Mi Carrito

Hasta que lactar (o no) sea una decisión plena

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En el marco de la Semana Mundial de la Lactancia, Mile y Mai, puericultoras de Mimalacta, trazan algunas líneas sobre los debates y tensiones alrededor del tema. ¿Es posible ejercer (o no) la lactancia desde la elección plena y la emancipación? ¿Cuál debe ser el rol del estado? ¿Cómo hacerlo cuando las lógicas capitalistas se profundizan cada vez más? ¿Cómo lidiar con los mandatos que romantizan la práctica? 


La Semana Mundial de la Lactancia se celebra en cada comienzo de agosto desde 1992. Esta iniciativa, impulsada por la Organización Mundial de la Salud y UNICEF, tiene como objetivo reivindicar a la lactancia humana como uno de los pilares más importantes, no solo en la salud de lxs niñxs y sus madres, sino también en la salud pública.

Nace en principio como una respuesta organizada a la introducción de las leches de fórmula a gran escala a partir de 1970 por parte de las multinacionales alimenticias. Cabe destacar que no es una cruzada contra las fórmulas infantiles. Su objetivo no es erradicarlas. De hecho, su surgimiento significó un gran avance para la salud de millones de bebés alrededor del mundo que, por una u otra razón, no habrían tenido como alimentarse. 

El problema es que la industria, que ha demostrado ser cruel y voraz muchas veces a lo largo de la historia, con muy eficaces estrategias de marketing basadas en mentiras y negociados inmorales con muchas asociaciones de salud (a las que aún el día de hoy siguen financiando) logró disminuir drásticamente la práctica del amamantamiento no sólo en países "desarrollados", sino también en países empobrecidos, causando gravísimos problemas de malnutrición infantil.

Este año el lema de la semana de la lactancia es “Proteger la lactancia: una responsabilidad compartida”, entendiendo que la lactancia no es una obligación, sino un derecho de las familias y de lxs niñxs, y es necesario que existan políticas públicas que aseguren este derecho. 

Porque la lactancia no tiene solamente beneficios para quien amamanta y quien es amamantado, sino para la sociedad en su conjunto. Estudios colaborativos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) han demostrado el incremento de muertes infantiles en países en desarrollo cuando las niñas y los niños no tienen acceso a una lactancia adecuada. Se estimó que aumentar los índices de lactancia a nivel mundial podría prevenir más de 800 mil muertes anuales en niños y niñas menores de cinco años y más de 20 mil muertes anuales en mujeres por cáncer de mama.  

Tenemos evidencias claras de que no amamantar impone un costo de salud y un costo económico para el niño, su madre y para la sociedad, desde el incremento de la susceptibilidad a enfermedades infecciosas y una mayor incidencia de enfermedades crónicas a largo plazo para el niño o niña no amamantado como por ejemplo, un aumento en las tasas de cáncer de mama y de ovario para la madre.

De un tiempo a esta parte, las personas con capacidad de gestar hemos logrado poner en agenda las problemáticas que conciernen a nuestra salud reproductiva y proyectos de vida. 

La maternidad, que antes era para nosotrxs un destino ineludible, visto como un instrumento para el control sobre nuestros cuerpos, es hoy, al menos en Argentina y en el plano de nuestros derechos, solo una de las tantas posibilidades a elegir. Si bien desde la materia legislativa podemos elegir si queremos o no maternar, con quién y cuándo hacerlo, las diversas realidades socioeconómicas y culturales complejizan aún más el escenario.

El contexto siempre importa

La pregunta hoy en día es: ¿Elegimos cómo hacerlo? Y de ser así, ¿elegimos en el pleno uso de nuestra libertad y acorde a nuestros deseos? ¿O, en cambio, tratamos de adaptar ese deseo a lo que la sociedad, el estado, el sistema médico y nuestro entorno laboral nos ofrece?: licencias por mapaternidad insuficientes, instituciones médicas que desconocen nuestra fisiología y patologizan lo esperable, y trabajos generalmente inflexibles.  

