“Benditos uniformes, las bromas han bajado un 40 por ciento, la exuberancia juvenil un 50 por ciento. El espíritu está bajo y controlado, hasta parpadean al unísono”.
Director Skiner, en el episodio de los uniformes escolares de Los Simpsons
Por Anabela Morales y Virginia Basso
En Argentina, la última semana del mes de octubre registró temperaturas altísimas. Por eso, les pibis de las escuelas secundarias se organizaron y tomaron medidas paraexigir códigos de vestimenta acordes a las condiciones climáticas. El primero en hacerlo fue un joven de Córdoba que asistió a la escuela con pollera frente a la negativa del equipo directivo a dejarlo ir con bermuda, mientras que en la localidad de Turdera se redobló la apuesta: varies jóvenes de un mismo curso se manifestaron con un "pollerazo".
La misma semana, en un colegio religioso de Bernal, aún siendo parte del uniforme, no les permitieron a las chicas llevar el short de educación física: “Sólo nos lo prohibieron a nosotras, no a los varones. El director nos dijo que ‘provocamos’ y que a las que lo habíamos llevado nos iba a hacer un acta”, cuenta Jazmín, estudiante del primer año de secundaria. En respuesta a este disciplinamiento, junto con integrantes del Centro de Estudiantes en formación y, en su mayoría con el apoyo de compañeras mujeres, se organizaron y pegaron carteles en toda la institución. Sin embargo, las autoridades los arrancaron inmediatamente.
En la última temporada de Sex Education, una de las primeras medidas que aplica la reciente directora Hope para “limpiar” el buen nombre de la institución Moordale, consiste en diseñar uniformes binarios: pantalones largos para los varones cis y polleras cortas para las mujeres cis en un monocromático color gris. Si se quiere buscar la referencia, algo similar ocurre en uno de los episodios de Los Simpsons, en el que se dejaba entrever el impacto de esa decisión arbitraria en el ánimo y en el comportamiento de les estudiantes. En el primer caso, el foco está puesto en la incomodidad que expresa el personaje no binario de Cal, al prohibirle desplegar su expresión de género. ¿Qué dejan en evidencia estas acciones? El borramiento de las singularidades de las adolescencias a través de la homogeneización de lxs cuerpxs en el espacio escolar.
¿Qué es lo que queda en evidencia frente a la demanda de les pibis? ¿Por qué continúan depositándose ansiedades y viejos mandatos adultocéntricos sobre las corporalidades de las adolescencias? ¿Por qué genera tanta incomodidad y rechazo que sus cuerpxs circulen por el espacio escolar con menos ropa? ¿Qué es lo que se pone en disputa?
Desde el Ministerio de Educación de la Nación no hay ningún documento por escrito que establezca una pauta de vestimenta oficial. Lo que sí existe es un acuerdo tácito entre familias, autoridades, docentes y estudiantes. Entonces, ¿por qué la escuela permanece estoica ante los llamados a revisar sus acuerdos de convivencia? ¿Qué es lo que se castiga? ¿Qué injerencia tendrá la ESI en todo esto? ¿Qué emergentes y soluciones se desprenden para problematizar?
"No pueden juzgarme por lo que tenga puesto"
No es la primera vez que acciones de esta índole tienen lugar en la escuela. En 2018, una adolescente que asistía a una escuela pública de Villa Urquiza fue sancionada por asistir a clases sin corpiño y sus compañeras la apoyaron y respondieron con pancartas alusivas a la soberanía del cuerpo. Como no recibieron una respuesta de la rectora, realizaron un contundente "corpiñazo" frente al Ministerio de Educación Nacional y se pudo llegar a un acuerdo en el que les estudiantes y directivos establecieron el nuevo código de vestimenta.
