Mi Carrito

Furia travesti por La Chicho

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“Estamos hartxs, cansadxs, pero no nos van a doblegar. Nos organizamos contra tu violencia cistemática, capitalista, racista y odiante que prefiere chongos asesinos que maricones. Somos maricas, lesbianas, travestis, tortas, trans, putos, bisex, no binares; existimos, resistimos y deseamos. No es fobia, ni es locura, ni es ajuste de cuentas: es un crimen de odio.”

De esta manera invitaba la activista travesti Marlene Wayar desde sus redes a la manifestación para denunciar el crimen de odio de La Chicho, una mujer trans asesinada el sábado 26 de octubre en la zona de la estación de micros de La Plata.

Un grupo importante de personas se reunió para recordarla ayer en la calle 2 entre 41 y 42. En el tumulto se destacaba una bandera roja furiosa, que en letras plateadas desafiaba: “qué lindo sos”. Esa fue la frase que La Chicho supuestamente le dijo a Tomás Cerletti, quien segundos después la mató a puñaladas.

 

Durante los últimos años, quienes militan incansablemente el feminismo, hacen hincapié en la idea de que el asesinato es la punta de un iceberg que se construye desde los machismos más imperceptibles, el acto final, el más crudo y más explícito. El femicidio no es un hecho aislado cometido por un loco o un psicópata: es el último eslabón de una cadena de violencias que para muches suelen ser invisibles. Los travesticidios y los transfemicidios no escapan a esa lógica perversa. Es entonces imprescindible desnudar las escenas de violencia naturalizada para entender el final de la película.

Todavía no se cumplió un mes de la inmensa marcha en contra los travesticidios que tuvo lugar durante el fin de semana del Encuentro Plurinacional de mujeres y disidencias. “Vecino, vecina, no sea indiferente, se matan las travestis en la cara de la gente”. Aquel canto enérgico que atravesó la calle 1, donde por las noches muchas de las mujeres trans que residen en la ciudad se ganan la vida como trabajadoras sexuales, hoy volvió a escucharse en las calles de La Plata. Esas palabras, simples, sinceras, nos interpelan a todes como sociedad, no sólo porque desde algunos sectores suelen buscar las razones de la violencia poniendo el foco en las víctimas (qué hizo, quién era, qué se puso, etc). También porque son nuestros amigos, padres, hermanos, tíos e hijos los que la ejercen.

¿Qué preguntas deberíamos hacernos a la hora de pensar la responsabilidad sobre estos crímenes? ¿Qué estrategias debemos repensar desde el feminismo para evitar caer en el dogmatismo y lograr una amplitud que reconozca a las disidencias como parte fundamental del movimiento? ¿Puede ser considerado feminista el feminismo si no se pronuncia transfeminismo?

Es claro que la avanzada liberal en la región no ayuda a la hora de plantear las estrategias para una sociedad libre de prejuicios. El sistema estigmatiza y criminaliza a quienes no forman parte de los estereotipos de "gente común", y a todes aquelles que quedan por fuera de la norma que, finalmente, define quién puede vivir  y quien no. Los derechos, incluso derechos humanos como la vida, se transforman en privilegio.

El asesinato de La Chicho no fue una pelea callejera ni un ajuste de cuentas, como insinúan varios medios. Además la nombran en masculino, ignoran su identidad, dificultan un análisis competente sobre el caso y entorpecen una lucha que reclama al menos un tratamiento serio a la hora de informar sobre sus víctimas. Estos enfoques retrógrados y nefastos retroceden miles de pasos en un camino que se viene forjando hace muchísimo tiempo a costa de la sangre y la vida de Lohanas y Sacayanas, de personas como La Chicho, quien se atrevió a mostrarse deseante y pagó las consecuencias de un machismo que a veces parece malherido, y luego resurge y nos roba a otra compañera.

En vísperas de la marcha del orgullo, que como todos los años tendrá hoy en Buenos Aires, diferentes personalidades de la comunidad travesti trans, invitan a tomar las calles para denunciar el genocidio contra la comunidad, con un promedio de vida de treinta y dos años, que tiene como cómplices al Estado y a una parte de la sociedad que, tal como señalaba Marlene Wayar en la convocatoria a la manifestación por La Chicho, prefiere chongos asesinos antes que maricones.  Este contexto le otorga una fuerte responsabilidad al feminismo en la tarea de visibilizar y hacerse eco de estas problemáticas. Lo interpelan desde una consigna que de ninguna manera puede postergarse:  ni una trans, ni una trava menos por violencia machista.


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