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Las mujeres en la Revolución de Mayo y en las guerras de la independencia

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Los movimientos revolucionarios que comenzaron a generarse en América Latina a partir de 1810 fueron el inicio de los procesos de independencia de los países de la región. Buenos Aires fue una de las ciudades protagonistas de esa gesta emancipadora que se inició a partir de la crisis de la monarquía española. A 212 años de la Revolución de Mayo, cuando se estableció el primer gobierno patrio, Ayelén Vázquez López, profesora de historia, analiza la situación de las mujeres en todo ese periodo de transformación y guerras.

Este artículo también fue publicado en el blog Perspectiva feminista


En 1808, Napoleón Bonaparte invadió España, tomó prisionero al rey Fernando VII y puso en el trono a su hermano José Bonaparte. En la América colonial, este acontecimiento generó inestabilidad, incertidumbre y violentas discusiones sobre el futuro de los territorios coloniales. En Buenos Aires no había posiciones definidas. Lo cierto es que las invasiones inglesas de 1806 y 1807 hicieron que lxs criollxs tomaran conciencia de su fuerza y su poder, así como también el sentido de pertenencia al territorio que defendieron de forma voluntaria, tanto hombres como mujeres, con la formación de las milicias para reconquistar la ciudad.

Finalmente, a comienzos del año 1810, en España fue derrotada la Junta de Sevilla que resistía el avance de Napoleón. Entonces, un grupo de criollos integrado por jefes de las milicias, comerciantes y profesionales universitarios, iniciaron un movimiento para hacerse cargo del gobierno en el Río de la Plata. Después de varios días de negociaciones, el 25 de Mayo de 1810, los criollos formaron la Primera Junta de Gobierno de las Provincias del Río de la Plata, que desplazó al Virrey Cisneros y se ocuparía del manejo de las finanzas y de la guerra. 

La Primera Junta estaba compuesta por hombres. Las mujeres no podían participar de política, su ámbito era lo privado, lo doméstico, y sería así por más de cien años. Solo unas pocas mujeres pudieron participar en la política de alguna forma, por ser esposas de los revolucionarios. Entre ellas se destaca a Mariquita Sánchez de Thompson, esposa de Martín Thompson que era oficial de la Marina. 

La historiadora María Gabriela Vásquez sostiene que hay imágenes romantizadas de Mariquita. Su imagen es evocada por la historiografía tradicional para hablar de su casa, donde se hacían aquellas tertulias, allí fue el lugar donde se cantó por primera vez el Himno Nacional. La casa era el lugar central de las mujeres, particularmente la casa de Sánchez de Thompson era un espacio político, donde tanto mujeres como varones discutían temas teóricos, políticos e ideológicos. 


El primer gobierno patrio

Entre sus miembros, Mariano Moreno representaba a los sectores más revolucionarios, que estaban convencidos de que las ideas de libertad e igualdad de la Revolución Francesa debían ponerse en práctica en el Río de la Plata; y sólo se podía lograr independizándose de España. Desde su cargo de secretario de la Junta, Moreno impulsó medidas innovadoras y difundió sus ideales revolucionarios a través del periódico que él fundó, La Gazeta.  Eso le hizo ganarse enemigos dentro de los sectores conservadores que respondían al presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, que se conformaban con un cambio de gobierno que garantizara la libertad de comercio.

Es por eso que más allá de los acuerdos iniciales, las facciones no tardaron en surgir. En diciembre de 1810 los representantes del interior se mostraron partidarios de Saavedra, Moreno renunció a su cargo y se le encomendó una misión diplomática en Londres, pero falleció en altamar en marzo de 1811, tras ingerir una sospechosa medicina. Al poco tiempo de partir Moreno hacia su destino londinense, su pareja, Guadalupe Cuenca, comenzó a escribirle decenas de cartas que nunca llegarían a destino.

En ellas se demuestra cómo Guadalupe tenía muy claro cuáles eran los intereses e ideales de su compañero y cómo estaba interiorizada acerca de los asuntos políticos  de Buenos Aires en medio de la Revolución. No solo relata los hechos, sino que también los analiza.


Buenos Aires, 20 de abril de 1811

Estas cosas que acaban de suceder con los vocales, me es un puñal en el corazón, porque veo que cada día se asegura más Saavedra en el mando, y tu partido se tira a cortar de raíz (…) Del pobre Castelli hablan incendios, que ha robado, que es borracho, que hace injusticias, no saben cómo acriminarlo, hasta han dicho que nos los dejó confesarse a Nieto y los demás que pasaron por las armas en Potosí, ya está visto que los que se han sacrificado, son los que salen peor que todos, el ejemplo lo tenés en vos mismo, y en estos pobres que están padeciendo después que han trabajado tanto, y así, mi querido Moreno, ésta y no más, porque Saavedra y los pícaros como él son los que se aprovechan y no la patria, pues a mi parecer lo que vos y los demás patriotas trabajaron está perdido porque éstos no tratan sino de su interés particular…


Entre sus cartas nombra muchas veces a Juan José Castelli y a Manuel Belgrano, que seguían los ideales de Moreno y comandaban los ejércitos contra los realistas. Era muy consciente de lo que ocurría y, al encontrarse sola con su hijo, Guadalupe sufrió muchísimo. Se enteró varios meses después de la muerte de su compañero. Quedó sumida en la pobreza al recibir una pensión miserable. Claramente no había ninguna otra posibilidad económica para las mujeres en ese tiempo, mucho menos las viudas con hijxs.

