“El motor de cambio es el amor.
El amor ese que nos negaron
es nuestro impulso para cambiar el mundo.
Todos los golpes y desprecio que sufrí,
no se comparan con el amor infinito que me rodea en estos momentos.
Furia travesti siempre”
Lohana Berkins
Daniela Ruiz está parada en el escenario de algún teatro de la calle Corrientes que no puede recordar el nombre. Tiene un vestido con lentejuelas que compró en el barrio de Once y coció a mano la noche anterior. Quien tenía que acompañarla faltó, pero eso el público no lo sabe y ella acapara todas las miradas. El cenital que la ilumina acompaña su paso por el escenario. Es la muestra de fin de año de la escuela de comedia musical de Valeria Lynch, pero Daniela no baila, ni canta, ni actúa. Unos días antes, un profesor le había dicho: “Vos no servís para nada, pero te vamos a dejar presentar”. A través de esa consigna se abre otro camino: ella conduce. “La vida me estaba marcando que inevitablemente era por ahí y que, como me pasó con todos los procesos de mi vida, donde me dijeron que no, yo dije: sí”, cuenta en diálogo con este medio.
El arte de conducir
Docente, actriz, productora, activista, directora de la compañía teatral Siete Colores Diversidad y capacitadora en el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, el currículum de Daniela Ruiz parece nunca terminar. Cada una de las disciplinas que transitó forman parte del gran semillero de talento que ella comparte con cada compañera que se cruza en su camino. Esa generosidad y ese hacer constante, son las características que mejor la definen. “La docencia la empecé sin querer, sin saberlo. Pero también porque quería brindar un espacio de taller distinto al que yo tuve en Julio Bocca, donde había mucha cis-heteronormatividad y me resultaba muy violento”, relata Ruiz y agrega: “Entonces empecé a dictar clases en dos centros culturales de la ciudad. Para mi fue un proceso de aprendizaje enorme y también, de dejar plasmado todo lo que yo había aprendido”.
Nacida en los valles calchaquíes, al noroeste argentino, arribó a Buenos Aires a sus 18 años, buscando otras posibilidades de las que le ofrecía su Salta natal. Se define como “artivista” y en esa palabra se agrupan sus pasiones: arte y activismo, actuación y militancia; elementos constitutivos e intrínsecos de una travesti que se animó a cuestionar el único destino posible de la prostitución. Hay un momento de su vida que identifica como su propio Nunca Más: “Mi quiebre fue cuando transitaba en la zona roja. Me encontré tirada, violada por cuatro policías y me abracé fuerte. Me levanté, así desnuda como estaba, tomé un taxi, llegué al hotel, me bañé, me cambié y me dije ‘Esto, a mí, no me pasa nunca más’. Fue un antes y un después”, sentencia.
Ese día decidió que, si no le daban el espacio, lo iba a construir. Durante cinco años vendió flores en la calle, y luego montó una florería en la esquina de Díaz Vélez y Honorio Pueyrredón, donde brotaron muchos más proyectos que flores. Comenzó a estudiar peluquería por las mañanas buscando “prácticas que le dieran oportunidades en la vida” y, una vez que encontró cierta estabilidad, puso manos a la obra en su deseo: la actuación. Pasó por varias academias que le negaron la participación “porque a los compañeros le traía conflictos sexuales”. Llegó a Valeria Lynch donde estudió comedia musical y “resistió dos años”. “Yo quería estudiar, quería capacitarme para poder hacer lo que soñaba. Pero, en esa época, ser trans era muy difícil, porque los cuestionamientos que te ponían eran a qué baño ibas a ir, y contra eso, no podíamos hacer mucho”, señala.
Producción, actuación y dirección. Cuánto curso encontraba, Daniela iba y se capacitaba. Persistente y atrevida llegó a la academia de Julio Bocca. “Fui al instituto, me planté y dije ‘yo quiero estar acá, esto es parte de mí’”. A contramano del mundo y desafiando uno de los espacios más heterosexuales y elitistas, la joven travesti norteña, estudió y egresó. Luego empezó la época de castings y ahí comenzó a consolidarse su activismo. “Me encontré con el racismo, el clasismo y el binarismo. En ese momento, no tenía estas palabras para nombrarlos y dar cuenta de que era violencia. Pero me encontraba con las compañeras y a todas nos pasaba lo mismo. Ahí empezamos a activar algo a lo que después le pudimos decir feminismo”, sostiene.
