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Identidades disidentes en contexto de encierro: ¿se cumple con la ley 26.743?

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Marilyn Bernasconi es referenta del pabellón de diversidad en la Unidad N° 32 del Servicio Penitenciario Bonaerense de Florencio Varela. Perdió su libertad a los 18 años e ingresó a la cárcel con otra identidad. Una vez allí adentro, alejada de su círculo íntimo, le hizo frente al miedo y comenzó un proceso de cambio físico para darle lugar a sus gustos y deseos. Para darle paso a Marilyn: “Acá muchas personas tenemos la iniciativa de realizar un cambio y tomar las herramientas necesarias como para afrontar a la sociedad que es tan cruel”.

Según relata Marylin, con la implementación de la Ley de Identidad de Género, muchas situaciones fueron cambiando a lo largo del tiempo dentro de las cárceles. Pero ningún cambio sería posible sin la lucha y el acompañamiento de quienes entienden de los mismos deseos y anhelos.

El 9 de mayo de 2012, con la sanción de la Ley 26.743 de Identidad de Género en Argentina, muchas vidas empezarían a gozar de un derecho fundamental: ser reconocides por su género y nombre autopercibido. El tratamiento, y posterior aprobación de esta Ley, nos convirtió en un país pionero en la región, ya que la Ley establece que toda persona tiene derecho al reconocimiento de su identidad de género y a desarrollar su vida conforme a esa identidad.

Pero en esta oportunidad quisimos saber qué pasa con las personas privadas de su libertad que deciden transicionar. ¿Se cumple la Ley de Identidad de Género en el Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB)? ¿Existen las herramientas necesarias para tal objetivo? ¿Qué tipo de acompañamiento hay?


En el imaginario social, las cárceles de nuestro país son espacios caracterizados por el machismo, la violencia, la discriminación y la vulnerabilidad. Sin embargo, y tal vez para sorpresa de muches, allí adentro diferentes personas logran ser quienes siempre quisieron ser, lejos de la familia, los amigos, el barrio y todo un entorno cercano, que solo juzga y siembra miedos. Así comenzó la historia de Marilyn.

Lejos de los afectos, hay una necesidad de conformar nuevos vínculos, que toman una fortaleza particular para sobrellevar los reclamos diarios en una situación de encierro. En ese sentido, Marilyn actúa como guía de quienes ingresan a la Unidad para conocer sus preferencias y generar un ambiente lo más favorable posible.

“Cuando alguien ingresa me ocupo de saber cuáles son sus gustos y, entre nosotras mismas, empezamos un camino de inclusión con esa persona. Empezamos por llamarla por su nombre autopercibido, a consultarle si le gusta el maquillaje o qué tipo de vestimenta prefiere usar”, cuenta en una entrevista con Feminacida.

Esto invita a pensar en cómo se designan los pabellones dentro del Servicio Penitenciario Bonaerense y si las personas privadas de su libertad son escuchadas en relación a sus deseos o necesidades.

Según el Informe de Traslado, Violencia de Género y Poder Carcelario del ex defensor del pueblo de la provincia de Buenos Aires, Carlos Bonicatto, “los y las agentes del SPB no respetan la identidad de género asumida y autopercibida". Así es como las mujeres trans son alojadas en unidades penitenciarias masculinas, son trasladadas junto a otros hombres y bajo la custodia de personal de seguridad masculino. "Esta situación las expone a distintos niveles de violencia", continúa el documento.

El hecho de que a las personas privadas de su libertad no se les consulte sobre el lugar a donde les gustaría ser trasladadas, forma parte del incumplimiento de la Ley de Identidad de Género y, por consecuencia, genera miedo a la hora de asumir una identidad autopercibida.

Esto deriva en estadísticas que no reflejan la cantidad de población disidente real que hay dentro del servicio penitenciario y, por consiguiente, la imposibilidad de llevar adelante políticas públicas que den respuesta a necesidades derivadas de esta población en situación de encierro.

En esa línea, el informe titulado Personas trans prisionizadas reveló que en las distintas unidades carcelarias de la provincia se encuentran alojadas solo 84 personas trans y la mayoría están en la Unidad N° 32 de Florencio Varela. Según el informe, este número tan bajo se corresponde con “las dificultades para obtener el número real de personas trans privadas de la libertad, producto no sólo de la fragmentación de los sistemas de información penal, sino también de la no conformación de los registros en función de la identidad de género del colectivo trans”.



Si bien la población disidente logró su reconocimiento y respeto dentro de las cárceles, no dejan de vivir situaciones donde la discriminación y el ser juzgadas siguen muy presentes, incluso en discusiones con nuevos oficiales que ingresan a las unidades: “Nosotras acá adentro decimos que tenemos que ‘educarlos’, porque tenemos que marcarles quiénes somos y que existe una Ley”, aclara la entrevistada.

Pese a esas situaciones, Marilyn tiene una seguridad que la caracteriza, que fue construyendo con el tiempo y que hoy la resguarda de la mirada de los demás: “Nunca me ofendió mi nombre de varón, no me afectaba porque tengo bien claro quién soy”.

En cuanto a la primera área ganada por esta lucha del reconocimiento, ella comenta que fue "Sanidad" el primer lugar donde consiguieron que se las inscribieran con sus nombres autopercibidos. Desde allí, cada batalla por sus derechos fue dura, pero tuvo sus frutos.