Desde nuestro rol de puericultoras, hemos acompañado a múltiples y diversas familias en lo que concierne a la lactancia y crianza de sus hijxs. Y hay algo que impera en casi todas las charlas que tenemos con nuestras consultantes: frustración. "Me hubiera encantado amamantar, pero en el hospital nadie me explicó"; "me dijeron que no podía, que no servía"; "quería quedarme con mi hijo, pero tuve que volver a trabajar"; "en mi trabajo no tengo dónde ni cómo extraerme leche".

Es innegable que llevar adelante una lactancia natural o no es una decisión con un fuerte componente individual y personal que debe ser respetada y acompañada sin juzgamientos y sin imponer culpas. No hay razones más válidas que otras para no hacerlo o dejar de hacerlo, el deseo (o no-deseo) es suficiente.

Pero cuando se desea y no es posible porque motivos ajenos a nuestra capacidad nos lo impiden, es momento de levantar la voz. Ya no se trata de decisiones individuales y de lo que una persona desea para sí misma, sino de poner el ojo en lo colectivo. Que elegir o no cómo maternar, alimentar y criar no dependa de privilegios, sino de tener pleno acceso a los derechos universales. Porque, en términos concretos, para que sea posible compartir la lactancia debe promoverse una igualdad de derechos entre los sujetos implicados: niñxs, personas con capacidad de gestar y acompañantes. ¿Cuál es el rol del estado entonces?

Las políticas promovidas deben asegurar la atención de calidad en todos los hospitales y centros de salud desde el embarazo, parto y hasta la primera infancia, regulando la labor de puericultoras e incorporandolas a los equipos de trabajo, además de formar y actualizar de manera eficiente a todos los agentes de salud implicados en el cuidado del binomio madre-bebé. Además, resulta necesario ampliar las licencias de maternidad y paternidad, no solo como un derecho laboral, sino como el derecho civil de lxs niñxs a estar al cuidado de sus familias el mayor tiempo posible. En otra instancia, es menester garantizar espacios seguros para la extracción de leche y el amamantamiento en todos los espacios públicos y privados, así como vacantes en jardines y centros de primera infancia con la capacidad y preparación para recibir a niñxs amamantadxs para las familias que opten por esa opción.

Hoy resulta contradictorio que se nos anime a mantener una lactancia exclusiva durante los primeros seis meses de vida del bebé porque, en un escenario donde los derechos laborales están "garantizados", las personas gestantes se reincorporan a sus trabajos fuera de casa entre los 45 días y 3 meses de vida de sus hijos. ¿Qué sucede con aquellxs que poseen trabajos informales y ni siquiera gozan de estas licencias?

La lactancia compartida deviene en responsabilidad social

Será porque hemos tratado de adaptar nuestras maternidades a los intereses de un sistema capitalista que nos dice que podemos hacerlo todo, pero todo a medias. Nos han convencido de que la lactancia y nuestro a derecho a ocupar tiempo y energía a criar, es un elemento esclavizante y de control para dejarnos al margen de la sociedad, una manera de devolvernos a los hogares, alejadas de los espacios en los que sí deberíamos estar aún cuando no sea eso lo que queremos en ese instante de nuestra vida.

Pero por el contrario, para que la lactancia humana funcione se necesita de un entorno que la favorezca y posibilite: tiempo, cuidados colectivos y equidad en el acceso a la información pertinente y adecuada. Todo lo contrario a la lógica del mercado y de un sistema individualista alejado del sentido de comunidad en dónde lo que hay que hacer debe hacerse lo más rápido posible y sin dejar de producir y consumir. 

Quizás no exista hoy en día algo más revolucionario que ir contra ese mandato: corrernos de nuestro papel de ser otro eslabón en la cadena productiva para detenernos a cultivar a otra persona, y lo que es aún más interesante, alimentarla sencillamente con lo que nosotrxs mismxs producimos, un alimento inmejorable que solo depende de un cuerpo, sin intermediarios, negocios ni dinero.

Nos debemos como sociedad y especialmente desde los feminismos reivindicar a la maternidad y a la lactancia humana como un ejercicio político y emancipatorio que aún lleno de avatares, también está lleno de goce.


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