Las oportunidades que supo construir
Corrían los años 2000, la crisis se sentía y el sótano de la florería empezaba a convertirse en la trinchera de un grupo de chicas trans y travestis que, a falta de oportunidades, se construían las propias. “La travesti en el arte estaba vinculada solamente a la exotización y al espectáculo del show. Obviamente lo hacíamos porque sabíamos que era nuestro capital para cooptar público”, describe y confiesa que casi sin darse cuenta, el sótano se llenó de chicas y fue ahí que ella, nuevamente en la conducción, soltó la idea que desencadenaría en la primera cooperativa de arte trans de Latinoamérica. Escribió Presxs de la vida, su primera obra, donde retrataba a cinco chicas en una cárcel que, al mejor estilo Cabaret, contaban, cada una, su historia de vida. “Tenía la comedia musical muy estudiada, los tiempos, la dinámica, todo eso me sirvió como herramienta para guiarlas y para ser la directora”, explica y añade que, aunque las chicas no tenían estudios, había algo auténtico que emanaba de ellas, muy propio y potente. Así fue como empezó a dictarle clases de teatro a sus compañeras.
Obras, adaptaciones, monólogos y musicales se gestaron en ese sótano. Diversas piezas, pero un objetivo común: hacer valer la propia experiencia. Así llegó Guillermo Bergandi, director del documental Reina de Corazones, que un día tocó la puerta de la florería y, sin conocerla a Daniela, ni a las chicas, empezó a darles clase de actuación. “Tenían un propósito muy claro, hacer teatro y a través de eso mostrar su realidad, sus problemáticas. Con sus sueños, sus obstáculos, sus frustraciones, como cualquier persona, pero ellas con su contexto particular”, contó en una entrevista realizada por Directores Argentinos Cinematográficos.
Fiel a su estilo conductor y pensando siempre en las demás, Daniela le había dicho a Guillermo que no hicieran un corto, que rodaran una película. “Él me dio la razón y filmó todo, porque yo sabía que íbamos a marcar un antes y un después”, afirma la actriz y proclama: “Mirá qué visionaria”.
Arte/TV Trans o “La Cope” como la llama ella, abrió puertas para todas las chicas. “Era una especie de contrato que teníamos todas, sabíamos que la cope nos abrazaba, pero que, como actriz, cada una hacía su carrera. Entonces lo colectivo impulsaba lo individual”, asegura. Más allá del teatro y lo actoral, de a poco, empezaron a entender que ahí se estaba gestando una forma política y contracultural al sistema binario y heterosexual. Así las reuniones mutaban entre ejercicios de dramaturgia, charlas de concientización y visitas a la ANSES.
La valentía de ser mariposa
Feminista, marrón, travesti y orgullosa son las palabras que elige para subrayar su identidad. Participó de la redacción de la Ley de Matrimonio Igualitario (2010) y de la Ley de identidad de Género (2012). Comenzó su activismo en el Movimiento LGBTIQ+ y durante 12 años estuvo en la comisión organizadora de la marcha y haciendo la conducción. “Fue un proceso hermoso donde aprendí un montón”. Hoy, se considera feminista y encuentra en el movimiento el lugar donde quiere estar. “En la deconstrucción del feminismo en Argentina, hay una reivindicación del travestismo que tiene que ver con cierta fusión de las luchas. En ese abrazo que nos da, nosotras ponemos nuestras particularidades y podemos ver que somos parte de un todo, de una cuerpa mayor, desde la cual accionamos”, ilustra.
Con el cambio de gobierno del 2015, comenzó a trabajar en el Estado, siendo capacitadora de diversidad sexual en el Ministerio de Desarrollo Social. “Aprendí todo: a ser abogada, trabajadora social, psicóloga, psiquiatra y empleada estatal, todo, al mismo tiempo. Al mes, me sindicalicé y con las compañeras armamos la primera área de Género y Diversidad de ATE”, remarca. Otra vez: lucha y conducción.