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Problemáticas que construyen desigualdades

Cuando se le consulta sobre aquellas problemáticas que más presentes están dentro del servicio y las que más les perjudican, Marilyn nombra, en primer lugar, las condiciones de la salud.

Según expresó, hace años que las condiciones en términos de salud y material necesario no son las adecuadas. A eso se le suma que, las personas portadoras de VIH+ tampoco reciben el control necesario: “No hay infectólogos hace más de dos años y nos mandan medicación que no está controlada por un profesional”, revela Marilyn. Frente a esta falta, cualquier situación de salud es sobrellevada con los medicamentos que suministran familiares desde el exterior de los penales.

Otra problemática es la imposibilidad de cuidado en sus relaciones sexuales, ya que los preservativos que se les suministran no alcanzan para cubrir a toda la población penitenciaria. “Dan una bolsa de 140 profilácticos para 60 personas, cada seis meses, entonces cuando vienen a hacernos análisis siempre hay nuevos casos”.

Josefina Alfonsin es responsable del programa de Personas LGBT en Contexto de Encierro, dependiente del equipo de Género y Diversidad Sexual de la Procuración Penitenciaria de la Nación. Consultada por Feminacida, se refiere a esta problemática y detalla: “Cuando se piensa en salud trans solo se piensa en tratamientos hormonales y queda por fuera un diseño de política de salud integral y de calidad”.


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Por otro lado, y vinculado a los datos oficiales sobre la población LGBT, recién en 2015 el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos comenzó un recuento dentro de los pabellones. “La información con la que contamos es sobre la realidad de la provincia de Buenos Aires, desconocemos sobre la existencia de personas LGBT en otras provincias y eso es una problemática a la hora de generar políticas públicas”, asegura Alfonsín.

Según el Ministerio de Justicia, de 33 personas travesti trans privadas de su libertad en 2015, se pasó a 124 en 2020, y el Servicio Penitenciario Bonaerense aloja al 77 por ciento de esta población.

En ese mismo sentido, según el informe de 2019 llamado Guerra contra el narcotráfico, guerra contra los pobres, elaborado por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), el 70 por ciento del total de personas trans estaban encarceladas por estos delitos.

Una vez más se evidencia la falta de estadísticas reales para la conformación de políticas penitenciarias que den respuestas reales y certeras, con un enfoque basado en la perspectiva de género.

La Procuración es un organismo de control de cárceles que tiene como objetivo garantizar el cumplimiento de los derechos de las personas privadas de su libertad. Desde hace más de 10 años, el equipo de Genero y Diversidad Sexual ha empezado su trabajo con mujeres cis y ha ido incorporando otras herramientas para el trabajo con diversidades.

La cultura como forma de expresión

A Marilyn, como a muches otres internes, le apasiona la lectura y la escritura. Tanto es así que cada año participa de diferentes concursos literarios, escribió su propio libro y hasta tiene su propia película: “Marilyn”.



Frente a tantas horas libres, muchas personas privadas de su libertad se apoyan en las actividades culturales para abrir sus sentimientos y pensamientos. Para dejar volar la imaginación y olvidarse un poco de la realidad que les toca vivir.

Con esa pasión por la literatura que la caracteriza, Marilyn fue pionera en la idea de crear un Taller Literario dentro de la Unidad N° 32, que brinde la posibilidad de crear textos que cuentan diferentes historias o sentimientos.

De esa forma nació Yo soy Marylin, su libro publicado en 2018, y que le llevó cuatro años terminarlo. Fue escrito con la ayuda de Alejandro Barboza, tallerista en la Unidad, quien le había ofrecido a Marilyn colaborar con su edición cuando la conoció.

Yo soy Marilyn cuenta la historia que la llevó a perder su libertad y cómo influyó el servicio penitenciario para su proceso de cambio. “Es fundamental la cultura dentro del Servicio. Escribir nos gusta a todas, porque nos sirve para desahogarnos”, sostiene Marilyn.



En diálogo con Gabriela Ríos, jefa del Departamento Cultural del Servicio Penitenciario Bonaerense, destaca la importancia que tienen los talleres y cómo influyen en el día a día de las personas privadas de su libertad. En ese sentido, remarca que desde el departamento intenta estimular a las personas para que adquieran nuevos conocimientos y puedan expresarse a través de las actividades culturales: “Terminan conociendo cosas que ni elles conocían de si mismes”.

Algo que también vuelve atractivo a los talleres literarios es la necesidad de comunicarse y ahí entran en juego las tecnologías. Desde el interior de sus pabellones, la forma de comunicarse con otres internes o con las propias familias es a través de los celulares. Entonces los talleres literarios ya no solo son para reflexionar sobre textos, sino que también se convirtieron en espacios de aprendizaje. “Cada taller es diferente y sujeto a las necesidades de quienes participan”, asegura Ríos.

Pese a los años que lleva dentro del servicio penitenciario, Marilyn no bajó los brazos y luchó, no solo por sus derechos, sino también por sus sueños.

Su contacto estrecho con la literatura la incentivan a pensar en el futuro y todos los proyectos que quiere emprender cuando recupere su libertad: “Soy muy soñadora. Sueño con poder estudiar algo que me guste afuera, tener un trabajo y formar una familia”


– Este artículo fue producido en el Taller de Periodismo Feminista de la Escuela Feminacida.
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