Al momento de iniciar la búsqueda de niñas y niños apropiados durante la última dictadura cívico-eclasiástica-militar, las abuelas se preguntaron cómo podrían identificar a sus nietxs. Fue entonces que hicieron todas las gestiones a su alcance para incitar a la comunidad científica internacional para que desarrolle técnicas que permitan dar con su verdadera identidad. Así nació el "índice de abuelidad". En esta nota, la doctora Soledad Gori relata cómo fue ese proceso inédito en el mundo hasta ese entonces.
Entre las graves violaciones cometidas contra los derechos humanos, una de las más perversas y que mayores secuelas psicosociales ha generado fue la apropiación de niñxs nacidxs en cautiverio por parte de los propios secuestradores y torturadores de sus madres y padres. Robarles la identidad y los lazos familiares, pervertirles sus crianzas y negarles la verdad eran prácticas habituales durante la última dictadura, la cual se estima que apropió a 500 niñxs.
Muchxs de ellxs comenzaron con su martirio meses antes de ser entregados a sus nuevas familias, cuando absorbían los restos de esa picana en los pezones que doblaba de dolor a sus madres, cuando fueron indirectamente forzados a ser paridos en condiciones infrahumanas. Cuando les dejaron en su sangre la prueba de un delito, de un crimen de lesa humanidad. Encontrarlxs y devolverles la identidad yendo en contra del paso del tiempo, fue posible gracias a la conjunción de numerosos factores sociales, políticos, éticos y científicos.
Científicxs por los Derechos Humanos
Nada podría haber ocurrido sin las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo y eso, aunque sea una obviedad, nunca está de más decirlo. La realidad es que, gracias a la ciencia y la perseverancia de las Abuelas, el crimen dejó de ser perfecto.
Todo empezó una mañana de 1979, cuando las Abuelas leyeron en el diario El Día de La Plata, una noticia sobre un estudio de filiación. Un hombre que negaba su paternidad era sometido a un examen de sangre comparativo utilizando la sangre de su presunto hijo. Ahí fue el primer momento en el que pensaron que tras la genética podría estar la solución. Ya no alcanzaba con esconderse espiando tras árboles en plazas, meterse en hospitales donde sabían que podían ir sus nietes arrancadxs o buscar en la casa cuna. Y menos aún, esperar que se los trajeran a la puerta de casa, como llegaron a pensar al principio de ese tiempo tan tenebroso cuando ni imaginaban el horror que se vendría.
Comenzaron a buscar algo contundente. Mechones de pelo y dientes de leche guardados por años, huellas plantares, distinciones físicas como marcas de vacunas, manchas de nacimiento. Pero aun si eso alcanzara como prueba frente a un juez para señalarle que otra familia se había apropiado de su nietx, se preguntaban qué pasaría con aquellxs nietxs nacidxs en cautiverio. ¿Nunca los encontrarían? Allí se dieron cuenta que buscar solo era el primer paso.
“Si una persona dice: ‘No, este chico no es mi hijo’, con sacarle sangre a esa persona y al chico, se entrecruzan y se sabe si es o no es. Eso se llama filiación. Pero lo nuestro era que los papás estaban desaparecidos. Por eso fuimos a preguntar al mundo cómo podíamos hacer”, cuenta Rosa Roisinblit en el libro Las Abuelas y la genética.
Ellas ya tenían claro que la sangre establecía el vínculo filial. Sin embargo, se preguntaban si existía un elemento constitutivo de la sangre que sólo aparecía en personas pertenecientes a la misma familia. ¿Serviría la sangre de las Abuelas? En 1982, las Abuelas hicieron una gira por 12 países, pero en ninguno encontraron soluciones concretas. Les dijeron siempre que no. Que no existía tal cosa.
Pero ese mismo año, a través de un contacto, llegaron a Nueva York y conocieron a Víctor Penchaszadeh, médico genetista exiliado, quien las escuchó y les dio las respuestas que querían oír. Les dijo que existía la posibilidad de identificar a lxs niñxs cuyos padres y madres estaban desaparecidxs contando con posibles abuelxs y otros parientes. Se podían comparar moléculas presentes en la sangre, pero cuanto más lejano el parentesco, menos eficacia tenían las pruebas y mayor la probabilidad de fallar. Había que estudiarlo bien. El médico era consciente que en ese momento la sociedad le estaba haciendo un reclamo a la ciencia, la cual en el último siglo les venía fallando.