Lxs cuerpxs de las adolescencias son perseguidxs y monitoreadxs para su posterior disciplinamiento de manera constante. Ya lo señaló la especialista en Educación Graciela Morgade: “Devenir sujetx es construirse socialmente en un cuerpo sexuado. La sexualidad supera ampliamente la dotación biológica y fisiológica del sexo y constituye el modo particular de habitar el cuerpo sexuado en una etapa de la vida, en un momento social, en una cultura. No se trata de la ‘carne’ sino que se trata del cuerpo como producto histórico”.
“En su momento, Foucault ya hablaba de los dispositivos de control y las tecnologías para unificar y normalizar a las personas y los cuerpos. Es decir, establecer que entren dentro de una medida estándar. En ese sentido, no es azaroso el uniforme dentro de la escuela para unificar lo masculino y lo femenino. En sí, es muy simple el código de vestimenta, muy plano, pero el significado que tiene detrás es mucho más complejo y tiene que ver con el hecho de anular por completo lo que es la sexualidad en les niñes y adolescentes o creer que van a la escuela a cumplir, a aprender, a obedecer y que no hay nada más”, expresa en diálogo con Feminacida, Cristel Fabris, licenciada en Psicología con perspectiva transfeminista.
“En la frase ‘en la escuela se aprende a estudiar’ la sexualidad queda absolutamente oculta, latente, por supuesto, pero oculta y prohibida. Es como si la ropa fuese la punta del iceberg que quiero esconder para no tener que hablar de sexualidad. Incluso me animaría a decir que la escuela es un lugar donde el goce y el placer aparecen prohibidos”, agrega Cristina Bronzatti, profesora de Lengua y Literatura, especializada en ESI y creadora de la cuenta de Instagram “ESI en secundaria”.
"La cantidad de ropa que uso no determina la cantidad de respeto que merezco"
“A mí me afecta porque debemos usar jean y con el calor se pega al cuerpo. Yo creo que este código se debe a los estereotipos y a la sexualización que se le otorga a nuestros cuerpos, por eso muchas veces se nos limita a realizar cosas que a los varones no”, dice Camila, estudiante de quinto año de secundaria de un colegio privado de Bernal y suma: “Creo que para cambiar el código de vestimenta se debe dejar de pensar que nuestros cuerpos son un objeto de provocación para los hombres”.
La segunda puerta de entrada a la ESI se sostiene en tres dimensiones a tener en cuenta: la organización de la vida institucional cotidiana, es decir. todo lo que tenga que ver con las normas, los rituales, las prácticas que forman parte del orden de lo prohibido y lo permitido, las conductas dignas de sanción; la mirada que se tiene y se reproduce sobre la sexualidad; y la actuación frente a los episodios que irrumpen en la vida escolar.
Si bien se han cumplido 15 años desde la sanción de la Ley de Educación Sexual Integral N° 26.150, la escuela sigue conservando un aura rígida y reticente a los cambios de época. En ese sentido, Fabris comenta: “Los códigos de vestimenta también son un fiel reflejo de lo que es el pensamiento adultocéntrico de creer que lxs adolescentes solo son pura y exclusivamente conductas de riesgo, que no se pueden hacer cargo de sus cosas, que no son responsables, que no toman y no cumplen ningún tipo de obligación con sí mismxs, cuando la realidad es que cuidan de su cuerpo, aprenden muchísimo más y toman conductas mucho más cuidadosas en lo que respecta al propio cuerpo y el cuerpo ajeno; en cuanto a la afectividad y en cuanto a los vínculos".
La escuela “sarmientista” actual
El cuestionamiento a la vestimenta en las escuelas tiene su fundamento en los principios de la escuela moderna: la homogeneización no sólo en la formación de los ciudadanos, sino también en su apariencia. En aquel entonces, el guardapolvo blanco promulgaba una suerte de igualdad que finalmente no se logró. Algunos guardapolvos blancos empezaron a ser grises, otros a estar rotos, a estar sucios y a mostrar la diversidad que se quiso ocultar. Si bien el guardapolvo funcionó como identificación de la escuela pública, en la secundaria en particular, lxs profesores nunca usaron guardapolvo blanco.
