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Chicas en tecnología: achicar la brecha para transformar el sistema

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La pandemia y el posterior Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio demostraron que el uso de las nuevas tecnologías llegó para instalarse definitivamente en la cotidianeidad: como una herramienta de trabajo, para las relaciones comerciales, para las diferentes maneras de contactarse con otrxs, e incluso, para espectáculos masivos virtuales.

Cuando pensamos en esas nuevas tecnologías, inmediatamente resuenan en  la cabeza nombres como Bill Gates, Steve Jobs, los creadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, o Mark Zuckerberg, el creador de Facebook. Hoy en día se lee en libros electrónicos, cuyo puntapié inicial lo dio Jeff Bezos, fundador de Amazon. Para ver videos, se busca en YouTube, creada por Steve Chen, Chad Hurley y Jawed Karim. Las noticias, las discusiones políticas y los memes están en la red social del pajarito, Twitter, desarrollada por Jack Dorsey, Biz Stone y Evan Williams. Por último, para despejar dudas o buscar información aparece la enciclopedia más importante de Internet, la Wikipedia, fue creada por Jimmy Wale.

Socialmente todos son considerados grandes genios. Sus creaciones revolucionaron la manera de vivir una nueva realidad: la virtual. ¿Qué tienen en común estos creadores? Son todos hombres. Pero, ¿qué sucede con las mujeres y las nuevas tecnologías?

Consuelo López es ingeniera en Sistemas y posee una Maestría en Ingeniería de Software. Trabaja construyendo esa tecnología que luego llega a lxs consumidorxs. Además, participa en una organización sin fines de lucro llamada Chicas en tecnología. Desde este colectivo se busca principalmente revertir la evidente situación de disparidad entre los géneros.

Una investigación del Instituto para la Ingeniería y Tecnología (IET) reveló que esta disparidad de géneros en las ciencias duras empieza en la niñez. Los juguetes asociados a la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (juguetes STEM, por sus siglas en inglés) son “tres veces más propensos a ser dirigidos a niños que a niñas”, por lo cual el IET advierte que estos estereotipos de género en los juguetes podrían “desanimar a las niñas a seguir una carrera en ingeniería y tecnología”.

“El camino para que una mujer se convierta en una líder en tecnología pasa por una especie de tubería con fugas. Una de ellas es la carrera, las mujeres no se inscriben porque desde pequeñas, en el juego, a la mujer se la circunscribe a las tareas del hogar y de cuidado más que a los juegos de ingenio, de lógica o construcción. La otra fuga es un mito: las mujeres se autoperciben menos inteligentes que los hombres, creemos que las carreras tecnológicas son para hombres brillantes, no para una mujer. Y, por último, los “role models”; conocemos solo a los modelos masculinos, blancos y sobresalientes que dominan el mundo del éxito tecnológico, pero desconocemos a mujeres referentes”, manifiesta la entrevistada en diálogo con Feminacida

¿Qué te estimuló a estudiar ingeniería en sistemas?

Empecé a estudiar en el 2005, en la Universidad Tecnológica Nacional de la Facultad Regional Córdoba y la verdad es que llegué de casualidad. Hice el secundario con orientación en Humanidades en Río Tercero, no iba a una escuela técnica ni tenía materias de programación, pero sí me gustaba mucho matemáticas, la materia con la que más cómoda me sentía. Sabía que quería ir a la Universidad y, como la facu que mis viejos podían bancar, por lo menos al principio, estaba en la ciudad de Córdoba, se redujo la búsqueda a las Ingenierías. Otra carrera que me gustaba mucho era la Licenciatura en Matemáticas, pero mi familia me desalentó porque consideraban que no tenía futuro. Me decían que la gente que estudiaba en la Facultad de Matemática, Astronomía y Física (FAMAF) era sobresaliente; dudaron mucho de mí. Ese desaliento me llevó a la Ingeniería en Sistema. Pero, de verdad, no tenía idea de qué trataba la carrera. Creo que en segundo o tercer año recién tuve una idea más clara de lo que se trataba.

¿En tu paso por la universidad notaste esa brecha entre géneros?