Recuperar la memoria
Daniela asegura que lo que la salvó fueron sus sueños y la fuerza interna del ser travesti, que le permitió levantarse y recomponerse para seguir haciendo, para seguir luchando. “A mí, me costó mucho atravesar este proceso para hoy poder decirlo. Cuando lo hago es para que se entienda que no es meritocracia, es una forma de testimonio de vida, de ver todo lo que tuve que pasar y ver dónde estoy. Sé que me voy a morir y van a venir las demás, pero es importante saber y tener presente que esta lucha ha costado muchos cuerpos”.
Como proyecto permanente trabaja en la reconstrucción de la historicidad del movimiento travesti en Argentina y resalta que es un deber de memoria que tiene con cada compañera. “Fueron muchas chicas en muchos frentes, no es que solamente Lohana abrió la puerta y el feminismo la abrazó. A veces se piensa que todo nació de la Ley de Matrimonio Igualitario o la de identidad, pero no. Nosotras somos parte de una cuerpa más grande”, manifiesta y aclara que cuando desde los feminismos les cuestionan cómo construyen sus cuerpos, cómo se piensan es, justamente, por no entender la forma política e histórica que tiene el travestismo. “Si me depilo, me pongo aros y me arreglo es porque tiene que ver con nuestra construcción de identidad que es parte de la particularidad de nuestra lucha”.
Sanar: un acto personal y político
Una mujer racializada, analfabeta y explotada por la burguesía salteña, espera ser atendida en la sala de un hospital. La artrosis que afecta sus huesos le impide seguir trabajando. Ella está sentada y mientras aguarda, relata su historia. Si Señora, si!, es la última obra escrita por Daniela, en ella retrata a su madre, a su abuela y a todas las personas racializadas y discriminadas sistemáticamente por el poder que se otorga a las pieles blancas en detrimento de las marrones. “Me vinculé con mi mamá en el perdón y reconecté con un proceso de sanación y de entender que, la historia está contada como nos la quisieron vender en el manual de Kapelusz, reproduciendo la hegemonía que nos quieren imponer”, describe la artivista marrona y subraya que, si bien su compromiso con las compañeras trans es muy firme, ahora es hora de construir desde este otro lado también.
El arte es para ella una herramienta política que le permite cuestionarlo todo. Desarmar las prácticas violentas a las que fueron y son sometidxs determinadxs cuerpos, como el de su madre, los de sus compañeras y el suyo propio; y reconstruirlas en un guión que interpele y conmueva al auditorio. Esta obra, de teatro Andino, como lo llama la actriz, tiene la simplicidad del lenguaje que se necesita para contar las historias y problemáticas más complejas, como lo es el racismo estructural en Argentina. “Mi proceso siempre fue desde el activismo puro, ese lugar es el que me empuja a escribir para debatir sobre lo que no se está hablando. A mi me abrió mucho la cabeza encontrarme con las compañeras y entender que las violentadas, las expulsadas y las detenidas, somos todas marronas y tenemos los mismo rasgos”, denuncia.
Futuros para la sonrisa, futuros para el amor
Lo que más desea es poder volver a abrazar a las compañeras, las tortas, las trans, las mujeres, lxs no binarixs, que hoy, se saben acompañadxs y hermandxs. Encontrarse de nuevo en ese abrazo que les permite sanar todo lo que les negaron. Como aquella noche de fin de año, que después de conducir la muestra, salió a caminar por calle Corrientes. Maquillada, sosteniendo el ramo de flores que le había llevado su pareja, ella sintió que el mundo la abrazaba. Esta mujer que, recién llegada a Buenos Aires, había alquilado una habitación en el tercer piso de la calle Corrientes al 3700, ahora, ata los cabos y reconoce que ese día, su destino cambió para siempre. “Al final del camino, como nos decía la Lohana, ni todo el odio, ni el desprecio que sufrimos se compara con el amor infinito que nos rodea”, concluye.
Foto de portada: Victoria Cuomo