Mi Carrito

El primer mundial de las hijas del fútbol

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Foto: Cristina Sille (@cris.sille)

Diciembre de 2012. Exactamente 10 años atrás. Un padre y una hija toman mate en dos reposeras de una playa despoblada a dos horas de San Pablo, Brasil. La adolescente de 16 años no recuerda el nombre de la playa, es anecdótico. Están ahí luego de haber escapado de una ciudad donde vieron perder a su equipo de fútbol la final de la Copa Sudamericana. Están ahí un día después de haber corrido de la policía brasileña. Están ahí porque no hay nada más por hacer. Salvo una cosa, claro.

—Quiero que me cuentes en detalle todas las participaciones de Argentina en el mundial desde el 78 hasta el 2002. 

—¿Todas?

—Todas.

Y así empieza el cuento, con Menotti y Kempes levantando la Copa. Y sigue con las locuras de Bilardo y Maradona. Con el conteo de las gambetas de aquel Gol del Siglo, con las imágenes de la enfermera llevándose a Diego en el 94’. Con afirmaciones taxativas e incomprobables de ese padre ex jugador que fue sparring de la selección: “Yo te juro, que además del Diego, nunca vi jugar a nadie, pero a nadie, como a Valdano, ni correr como Caniggia”. 

Diciembre de 2022. Esta vez el padre toma un vuelo, pero solo. Asiste al encuentro más importante de su vida, la final del mundo que disputa Argentina contra Francia en Qatar. Ya no tendrá que contarle el partido a su hija ni recrear las jugadas. Ella tiene 26 años, es contemporánea a este hito de la historia, ya vio otra final, pero cree que esta vez el resultado puede regar de alegría los potreros de su tierra. 

No es la única. Faltan cinco minutos para las tres de la tarde. Montiel patea el cuarto penal después de dos tiros errados de los franceses. Messi se derrumba y, junto a él, todo el pueblo campeón. En medio de esa hemorragia gritan y lloran las hijas del fútbol, las que crecieron alentando o jugando en una cancha, las de los padres hinchas, jugadores, socios o dirigentes. Las que atravesaron cientos de alambrados de cristal, las desplazadas de la narrativa histórica del deporte. Se abrazan con quienes duelen y ríen por la pelota por primera vez, o como nunca antes. Piensan que el fútbol en el fondo es eso, el ritual colectivo más poderoso de todos, la fiesta popular que no excluye a nadie en el país más mítico y futbolizado. 

Por eso Scaloni toca el pasto, reza, niega con la cabeza y llora. No lo cree. Nadie lo cree. Ni esa joven que toma nota de lo acontecido para contárselo —quién sabe— algún día a sus hijxs, en la reposera de alguna playa remota, con un mate en la mano, detalle por detalle.


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