Mi Carrito

Kentukis

Compartí esta nota en redes

La novela de Samanta Schweblin, Kentukis (Random House, 2018), profundiza los límites de la intimidad a través de la relación de las personas con los Kentukis, una especie de Furby o Tamagotchi posmoderno que es manejado por otro sujeto. 

Un Kentuki es un peluche que incluye una cámara y unas ruedas pequeñas que le dan la posibilidad de seguir a todas partes a su amo. No es ni un robot, ni una mascota, ni un fantasma pero, a la vez, es un poco de todo eso. Viene en formato de distintos animales (cuervo, oso panda, conejo, dragón o topo). Son de apariencia barata a pesar de su elevado costo de mercado y son objetos de última moda en las sociedades que se describen en las diversas historias narradas en paralelo dentro de la novela. La persona que compra uno de estos muñecos no sabe quién lo maneja. Cada uno tiene una conexión única e irrepetible: cuando ésta finaliza quedan obsoletos. 

Una pequeña ciudad en Italia, Oaxaca y Hong Kong son algunos de los lugares en los que suceden las historias narradas por la pluma de Schweblin. Los relatos suelen comenzar con inicios en donde impera la intriga y la emoción por adentrarse a este nuevo universo. La necesidad de tener una compañía o querer vivir una vida paralela a través del Kentuki son los motivos que empujan a los personajes a ingresar a esta moda. No obstante, lo positivo se desvanece y las situaciones se pervierten por accionares tanto de los que “son” como los que “poseen” al muñeco.  

A pesar de que uno pueda creer que quien posee al Kentuki está en desigualdad de condiciones con quien ve todo desde su tablet, los relatos muestran lo contrario. Tanto el que “posee” uno de estos artefactos como el que “es” puede realizar una mala lectura de lo que sucede alrededor y provocar que los finales sean trágicos.

La construcción social que se hace alrededor de la intimidad posee diversos lugares comunes como, por ejemplo, que se debe cuidar como si fuera un tesoro preciado, pero la aparición de las nuevas tecnologías vulneran este valor. Schweblin interpela esta cuestión en su trama y lleva la relación del humano con la tecnología a un plano hiperbólico ya que los Kentukis traspasan un límite que los celulares y las computadoras no. A pesar de sus limitaciones físicas, quienes manejan al muñeco pueden ser testigos de la intimidad de la persona que se encuentra del otro lado de la pantalla. 

En la presentación que hizo en la Usina Cultural Dain en el 2018, Schewblin contó que su inspiración de la obra fueron los drones: “Fue en mi primera vuelta a Buenos Aires, hace unos años atrás hubo un boom de imágenes en las redes sociales sobre un redescubrimiento de la ciudad a través de los drones. Era cuando todavía era legal, todos subían los suyos y de pronto descubrías cosas de tu barrio, con las que habías convivido por años pero que te estaban completamente vedadas. Me daba la sensación de moscardón piloteado que te revelaba una intimidad enorme”.

A lo largo de las diversas historias, cada personaje analiza de manera distinta las relaciones que se mantienen mediante la conexión establecida. Hay quienes olvidan que detrás del muñeco se halla un ser humano desconocido y a otros, el hecho de que el artefacto sea manejado por una persona los lleva a la paranoia. Sin embargo, los que son espectadores por intermedio de la visión del Kentuki no están exentos de los malos entendidos. Creen que son testigos de la vida completa de su amo pero sólo conocen una porción de la intimidad.

Los Kentukis podrían ser una representación de lo que sucede con las redes sociales pero llevado al extremo. Schweblin decide complejizar esta discusión. Trata el tópico de que la excesiva exposición es un problema pero relativiza la discusión al colocar el foco en que acceder a lo que una persona muestra de su vida no significa que se la conozca.      

Sobre la autora

Samanta Schweblin es una escritora argentina.​ Desde 2012 reside en Berlín, donde escribe y dicta talleres literarios. Es considerada una de las escritoras más promisorias del país y una de las mejores cuentistas argentinas de las últimas décadas. Escribe en el género de cuento y novela, y sus relatos han ganado prestigiosos premios internacionales, como Distancia de rescate, su primera novela.


Compartí esta nota en redes