Por Michelle Fiszlejder*
Ilustración: Observatorio Plurinacional de Aguas
La falsa creencia de que toda persona es autónoma en relación a la naturaleza y al resto de sus semejantes es antagónica a las necesidades de la vida humana y pone en juego su misma subsistencia. Por el carácter de sus reivindicaciones, el movimiento feminista y el socioambiental pueden llegar a construir conjuntamente cosmovisiones acordes a las interdependencias que componen a la humanidad.
Lxs humanxs somos seres interdependientes de la naturaleza y de las personas que nos rodean. Necesitamos de alimento, agua y minerales para poder subsistir y la vulnerabilidad de nuestros cuerpos requiere inevitablemente del cuidado que nos puedan proporcionar otras personas. Sin embargo, el sistema económico y las cosmovisiones sociales vigentes se han desarrollado en contraposición a estas interdependencias materiales y relacionales. El modelo de vida predominante se reproduce ignorando los límites físicos planetarios y desvalorizando las tareas de cuidado.
Al respecto, la antropóloga y activista ecofeminista española Yayo Herrero sostiene que las concepciones hegemónicas basadas en la falsa creencia de que toda persona es autónoma con respecto de la naturaleza y del resto de sus semejantes son antagónicas a las necesidades de la vida humana y ponen en juego su subsistencia.
Por el carácter de sus reivindicaciones, el movimiento feminista y el socioambiental pueden llegar a construir conjuntamente cosmovisiones acordes a las interdependencias que componen a la humanidad. La interseccionalidad de estas luchas no se materializa únicamente en sus potenciales emancipadores y contrahegemónicos, sino también en lo que implican los reclamos ambientalistas y feministas en concreto.
Las vulnerabilidades sociales y la defensa del medioambiente
El hecho de que las personas se perciban como autónomas tiene un costo que no es únicamente simbólico, sino también material. Este tipo de construcción subjetiva está íntimamente relacionada con el modelo productivo vigente, que crece a costa de una depredación ambiental a gran escala y que está conduciendo a un colapso ecosistémico sin precedentes. En este contexto, muchos territorios se ven en peligro y las personas que los habitan se ven obligadas a defenderlo.
En este sentido, la socióloga Maristella Svampa plantea en su artículo Feminismos del Sur y Ecofeminismo que “no se deviene ambientalista por elección, sino por obligación, a partir de la asunción de la lucha por la defensa de la vida y el territorio”. A su vez, explica que las que mayoritariamente toman este rol son las femineidades. Esto se debe a que tanto mujeres como disidencias forman parte de los sectores históricamente relegados. Según un informe de Naciones Unidas, el 60% de las personas que pasan hambre en el mundo de forma crónica son mujeres y niñas. A estas desigualdades se suma la división sexual del trabajo, que delega en ellas las tareas de reproducción y cuidado.
El hecho de que las situaciones de vulnerabilidad económica y social tengan un fuerte componente de género produce entonces que las mujeres se vean más afectadas por las diversas consecuencias que trae el avasallamiento del medioambiente y el cambio climático, como pueden ser sequías, temperaturas extremas, escasez de agua potable y enfermedades.
Con el propósito de reivindicar sus derechos y de no recaer en una situación de vulnerabilidad mayor, ellas salen a encabezar movimientos de defensa del territorio, del ambiente y de la vida misma. Svampa denomina a este proceso la “feminización de las luchas”. Algunos ejemplos son experiencias como el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir y Madres de Ituzaingó.
Al dimensionar estas complejidades, podemos comprender la magnitud de la interseccionalidad existente entre el ambientalismo y el feminismo, más específicamente el feminismo popular, que busca debatir sobre territorios, tierras y representaciones.
Economía feminista y Ecofeminismo
La perspectiva de la Economía feminista contiene dentro de sus postulados una intrínseca relación con el ecofeminismo constructivista. En palabras de Svampa, esta última corriente destaca el paralelismo entre la explotación de la naturaleza y de la mujer por el hecho de que ambas están bajo una lógica de dominación por parte del humano y del hombre, respectivamente. Sin embargo, lejos de caer en una visión “esencialista”, plantea que la interrelación entre ellas se da por una construcción histórico-social, ligada a la división sexual del trabajo y a la separación entre la producción y reproducción de lo social.
La economía del cuidado y la cuestión ambiental no sólo se vinculan en un plano teórico, sino también práctico. Un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura señala que, debido a que en los ámbitos rurales las labores de abastecimiento de los recursos naturales se asignan tradicionalmente a las mujeres, los efectos del cambio climático agudizan la carga de las tareas de reproducción.
“Entre los desafíos para adaptarse al cambio climático están la lucha contra la desertificación y ampliar el acceso al agua. Las mujeres y niñas, dado el modelo patriarcal de familia, se convierten en las responsables de la búsqueda de agua para consumo humano en las familias. Los períodos prolongados de sequía hacen que las caminatas sean más duras y frecuentes, teniendo otras consecuencias vinculadas, como los mayores índices de enfermedades”, detalla.
Hacia una perspectiva interseccional
En este escenario, construir cosmovisiones en las que se produzca una sinergia entre las perspectivas ambientalistas y feministas no derivará únicamente en percepciones más justas y equitativas con la naturaleza y las desigualdades de género, sino que también llevará a crear modos de vida que se adecuen a las interdependencias que componen a la existencia humana. Todas las personas somos ecodependientes e interdependientes de nuestros semejantes.
Desligar la concepción de desarrollo con la acumulación indefinida de ganancias y reemplazarla por una que esté relacionada a la sustentabilidad, al cuidado y bienestar poblacional, es uno de los grandes desafíos que puede emerger de la interseccionalidad. Para llevar adelante esta disputa, se necesita una batalla que se dé en el plano económico-político y en el socio-cultural, ya que el modelo productivo y de consumo vigente pueden perpetuarse porque hay subjetividades que lo legitiman y lo reproducen.
Como dice Yayo Herrero, recuperar las percepciones de ecodependencia e interdependencia como señas de identidad de lo humano son tareas tan pendientes como urgentes para construir sociedades más justas en el presente y garantizar el futuro que se viene.
*Michelle Fiszlejder es integrante de la agrupación Jóvenes por el Clima.