El wanda/icardigate explotó hace algunos días en las redes sociales y, un poco en chiste y un poco en serio, el país está hablando del tema. El conflicto central lo conocemos todes. Hasta donde sabemos, el futbolista Mauro Icardi, que está casado con la famosa y empresaria Wanda Nara, se mensajeó con la actriz China Suárez y la monogamia de una de las parejas más conocidas del ambiente futbolístico estalló por el aire. Tal fue la relevancia de los hechos que el mejor culebrón de los últimos tiempos se instaló en todos los programas de chimentos, noticieros y medios de comunicación. El debate está en la escena pública y quedó claro que la infidelidad como tema garpa, más cuando en disputa está un varón que se dirime entre dos mujeres.
Fueron varies quienes advirtieron que poco se dijo del rol del delantero del París Saint-Germain. En el desfile de famosos que circularon como opinólogos en estos días no hubo ni una reflexión interesante al respecto. A quienes siempre reclaman “dónde están las feministas”, sería pertinente preguntarles: ¿Dónde están los varones cuando hay que repensar su masculinidad?
El reduccionismo, por donde siempre se cuela el patriarcado, nuevamente salió a la luz e hizo de las suyas. El lugar del “calentón”, “pito duro” —como lo apodó la panelista Cintia Fernández—, “pollerudo”, “boludo” o “pendejo” fue el más cómodo para todos los que no quisieron desmoronar ni un poco la institución del hombre viril.
Algunos atinaron a decir que cuando fue la famosa “icardiada” a Mauro se lo puso en el mismo lugar que ahora está la China. No amigues, no fue la misma sorna con la que se efectuó el linchamiento. Cuando sucedieron aquellos famosos acontecimientos, el motivo de juzgamiento para Mauro fue por fallarle a su amigo. Lo imperdonable era romper el código, el pacto de masculinidad y no una familia. Tal fue la tremenda traición que se ganó, según dicen, la eterna exclusión de las listas para formar parte de la Selección Argentina de fútbol.
¿Qué pito toca el pancracio de boina en esta historia?
El señalamiento para las mujeres que “traicionan” nunca es el mismo que para los varones que son “infieles”. La lente con la que se analiza esa situación siempre es dispar y sostiene estereotipos que continúan acentuando el viejo y conocido cuento del amor romántico que te obliga a tomar posición entre la madre de hogar y la puta provocadora. ¿Sólo entre esos dualismos nos podemos posicionar las mujeres?
No es casual que a Icardi nadie le pida explicaciones, que tenga la libertad para hacer como que nada pasó y que solo se le exijan palabras en el ámbito de lo privado. Tampoco es azaroso que la idea de la “zorra roba maridos'' pese más que la conclusión de que, en realidad, quien se cargó a una familia fue él y no ella. En el imaginario colectivo, la mujer sin escrúpulos es más inmoral que el hombre infiel, y en esa línea se enfilan los insultos para las partes involucradas.
Los modelos de buena mujer pesan y los del buen varón, también. De nosotras se espera amor, cuidado y sororidad -aún cuando nos duele, lastima o incomoda-. En cambio de un joven de 28 años que se casó a los 21, una calentura es aceptable. Porque “ella le embocó una familia”, “ella le mandó fueguitos para calentarlo” y “ella lo buscaba en las redes sociales”. ¿Acaso este gauchito devenido terrateniente no es un ser adulto con poder de decisión? ¿Dónde se pone el foco?
El festín del espectáctulo
¿Puede ser que en un programa de televisión se haya amenazado a una de las implicadas con viralizar sus fotos nudes y muy pocos se hayan horrorizado por esto? Solo algunes lo identificaron como lo que es. “Amenazar con difundir imágenes íntimas [de una persona] es delito porque la amenaza es un delito. Ídem la pornoextorsión (qué término pésimo): es delito porque hay extorsión”, escribió Marina Benítez Demtschenko, presidenta de Activismo Feminista Digital en su Twitter.
La violencia mediática es evidente y, lamentablemente, en estos casos se pone de rodillas ante el show que se mide en rating, clicks y comentarios. Por si todavía quedan dudas: no es periodismo de espectáculos, es violencia de género. En el afán de transformar esta historia en la próxima novela exitosa se pierde de vista que estos asuntos son un consumo cultural que transforman el mensaje en un objetivo concreto de adoctrinamiento patriarcal. La que no labura es Wanda. La zorra es la China. Pero, ¿Icardi quién es?
Lo que está roto es el sistema
Tal vez, una de las cosas más interesantes que escuchamos en estos días fueron las declaraciones de la escritora Camila Sosa Villada quien, en una entrevista en el programa Pasaron Cosas de Radio Con Vos, afirmó que en la sociedad “le ponen mucha expectativa a los maridos. La idea de completud que te puede dar una persona es obligarla a fallarte cada vez que pueda". Afán que se replica también en las buenas esposas, mujeres y amigas.
Es sencillo evocar conceptos sacados de libros de autoayuda que utilizan definiciones como “relaciones tóxicas” o “personas tóxicas” para quitarnos de la cabeza toda responsabilidad de desmembrar lo roto, de repensar los vínculos y los contratos y así depositar en personajes mediáticos e individualidades lejanas conflictos tan espectaculares como posibles.
Más allá de les protagonistes, de lo colorido de la historia, de lo apasionante que es pensar, ¿qué haríamos nosotres en esa situación? Lejos de todas las ideas moralistas, pacatas, autorizadas y de las conjeturas que ya hicimos al respecto, la pregunta más concreta y atrapante que nos deja este culebrón, y que tanto nos debemos, es la de repensar una y otra vez qué estructuras seguimos sosteniendo. ¿Qué pasa cuando la institución de la “familia” estereotipada se pone en cuestionamiento? “La libertad no solo está en poder hacer sino en deshacer”, dijo una vez la escritora feminista y activista LGTB, Brigitte Vasallo.