Abuelas científicas
Al hablar con Fred Allen, un conocido hematólogo, volvieron a esperanzarse. Al escuchar la propuesta se puso a hacer cálculos y dijo que había que adaptar las fórmulas estadístico-matemáticas que se usaban para las pruebas de paternidad. Que había que investigarlo. Lo mismo les respondieron desde la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias. Las Abuelas no paraban de preguntar si era posible adaptar las pruebas existentes para identificar "abuelidad". Quedaba claro que tenían una hipótesis, una pregunta y sólo les faltaba encontrar un método para convertirse en verdaderas científicas.
Se armó un gran grupo de trabajo entre científicxs y medicxs genetistas, al que también se incorporó una pieza clave, Mary Claire King, y todxs comenzaron a buscar el "índice de abuelidad"; una probabilidad de parentesco cuando los padres no están presentes. Finalmente, la respuesta apareció: "Sí, la sangre de ustedes sirve".
Como aún no había pruebas de ADN porque no existía tal tecnología, la identificación genética se hacía con el análisis de las moléculas producidas a partir del código "escrito" en los genes. Es decir, las diferencias entre los individuos las buscaban en los productos de los genes y no en el código para producirlos. En criollo, los genes son segmentos del ADN y así es como el mismo se hereda. A groso modo, nuestro ADN está formado por dos mitades, una heredada de la madre y la otra del padre. Y como está organizado en segmentos o genes, cada gen está formado por dos miembros de un par; un miembro aportado por la madre y un miembro aportado por el padre. A su vez, cada padre heredó un miembro de cada abuelx y así sucesivamente. En consecuencia, el niñx en cada gen tendrá una parte compartida con sus abuelxs.
Analizando la presencia o ausencia de estos miembros de cada par de genes puede determinarse si el niñx es parte o no de una familia. Por cada gen analizado, podemos calcular las posibilidades de que exista una relación biológica entre dos individuos. Sin embrago, no da lo mismo cualquier gen para el análisis. Por ejemplo, analizando los grupos sanguíneos no podremos establecer filiación ya que, aunque el niñx y sus cuatro abuelxs compartan el grupo O, también lo hace casi la mitad de la población argentina. Lo que necesitamos, entonces, son genes que presenten un considerable número de miembros posibles en la población o lo que es lo mismo, genes que posean variabilidad. Y acá está el quid de la cuestión.
Se puede distinguir entre dos individuos al analizar moléculas específicas que sean producidas por variantes distintas de genes, ya que “lucirán” diferentes entre ellas y eso se puede “ver” por técnicas de laboratorio. Moléculas que tienen muchas variantes distintas en la población, son las de "histocompatibilidad" y, clave en esta historia, están presentes en las células de la sangre. Esta rara palabra tal vez suene de alguna película donde el protagonista está esperando un trasplante de órgano. Estas moléculas se descubrieron por ser las que median el rechazo de órganos entre individuos y por eso tienen ese nombre. En realidad, esa no es su función, sino más bien una consecuencia.
Las combinaciones posibles de las distintas variantes de las moléculas de histocompatibilidad en un mismo individuo son tantas que es casi imposible que dos personas no emparentadas puedan tener la misma combinación. Por eso ya eran útiles estas moléculas para pruebas de paternidad. Y por suerte, en el Laboratorio de Inmunología del Hospital Durand tenían todo para evaluarlas.
Al momento de la llegada de las Abuelas al planteo del índice de abuelidad, las moléculas de histocompatibilidad ya se utilizaban para distinguir entre individuos histocompatibles, es decir, que podían intercambiarse órganos sin generar un rechazo por el sistema inmune que pusiera en peligro la vida del órgano donado y del paciente. Para poder ver a estas moléculas por métodos bioquímicos se utilizaron anticuerpos monoclonales, descubiertos por nuestro premio nobel, César Milstein.
Primer día de democracia, primer sueño por cumplir
En diciembre de 1983, el primer día hábil de democracia, se interpuso la denuncia por el caso de Paula Eva Logares. Las Abuelas obtuvieron una orden judicial para sacar sangre a la niña y, paralelamente, consiguieron muestras de sangre de los hermanos de su madre desaparecida Mónica Grinspon, de la abuela materna, de hermanos de Mónica y de los padres de Claudio Logares, su padre. La sangre de todxs ellxs fue analizada por el método de identificación de moléculas de histocompatibilidad en el Hospital Durand.
