Mi Carrito

Cris Miró, la resistencia frente al relato mediático

Compartí esta nota en redes

“Mi verdadero nombre es el que siento”, una frase que, perdida en el tráfico de las redes sociales, a poco menos de una década de sancionada la Ley de Identidad de género, podría pasar desapercibida. Sin embargo, durante los años 90 y en boca de una travesti que irrumpía en la escena mediática no fue menos que una declaración de guerra a la pretensión de normalidad que todavía hoy cae sobre los cuerpos disidentes. 

Con estas palabras se plantó Cris Miró, una de las primeras mujeres trans de la historia argentina en romper los escenarios, frente a una Mirtha Legrand que esgrimía la maldad que la caracteriza. En aquella ocasión, la conductora disparó sin tapujos sus preguntas venenosas y, mientras la vedette contestaba con firmeza la frase que aún hoy es consigna, le escaneaba sin vergüenza el metro noventa, desde los tacos hasta la envidiada cabellera. “¿Y por la calle vas vestida así tal cual?”, insistió, acompañando con un gestito de desprecio. Hasta la más baja de sus preguntas la hizo con una sonrisa petrificada y, del mismo modo, la entrevistada amortigüó los golpes. 

Estos son sólo dos sorbos del trago amargo al que Cris Miró fue invitada en aquella ocasión, dos balas de una batería de preguntas que la Legrand descargó sin asco, y que la artista contestó con una ternura ridícula, nacida en la convicción de quien sabe no merecer semejante crueldad. Esta escena es, a su vez, una de tantas en las que se puede ver a Cris Miró siendo atacada una y otra vez con total naturalidad en los medios nacionales. 

Banquete mediático

Cris Miró nació el 16 de septiembre de 1965, y murió en 1999 a los 33 años. Las versiones sobre su muerte no se hicieron esperar. “Falleció en el más absoluto de los silencios”, afirmaron algunos. Silencio que desaparece cuando la vida y la historia de la actriz se leen en contexto: la esperanza de vida de las personas travestis y trans en el país todavía hoy no supera los 45 años. Ahora, ¿por qué esa necesidad de los medios de convertirla en un misterio aislado? ¿Por qué pensar la existencia de Cris Miró como un enigma mediático, cuando los datos indican que gran parte del colectivo se ve condenado a una muerte temprana?

Es difícil encontrar material sobre la vedette que no se enfoque en los rincones de su físico: lo que tenía entre las piernas — y lo que deseaba hacer con ello —, las tetas, el pelo, los ojos, la altura. Finalmente, la o las enfermedades huéspedes de su cuerpo travesti, tierra de disputa, que terminaron por matarla en medio de una juventud exitosa, mucho más que la de la mayoría de quienes forman parte del colectivo. 

El paso de la vedette por las pantallas fue disruptivo, pero para nada gratuito. Así como ese almuerzo con Mirtha aparecen en el archivo montones de entrevistas y participaciones suyas en diferentes programas, y en casi ninguno le perdonan lo trava. El hecho de que una mujer trans reflejara el deseo enclosetado de muches fue contraatacado con una artillería de hostilidad desde el inicio de su carrera, a mediados de la década de los 90’ cuando pisó por primera vez el Maipo para hacer Viva la Revista, hasta después de su fallecimiento en el año 1999. 

El cuerpo trava

La enorme aceptación que tuvo Cris Miró, además de su desempeño dentro del ámbito teatral  — en donde se afirma que brillaba—,  estuvo relacionada con su belleza hegemónica y su imagen femenina. A pesar de la admiración por su delgadez y altura, por sus gestos suaves y su rostro anguloso, en pocas entrevistas faltó la pregunta por su genitalidad y el volumen de sus tetas. 

“Muchas curvas a la vista no veo tampoco”, le dijo Mario Markic en una entrevista que TN reflotó en 2019 como “homenaje” a 20 años de su fallecimiento: “¿Te referís al pecho?, no es una cosa que me preocupe ahora, si en algún momento tengo ganas de tener algo más de busto me lo pondré”, le respondió ella estoica, con esa naturalidad que la caracterizaba. 

Las exigencias del teatro de revista y la sociedad transodiante jamás permitirían semejante fuga a la binariedad. Sin embargo, el camino recorrido y un decreto que reconoce la existencia de personas no binarias y el derecho de tener un DNI acorde a su autopercepción, permiten una lectura más compleja de esa expresión. En esa búsqueda, se percibe cómo una de sus fotos más emblemáticas, aquella que Carlos Sanzol usó como tapa para su biografía “Hembra. Cómo vivir en un país de machos”. La imagen encarna el desafío de sus palabras a la binariedad normativa, que aún hoy rige los cuerpos sin excepción: una foto imposible de catalogar, en la que despliega toda su femineidad con el torso plano y desnudo, sobre el cual le llueve el pelo como un río negro. “¿Hombre o mujer? No, travesti”, hubiera contestado tal vez hoy una Cris Miró atravesada por toda la historia de reivindicaciones que no alcanzó a vivir. 

La historia, cartografía de batallas 

Revisar el pasado con los ojos del presente puede ser impreciso o injusto en algunos casos. Repiten que es importante comprender que eran otras épocas y las marginaciones se reproducían en y por el desconocimiento atroz (e irresponsable) de una sociedad que todavía no se daba ciertas discusiones. ¿Es posible entonces juzgar el accionar de los medios, en una década en donde las reivindicaciones travas no tenían la posibilidad ni de estar en las calles sin que las levantara un patrullero? ¿Cómo iban a ser escuchadas, si la mayoría estaba condenada a la pobreza y la única que aparecía en sus pantallas en aquel entonces era silenciada y herida con una crueldad fascista?

La mirada crítica a los medios y a la sociedad pasada y presente es urgente, no sólo para rescatar a la figura de Cris Miró de la maldad impune de Mirtha Legrand y el resto del elenco televisivo de la época, sino también para entender que hoy la violencia continúa intacta. “Ah pero Lizzy Tagliani y Flor de la V son estrellas adoradas e indiscutibles”, argumentan. Puede ser, pero no están exentas del transodio mediático y social (no hay que olvidarse de que no hace tanto que le arrebataron la vida a la luchadora Diana Sacayan y a tantas travas más). A pesar del apoyo social que ganó el colectivo gracias a décadas de ponerle el cuerpo a una militancia exhaustiva, la invisibilización devenida en  burla, cuestionamiento y ridiculización de su identidad continúan siendo parte del show mediático. 

El odio con el que lidió Cris Miró a lo largo de su carrera debería ser el error del cual la sociedad, y dentro de ella los medios de comunicación, tomaran nota. En un país pionero en leyes que defienden algunos de los derechos básicos de los colectivos LGBTTINBQ+ la violencia mediática a las identidades que desafían el binarismo normativo resulta inaceptable. Cuando esto sucede  — porque la realidad es que si hay algo que falta en la formación de les comunicadores es sensibilidad con la realidad de las disidencias —, escenas como la de Mirtha Legrand y los vasallos del show mediático en plena depredación se actualizan, y los noventa vuelven con la cara lavada pero la violencia intacta. Y es así como nuevamente ponen en circulación sentidos construidos desde el miedo a quienes habitan sus cuerpos de manera diferente, a quienes reivindican la identidad como un derecho y no como una imposición. El desenlace de esa cadena perversa es la violencia más cruda, y el ejemplo más cercano de ese cinismo es la ausencia de Tehuel de la Torre, una herida que no cicatriza, el símbolo del camino que falta, del peligro que acecha. 


Compartí esta nota en redes