Cabe destacar que en sus inicios, la educación secundaria era de posible acceso sólo para las élites. No cualquiera tenía la posibilidad de esa formación y había ciertas lógicas sociales que traían implícito un “cómo estar” dentro de la escuela. Con la obligatoriedad de la escuela secundaria, promulgada en la Ley de Educación Nacional N° 26.206 y aprobada por el Congreso el 14 de diciembre de 2006, esas cuestiones debieron modificarse. Lo mismo ocurre con la Ley de Boleto Estudiantil Gratuito N° 14.735 promulgada en 2015 que establece el acceso a este derecho independientemente de si se usa un guardapolvo o no.
Viviana Salas es licenciada en Psicopedagogía y Ciencias de la Educación, profesora y coordinadora del Centro de Prácticas Pre-profesionales en la Universidad Nacional Arturo Jauretche en la carrera de Trabajo Social. “No existe normativa que exija cómo ir vestidxs a la escuela. Es una pauta social para entrar o no a ciertos lugares, donde la vestimenta determina ese ingreso o exclusión y en determinadas comunidades es un elemento aún muy arraigado. En el interior de nuestro país en las escuelas secundarias públicas se usa uniforme y si nos metemos un poco más adentro de Latinoamérica, es atroz el nivel retrógrado con el que obligan a los pibes y pibas a ir vestidxs a la escuela en países como Perú, Bolivia o Paraguay”, sostiene en diálogo con Feminacida.
La diferencia entre acuerdos y órdenes
La importancia de llegar a acuerdos que tengan sentido para lxs pibes y para toda la comunidad educativa implica también dejar de lado indicadores de clase y otras infinitas variables que determinan con qué grado de libertad los pibes y pibas viven su manera de estar en la escuela sin estar sentenciadxs por la mirada de lxs adultxs. Los acuerdos de convivencia deberían nacer de un diagnóstico participativo y propositivo donde todxs lxs integrantes de la comunidad educativa opinen. Esto quiere decir que no es un listado de prohibiciones, sino una propuesta de acuerdos que se basan en argumentos, en fundamentaciones y discusiones en torno a esa comunidad.
Durante su desempeño como Inspectora Titular de la modalidad de Psicología Comunitaria y Pedagogía Social de Florencio Varela, cargo en el que se mantuvo hasta 2019, Viviana Salas fue parte integrante de la Comisión de Revisión de Acuerdos Institucionales de Convivencia de ese distrito: “Los acuerdos tienen lineamientos muy claros que derivaron de muchísimas charlas y encuentros donde se les dio voz a todxs lxs integrantes de la comunidad: equipo directivo, profesores, madres, padres y estudiantes. En aquel momento, los únicos logros, por la reticencia de muchas instituciones tanto privadas como públicas, fueron la eliminación de las amonestaciones que van de la mano del derecho a la educación y la inclusión. Y dentro de la vestimenta, la no prohibición de la gorra, ítem al que no se le dio mucha relevancia ni aplicación efectiva al interior de las escuelas”, declara.
Lo potente que se plantea en torno a la vestimenta es lo absurdo de las prohibiciones. Parten de una visión de discriminación sexista del cuerpo del otrx. “No es casual que las mayores prohibiciones sean para con las mujeres. Hacia los varones en la escuela pública, la prohibición sigue siendo no usar ropa deportiva de algún equipo de fútbol en vez de plantear una discusión sobre convivir en diversidad, donde cada unx puede ser del club que quiera y donde cada unx puede vestirse como quiera en el marco de la ESI. En lugar de ello se opta por una opción más simplista que es acallar el síntoma de esa falta de discusión”, puntualiza Salas.