“Yo armé el brazo de ese valiente que aseguró su gloria y nuestra libertad”

En el libro La historia argentina contada por mujeres I. De la conquista a la anarquía (1536-1820), Gabriela Margall y Gilda Manso analizan distintos documentos que expresan voces femeninas de todos los estratos sociales. Asimismo, cuentan que hay un solo documento firmado por un grupo de mujeres publicado el 30 mayo de 1812, enviado al gobierno del Primer Triunvirato. Posiblemente el documento fue escrito por un hombre y demostraba ser parte de los revolucionarios radicalizados. Las damas que lo firmaron quedaban públicamente unidas a este sector. La carta dice:


Excelentísimo señor:

La causa de la humanidad con la que está íntimamente  enlazada la gloria de la patria y la felicidad de las generaciones, debe forzosamente interesar con una vehemencia apasionada a las madres, hijas y esposas que suscriben.

Destinadas por la naturaleza y por las leyes a vivir una vida retraída y sedentaria, no pueden desplegar su patriotismo con el esplendor de los héroes de los campos de batalla (…) Las suscriptoras tienen el honor de presentar a  V.E. la suma que destinan al pago de fusiles (…) Cuando el alborozo público lleve hasta el seno de las familias la nueva de una victoria, podrán decir en la exaltación de su entusiasmo Yo armé el brazo de ese valiente que aseguró su gloria y nuestra libertad. Dominadas por esa ambición honrosa, suplican las suscriptoras a V.E., se  sirva mandar a grabar sus nombres en los fusiles que costean (…)

Firman: Tomasa de la Quintana, Remedios de Escalada, Nieves de Escalada, María de la Quintana, María Eugenia de Escalada, Ramona Esquivel y Aldao, María S. de Thompson, Petrona Cárdenas, Rufina de Orma, Isabel Calvimontes de Agrelo, María de la Encarnación Andonaegui, Magdalena Castro, Ángela Castelli de Irgazábal, Carmen Quintanilla de Alvear.


En esta carta se observa que la forma de participar de estas mujeres fue a través de la donación de dinero para la compra de fusiles, ya que la patria se debía defender con armas. Al pertenecer a una buena posición social, era impensado participar en la guerra como sí lo hicieron otras luchadoras. Lo interesante es que las unía una red familiar, que a su vez sostenía una red política, cuya intención era dirigir los destinos de la Revolución: la Logia Lautaro. La unidad de estas mujeres demostraba la unidad de sus hombres.

Entre las firmantes destacamos a Remedios de Escalada, que meses atrás se había unido en matrimonio con el General don José de San Martín. Las versiones más románticas y tradicionales dicen que fue amor a primera vista, mientras que otros sostienen que fue un matrimonio por conveniencia. Lo cierto es que la opinión de la mujer era nula en los arreglos matrimoniales, y Remedios tenía 14 años cuando se casó. Este matrimonio le permitió a San Martín unirse a la red familiar y política en torno al padre de Remedios. 



La guerra por la independencia los mantuvo alejados por mucho tiempo. En 1814 Remedios se trasladó a Mendoza, ya que su marido había sido designado gobernador de la Intendencia de Cuyo, desde donde se organizaría el Ejército de los Andes con el esfuerzo de hombres y mujeres de la región. Allí Remedios encabezó el grupo de mujeres que donarían sus joyas para destinar fondos a la causa de la independencia. 

En esos años de convivencia, Remedios tuvo a su hija Mercedes, que nació en agosto de 1816, a menos de un mes de la declaración de la Independencia de las Provincias Unidas. Pero el alejamiento de la pareja fue nuevamente inevitable por los sucesos de la guerra contra los realistas. Hacia 1819, enferma de tuberculosis, tuvo que partir hacia Buenos Aires, donde murió sin poder despedirse de su marido.

Mujeres en la guerra

Las esposas de los revolucionarios, debido a esta condición y a tener una posición económica privilegiada, tuvieron un rol secundario en la política de la época. Por otro lado, están las mujeres que participaron de las guerras de Independencia, más cercanas a las clases populares. Poco se sabe de ellas por ser mujeres, si bien podemos destacar a María Remedios del Valle, Juana Azurduy y Macacha Güemes, la historia oficial no las ha enaltecido de la misma forma que a los hombres de la Revolución.

María Remedios del Valle era afro descendiente, “parda” según el sistema de castas de la época. Luego de la Revolución de Mayo, marchó con el Ejército del Alto Perú junto a su esposo y dos hijos. Participó en varias batallas, entre ellas la de Tucumán en 1812, donde se ocupó de los heridos.  Los soldados comenzaron a llamarla “la madre de la Patria”, por ser salvadora de numerosas vidas.