Había muy pocas mujeres adentro del aula. Éramos a veces dos mujeres en un aula de sesenta, o la única, sobre todo en los últimos años. Pero, en ese momento, no lo veía como un problema; para mí, era algo natural, naturalicé en todo momento que esa era la situación. Incluso el trato de mis compañeros o profesores fue algo que muchas veces me puso incómoda, pero sentía que así debía ser. Hasta me encontré cambiando mi forma de vestir, hablar, los temas de interés para encajar en el grupo de varones. De todo esto, me di cuenta mucho después. Nunca había notado que eso fuese un problema. De hecho, un profesor una vez me hizo pasar al frente y me señalaba la cola mientras resolvía un ejercicio. Cuando me di vuelta, todos se reían y después me dijeron lo que había pasado. Hoy, lo hubiese denunciado, pero en ese momento solo sentí vergüenza. La brecha la descubrí muchos años después cuando fui a estudiar la Maestría a Estados Unidos, gracias a una beca. En conferencias o grupos de mujeres en tecnología, me empezó a caer la ficha de la desigualdad. Muchas mujeres habían vivido situaciones similares. Y, además, conocí mujeres que fueron referentes para mí, que me sirvieron de inspiración. El 80% de mis profesores habían sido hombres que trascendían la docencia; en cambio, las mujeres se dedicaban exclusivamente a enseñar, no trabajaban en la industria”.

En una columna para el programa La Liga de la Ciencia de la TV Pública, mencionás que no hubo durante la carrera materias relacionadas con la ética profesional. ¿Considerás que eso tiene relación con la disparidad de géneros?

En las carreras técnicas no tenemos materias relacionadas con la ética. La tecnología avanza rápidamente y las discusiones éticas tienen otro proceso, más lento. ¿Es significativo en cuanto a la disparidad de género? Sin duda. Las personas que toman decisiones son quienes forman los equipos, deciden quiénes los componen. De esta manera, ni siquiera se plantean quiénes van a formar parte porque eligen dentro de sus círculos, falta una mirada holística de la sociedad. Arman sus “clubes de hombres”, hombres blancos y universitarios. Y esto excluye a la mujer, pero también a otras etnias o clases.

¿La falta de mujeres tiene algún impacto en el software resultante?

Definitivamente. Hay un sinfín de ejemplos que lo ilustran. Hoy la tecnología moldea muchos aspectos de nuestra vida; esto quedó en evidencia con la pandemia, todo pasa a través de dispositivos tecnológicos y la falta de la mirada de la mujer afecta el software. Por ejemplo, la aplicación de Apple para monitorear la salud, que fue un gran lanzamiento, no contemplaba un aspecto esencial de la salud femenina: el ciclo menstrual. Otras refuerzan el estereotipo de género: por ejemplo, las asistentes virtuales tienen voces y nombres femeninos. Google ahora está adaptando los artículos de género para que existan las dos opciones, pero inicialmente y durante muchos años el resultado de la traducción de una palabra neutra daba, por ejemplo, que doctor era masculino y enfermera o maestra, femenino.

¿Cómo se logra que esta disparidad de géneros disminuya?

Desde Chicas en tecnología trabajamos con todo el ecosistema para cerrar la brecha de disparidad entre géneros. Principalmente, con adolescentes de entre 13 y 19 años, para motivarlas, formarlas y que sean las próximas líderes en tecnología. Desarrollamos para eso diferentes programas en los que tienen la oportunidad de pasar de ser usuarias a ser creadoras de tecnología. Nuestro programa principal se llama Programando Un Mundo Mejor (PUM). Las chicas eligen una problemática social y, con el acompañamiento de una mentora, desarrollan en cuatro jornadas una aplicación para celular que intente solucionar este problema. Ya llevan desarrolladas más de dos mil apps, con problemáticas que van desde el bullying hasta inundaciones en los barrios. Además, pasan a formar parte de la comunidad y se las acerca a otras mujeres que trabajan en tecnología, para que conozcan a esas referentes. Hay visitas a empresas, becas y contacto con otras organizaciones. También acercamos a los docentes las herramientas para usar en las aulas y para que las mismas escuelas puedan desarrollar sus programas. Y, obviamente, allanamos en cierta medida el camino para que cuando lleguen al momento de entrar en un ámbito laboral, no se den contra la pared. Las empresas todavía cuentan con un cupo femenino muy escueto, por lo que se hace muy difícil ascender en la carrera. La idea de Chicas en tecnología es promover políticas de inclusión que tengan un impacto real.

Aunque lentamente, el panorama para las mujeres interesadas en el mundo de la tecnología comienza a ampliarse, es probable que también se diversifiquen las problemáticas que intenta resolver la programación tecnológica. En un contexto cada vez más diverso e inclusivo y, sin duda, cada vez más tecnológico, los enigmas de estas ciencias técnicas deben estar al alcance de todes.

– Esta nota fue producida en el marco del Taller de Periodismo Feminista de Feminacida –


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