“La imposición de los códigos de vestimenta, también va de la mano, con las resistencias que persisten para hablar de lxs cuerpxs, de les niñes y les adolescentes y también de las situaciones familiares que atraviesan. Es como si la escuela eligiera deliberadamente no ver y en algún punto tapar todas esas situaciones. No es casual, que las instituciones que tienen códigos más severos, o que critiquen formas más libres de vestimenta, no cumplan con los planes de ESI o no la incorporen transversalmente, y que además está vigilancia se acentúe en la adolescencia, que es el momento de exploración, de compartir experiencias nuevas”, afirma Fabris.
Y en ese sentido, agrega que este posicionamiento se vincula con una vieja forma de enseñanza que se construyó y sostuvo durante mucho tiempo, en relación a lo que deben ser les estudiantes, es decir, personas que “cumplen” y no hacen nada más. “Los mecanismos de control, van obturando eso y también van demostrando, que si querés que todo funcione bien y no tener ningún problema, tenés que cumplir con lo que se te viene indicado y pautado a través de todos los mandatos existentes. De esta manera, no pueden florecer los cuerpos, no pueden mostrarse, no pueden reconocerse, porque no sea cosa que sucede algo, que generalmente se asocia, en clave de peligro, como lo que por ahí históricamente también ha pasado con los embarazos adolescentes”, explica la psicóloga con perspectiva transfeminsta.
El recato y el decoro de lxs docentxs
La mayoría de las censuras en torno a la vestimenta tienen que ver con una cultura institucional donde prima una mirada discriminatoria sobre el otrx, llena de prejuicios, obscena y de falta de respeto sobre cómo la otra persona decide vestirse.
Una de las funciones fundamentales de lxs educadorxs es generar procesos de enseñanza que inviten a pensar y reflexionar. Las normativas y censuras suelen imponerse también en lxs docentes y más particularmente sobre las mujeres. En este marco, hay preguntas que no pueden dejarse de lado si se quiere trabajar sobre el respeto sobre el cuerpo de lxs otrxs.
¿Por qué se debe ir a la escuela vestidxs de una manera y no de otra? ¿Qué es lo que se acuerda dentro del marco del cotidiano escolar y qué es lo que se debe respetar a rajatabla? ¿Qué vamos a tener en cuenta y desde qué lugar se dice lo que se dice? ¿Cuál es la diferencia entre ir en musculosa a la escuela o con pollera corta o short y “exponerse” a que se opine sobre el cuerpo con que eso ocurra por fuera de la escuela?
La escuela pública suele jactarse de que para tomar un cargo, para acceder al sistema educativo, nadie pregunta cómo es la vivienda de esx docente, si usa zapatillas de marca o va a en ojotas, pero al interior de la escuela está implícito que dependiendo de si, por ejemplo, se accede a un cargo jerárquico, la vestimenta debe ser otra.
La realidad es que todavía sigue faltando la pregunta y la reflexión hacia la primera puerta de entrada de la ESI, que tiene que ver con lo que le pasa a unx mismx en el cuerpo y en las emociones. Pensar cómo nos interpelan los lineamientos, cuáles son los temores y estereotipos que podemos identificar y cómo se reproducen en la vida cotidiana y se trasladan a las aulas. Ese quizá sea el mayor desafío para superar miradas que ponen el acento en la carencia de las adolescencias y pensarlos verdaderamente como sujetos de derecho, con capacidad autónoma de gestionar el modo que elijan para mostrarse.
“Entre las instituciones y nuestres mapadres deberían acordar cambiar el código por uno corto, no binario y, además, la implementación de políticas que intervengan inmediatamente frente a algún tipo de acoso o situación que nos sitúe como objetos sexuales. Se debería implementar un centro de estudiantes que regule y sea firme a la hora de cumplir con estas normativas que se implementan, porque si les adultes no se van a hacer cargo, deberíamos tener el poder para controlarlo nosotres”, concluye Camila, una de las estudiantes entrevistadas.