La genetista Mary Claire King tuvo un rol más que destacable en esta etapa ya que trabajó arduamente para llegar al "índice de abuelidad". Llegar con la ausencia de lxs progenitores requería formulaciones estadísticas bastante complejas. El padre de Mónica había muerto poco después del secuestro de su hija y de su nieta. Sin embargo, Mary Claire King y el equipo del Durand pudieron reconstruir su información genética a partir de la de sus otros hijos (los hermanos y hermana de Mónica). Una vez realizados los análisis, quedó claro que Paula Lavallén podía ser miembro del grupo familiar Logares-Grinspon. La evidencia venía del hecho de que, como dice más arriba, cada tipo de molécula de histocompatibilidad es muy poco frecuente en la población, y la posibilidad de que otra niña compartiera con esta familia tanta información genética como compartía Paula era menor a una en mil.
Así fue como las Abuelas pudieron encontrar a la primera nieta recuperada. Luego de idas y venidas con la tenencia, y para que no le quedaran dudas a su apropiador sobre la memoria de la niña, cuando vuelve a vivir con sus abuelxs, luego de seis años de apropiación, Paula entró a la que había sido (y siempre debió de ser) su habitación y preguntó dónde estaba el oso de peluche que solía usar cuando fue arrancada de allí con menos de dos años.
El caso de Paula Eva Logares fue el primero donde la filiación se comprobó a través de estudios genéticos. Luego las técnicas fueron sofisticándose. Pero, además, las Abuelas buscaban una ley para la creación de un Banco de Datos Genéticos. Un banco con muestras de sangre de todas aquellas personas que supieran o presumieran que podían tener nietxs desaparecidxs. De esta manera, sus datos genéticos iban a poder contrastarse con los datos genéticos de lxs niñxs que se fueran localizando. Con la ley 23.511 que llegó en 1987, se creó el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) por medio del cual se le dio validez legal a los análisis genéticos que se realizaban en el Hospital Durand. Este banco se convertiría en la primera institución del mundo para la realización de este tipo de análisis de filiación tan específico.
Ya en 1987 y luego de un caso de restitución fallida por limitaciones de la técnica utilizada hasta el momento, sumado a desprolijidades causadas por el juez al mando de la causa (y utilizado por los medios de derecha para ir en contra de las organizaciones de DDHH), Mary Claire vuelve a la Argentina a trabajar en otro caso que resultó exitoso, pero regresa a Estados Unidos con tarea: pensar en cómo afrontar dos nuevos desafíos científicos. Muchas familias tenían uno o unos pocos parientes vivos, y en el banco tenían en ese momento un gran número de familias con las cuales cruzar la información de lxs niñxs.
Como nada era imposible para ella ni para las Abuelas, al tiempo vuelve con la clave: estudiar el ADN mitocondrial, un tipo de ADN que solo se comparte con individuos de la línea materna y el cual aumenta las probabilidades de certeza. Para ese momento ya existía la tecnología para estudiar directamente diferencias en el ADN, es decir, en el código de instrucciones.
Más tarde se sumaría el análisis demarcadores en el cromosoma Y (una porción del ADN presente sólo en los varones) con lo que podía seguirse la línea paterna. Llegando a los años 90, las técnicas de biología molecular cada vez mejoraron más y las Abuelas supieron que disponían de mejores y más herramientas para su búsqueda que no terminaría pronto.
De las Abuelas al mundo
La tenacidad, el trabajo, el coraje y la perseverancia de las Abuelas ha logrado maravillas en la ciencia o, mejor dicho, que la ciencia hiciera maravillas. Se alcanzaron avances científicos en el campo de la genética y la antropología desde una demanda social nunca antes visto. Se logró la creación de dos equipos de prestigiosos profesionales para la recuperación de la identidad tanto de nietxs como de personas desaparecidas: el equipo de filiación y el equipo argentino de antropología forense. En particular, la ciencia forense no se había utilizado en el trabajo a favor de los derechos humanos nunca antes.
Se promulgó la ley para la creación de un Banco de Datos Genéticos único en el mundo que sirvió para recuperar a la mayoría de los 130 nietxs que hoy están con sus familias. Y las mismas técnicas desarrolladas por lxs científicxs para identificar a niñxs desaparecidxs fueron usadas más tarde en países como Bosnia, Croacia, Etiopía y Ruanda para determinar la identidad de individuos muertos por los genocidios, entre otras aplicaciones trascendentales y pertinentes a otras áreas como la criminología y la evolución humana.
Como dice Estela de Carlotto, los más grandes descubrimientos de la ciencia arrancaron con una pregunta. La búsqueda de las Abuelas también.