Hasta el 18 de diciembre puede verse Bodas de sangre, el clásico de Federico García Lorca, en el Teatro San Martín. Adaptada por Vivi Tellas y Cecilia Pavón, y dirigida por Vivi Tellas, la reversión estará en cartel de miércoles a domingo.
Una boda. Dos amantes con un amor prohibido. Los deberes sociales condenando al amor. El amor que triunfa, a su modo, por encima de los mandatos. Bodas de sangre de Federico García Lorca podría ser una de las posibles escrituras de la misma arquetípica historia de amor: la de amantes diversos de distintos universos que son atravesados por una pasión irrefrenable, desafiando el orden que impide su unión y pagando el trágico costo que esto implica.
¿Qué vigencia tiene esta historia hoy? ¿Qué nos dice a quienes asistimos, con ese despliegue de bodas por arreglo, dicotomías entre moral y pasión, y lutos interminables? Y sin embargo, los diálogos van calando como débiles gotas de llovizna. La historia se descompone lentamente y empieza a mostrar la verdad más incómoda: esas escenas me dicen; esa historia me interpela; y su poesía me atrapa. El mecanismo teatral ya está en curso.
De repente la pregunta por el deseo y la pasión acorrala. ¿No será que siempre hay mandatos que obturan, encasillan, intentan controlar la pasión? "Cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque", dice Leonardo -el amante-, una vez que decide no evadir más lo que siente. Y cuestiono si acaso los dispositivos emergen, desde nuevas zonas, para que las cosas jamás lleguen a su centro. Si en realidad hoy también hay rituales y formas de amar, razonables y domesticables, bajo la apariencia de lo políticamente correcto.
¿Pero son lo mismo amor, deseo y pasión? Si para ellos es amor, tal vez no sea yo quien deba negarlo. Apenas admitir que a veces coinciden, y que ya sin bodas largas y bailes gitanos, lo incorrecto siempre vuelve a conjurarse, bajo formas aparentemente más libres y progresistas.
En la puesta, el arte escenográfico de Guillermo Kuitca también reescribe la trama. El bosque al que huyen los amantes es un bosque lleno de camas. Es una metáfora de todo lo que se esconde, que al fin y al cabo es una suerte de aldea paralela y subterránea. Esa topografía caliente y escandalosa desliza la sospecha de que, en realidad, todes esconden algo. Si no, no existirían esos árboles-lechos. El bosque opera como el territorio colectivo que se reprime y que devuelve sus secretos en forma de muerte. Y la muerte es un alivio, en algún punto. Por eso, que la novia no muera es la peor de las tragedias. Su cuerpo es el testimonio viviente de lo que todos esconden: su profunda infelicidad.
La tragedia de los amantes deja de ser entonces una tragedia individual. Enfrenta a cada personaje con su verdad más íntima: en ese espacio obsesivamente delimitado y coreografiado no hay lugar para la felicidad. Las jóvenes doncellas descubren la verdad antes de tiempo: el casamiento, el ritual cargado de promesa, nos las liberará de su abrumador tedio. Pierden la esperanza en el futuro, mientras intentan ordenar una madeja de hilo roja e interminable. Si el presente es insoportable y el velo de un futuro mejor cae, ¿qué nos queda?
En Bodas de Sangre, los cuerpos feminizados son quienes cargan con la memoria de esta verdad insoportable, mientras que los hombres son empujados a la muerte inútil. ¿No son esos varones extremadamente parecidos a los soldados que murieron y mueren en pos de una valía inútil? ¿No son los pibes que se matan agarrándose a piñas a la salida de un boliche, encerrados en una trama de violencia inexplicable? ¿No mueren también enredados en una madeja de Moebius como la de las doncellas acorraladas por mandatos?
Sigo yendo y viniendo de esa historia de aldea española de comienzos de siglo XX al presente, mientras los hilos de su relato me tensionan, y la luna hace relumbrar en mis manos madejas que buscan desenredarse. Si la tragedia es también colectiva y el cuerpo es social, entonces no alcanza con intentar desentrañar esos hilos en soledad.
Esos cuerpos buscan solitariamente y no encuentran salida de sus laberintos personales, de sus pequeños dramas, de sus cotidianas infelicidades. Solo si se reúnen, esas mujeres pueden exhalar y liberar su grito.
Y apenas cabe en la mano,
Bodas de Sangre - Federico García Lorca
pero que penetra el frio
por las carnes asombradas
y allí se para, en el sitio,
donde tiembla enmarañada
la oscura raíz del grito
Ficha artístico-técnica
Actúan: María Onetto, Nicolás Goldschmidt, Miranda de la Serna, Luciano Suardi, Alfredo Staffolani, Laura Nevole, María Inés Sancerni, Gaby Ferrero, Maruja Bustamante, Florencia Bergallo, Agustín Daulte, Julián Ekar, Rita Pauls, Nadia Sandrone, María Soldi, Max Suen, Mbagny Sow.
Bailarines: Pablo Lugones, Eugenia Roces
Cantaora: Nina Loureiro
Coreografía: Pablo Lugones, Eugenia Roces
Música original y diseño sonoro: Diego Vainer
Iluminación: Jorge Pastorino
Diseño de vestuario: Pablo Ramírez
Desarrollo escenográfico: Rodrigo González Garillo
Diseño escenográfico: Guillermo Kuitca
Dirección: Vivi Tellas