Manuel Belgrano, por entonces jefe del Ejército del Norte, la designó “Capitana del ejército”. En 1813 participó del triunfo de la batalla de Salta y de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma donde, herida de bala, cayó prisionera de los españoles. Fue azotada públicamente durante días, dejándole cicatrices de por vida. Más tarde logró fugarse y reincorporarse a la lucha. Logró sobrevivir a toda la campaña libertadora, su esposo e hijos fallecieron en combate.

Por su parte, Juana Azurduy, junto a su compañero Manuel Ascencio Padilla, se unió a la Revolución de Chuquisaca y la Paz de 1809 que derrocó a la Real Audiencia de Charcas. Después de la Revolución de 1810, ambxs se sumaron al Ejército del Norte liderado por Manuel Belgrano. Juana logró reclutar a 10.000 indígenas, comandó tropas, colaboró con Martín Miguel de Güemes luchando en más de treinta batallas, haciendo posible la liberación de Arequipa, Puno, Cusco y La Paz. Entre sus combatientes se destacan  “Las Amazonas”, un grupo de mujeres mestizas e indígenas movilizadas por la causa de la liberación del pueblo. Si bien el rol de Juana fue indispensable en la guerra, murió a los 82 años en el olvido y la pobreza. 



En cuanto a Macacha Güemes, hermana de Martín Miguel de Güemes, fue otra de las mujeres importantes en la guerra. Ella se encargaba de coordinar tareas de espionaje y misiones junto a otras mujeres, para ayudar al ejército de los Infernales. En 1815 Güemes fue nombrado gobernador de Salta por voluntad popular, mientras él se encontraba en la guerra, Macacha tomó las riendas del gobierno. Tras la muerte de su hermano, siguió siendo muy importante en la política de la provincia, se sumó al Partido Federal siendo muy respetada incluso entre los opositores unitarios. Murió en 1866 a los 90 años.


Hacia una mirada interseccional

La sociedad del territorio del Virreinato del Río de la Plata era colonial, patriarcal y esclavista. Los negros traídos de África no eran considerados personas, sino objetos. Las familias blancas provenientes de Europa los compraban para que realizaran los trabajos más pesados relacionados con la tierra. Para poder reproducir esta mano de obra, los colonos decidieron traer más mujeres negras. Es decir que fueron traídas con la intención de saciar la sexualidad de los esclavos, que sus hijxs también sean esclavxs. Pero no solo serían objetos sexuales para los negros, también lo serían para los hombres blancos que eran sus amos. Las esclavas, entonces, serían las más explotadas y denigradas en esta sociedad colonial. Mientras que las mujeres blancas obedecían a los hombres, las negras obedecían a sus amos y padecían todo tipo de abusos.

Gabriela Margall y Gilda Manso explican que para aquella sociedad, las mismas esclavas eran las culpables de despertar el deseo sexual tanto de los negros como de los blancos. Sus cuerpos fuertes y vigorosos, sus bailes, sus cantos, su salvajismo, todo en ellas servía para acusarlas de estimular la sexualidad masculina. Dicho de otro modo: las esclavas eran adquiridas para el sexo, y ellas tenían la culpa de que así fuera.

Ahora bien, ¿qué sucedía con la descendencia? Sus hijos también eran esclavos, ya sean hijxs de negros o de blancos. Si bien se puede pensar que durante la relación sexual con un blanco, las esclavas adquirían de forma momentánea el estatus de mujer; los amos no reconocían a sus hijxs, y cuando crecían eran doblemente rechazadxs por aquella sociedad racista, porque la culpa de que se engendraran “mulatxs bastardxs” era de las esclavas.

Al igual que los hombres, las esclavas también eran utilizadas para hacer trabajos pesados. Las mujeres blancas eran consideradas frágiles, jamás sería pensado que hicieran tareas que requieran esfuerzo físico.



Con la llegada de la Revolución, muchas mujeres negras participarían de las guerras de independencia, como Remedios del Valle. En cuanto a la esclavitud, la sociedad revolucionaria no cambió profundamente, pero sí se lograrían avances. La Asamblea del año XIII estableció, entre otras cosas, la libertad de vientres que significaba que lxs hijxs de las esclavas que nacerían a partir de enero de 1813, eran libres. Si bien los resultados se vieron años después, la noción de libertad también empezó a ser una posibilidad para lxs esclavxs. El fin de la esclavitud en este territorio se dio recién en 1861.

¡Viva la Matria!

Cuando analizamos la Revolución con una perspectiva feminista, podemos entonces conocer el rol de muchas mujeres, dependiendo su estatus social en aquella sociedad. Tras la Independencia el nuevo país no se terminaría de definir como Estado nacional hasta fines del siglo XIX. La posición de las mujeres seguiría estando en el ámbito de lo privado y lo doméstico, profundizándose con el código civil de Vélez Sarsfield de 1869 que las consideraba incapaces de todo. Bajo los condicionamientos de la sociedad patriarcal que construyeron el Estado nacional argentino, muchas mujeres a lo largo de nuestra historia lucharon por tener más derechos. Esas mujeres son nuestra madre matria.


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