sole Jaimes y las 22 de Carlos Borrello empezaron a retumbar en sus oídos. Hace algunas semanas, una entrevista en Radio Con Vos de Maria Odonell a Gabriela Garton, arquera suplente de la Selección Argentina, la tuvo atrapada durante varios minutos.

Volver a creer

Aldana se enganchó con el mundial de fútbol femenino, completó el fixture de Feminacida y se apasionó con el primer punto que se llevó la albiceleste contra Japón en el empate 0 a 0 el 10 de junio, mientras seguía el partido atenta en su almuerzo del trabajo.

La ilusión volvió a latir. Llegó la batalla contra Inglaterra y, al finalizar el partido, Aldana se quedó con el corazón revuelto. Comentó con varios varones lo que había pasado en la cancha. “Lo que hicieron ya es histórico”, le dijo a un compañero del trabajo que la intentó chicanear con la charla.

En el partido contra Escocia el sentimiento por ver a la redonda debajo de los tres palos resurgió en el cuerpo de Aldana, como si volviese a compartir un partido prendida a la Spica con su abuelo. Las pibas le devolvieron la ilusión de creer en lo más puro, en lo más real del deporte que es el hambre de gloria.

Una gloria que no se escribe con signos de pesos, se escribe con tinta de pasión y amor por la camiseta. Una gloria que las pibas de la selección femenina de fútbol lograron hoy después de empatar un partido que las daba por vencidas cuando el tablero marcaba el 3 a 0. Esa  misma que las vio resurgir de las cenizas para gritar gol con el minutero pisando el final del partido en el tiempo complementario.


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