Dos cuerpos se ensamblan en un abrazo y esperan la música para empezar a bailar. Ambos torsos se enfrentan y no se dejan de mirar jamás. El corazón de uno se espeja en el otro y la música los coordina en una improvisación sorprendentemente azarosa. Uno de los dos se encarga de guiar a la dupla por la pista de baile, marca el ritmo, propone los pasos. El otro siente las marcas, se mueve en consecuencia, se deja llevar.
El tango es esencialmente conexión, azar, abrazo. Es un baile social que nos une, nos identifica, que nos pone frente al otre y nos obliga a fusionar los cuerpos al compás de una canción. Nos evoca a la pulsión de la otredad y a los latidos de nuestra cultura nacional. Pero, ¿qué sucede al poner la belleza de la mística tanguera bajo la lupa? ¿Qué normas se ocultan detrás de la forma tradicional de pensar y vivir el tango?¿Cómo se reflejan las problemáticas que enfrentamos socialmente? ¿Cómo se materializan en las milongas las desigualdades, las relaciones de poder y las normas que nos rigen?
Los roles
¿Cuál es la representación que solemos asociar al tango? ¿Quiénes suelen bailar y en qué lugar se posicionan? En las pistas de baile más tradicionales, lo usual es ver a un hombre conduciendo a una mujer por lo largo y ancho de la pista. El varón debe tener una fortaleza hallada en el pecho y una creatividad en la improvisación para decidir los movimientos y marca los pasos. La mujer, por su lado, no comanda, sino que siente las propuestas del conductor y responde en consecuencia. En el mejor de los casos baila en tacos y viste faldas o vestidos que dejan lucir sus piernas, cosa de agregarle sensualidad a la dupla, mientras que el varón hace uso de sacos y pantalones sastres como declaración de su masculinidad. Culturalmente, las parejas se consolidaron a partir de esa nomenclatura.
Aunque antiguamente el tango se bailaba entre hombres, en su evolución los roles se han asociado al sexo biológico de quienes participan al punto de modificar la forma de nombrarlos: hoy hablamos del rol “masculino” (quien conduce) y del rol “femenino” (quien es conducido) ¿Y si la mujer quiere guiar, o el hombre quiere ser guiado? ¿Si dos personas del mismo género quieren bailar juntas? ¿Y qué sucede con las identidades no binarias?
No faltan comentarios del público a la hora de desafiar estas normas. “¡Estás haciendo de varón!”, logré escuchar cuando, como mujer, probé guiar en una milonga abierta, como si estuviera tomando un rol prestado, como si esencialmente no existiera la posibilidad de ser una mujer que conduce, sino una mujer que juega al rol del conductor, que se disfraza para luego volver a su lugar correcto.
Al calor de la hegemonía patriarcal, el tango quedó atrapado las redes de los estereotipos y consolidó su estructura en función a ellos. Liliana Furió, bailarina de tango y cineasta, comparte en su experiencia tanguera disidente: “Viví en mi propio cuerpo las secuelas de una cultura que te graba fuego que hay cosas que vos no podés hacer.”
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Tal distinción no solo limita a los sujetos a ocupar lugares determinados, sino que a su vez supone los comportamientos que deben cumplir en su rol, como vestimentas esperadas y conductas a tomar en las milongas. Es por esto mismo que ver personas en la posición “contraria” resultó dificultoso, así como ver parejas compuestas por personas del mismo sexo. Los testimonios que declaran haber sufrido violencia por siquiera haberlo intentado sobran: desde miradas reprobatorias o susurros por lo bajo, escalando a frenar parejas en medio de un tango, hasta exhibir un cartel en la puerta del establecimiento prohibiendo que personas del mismo sexo bailen juntas.
¿Y por qué asumimos la identidad de género de quienes bailan? Si los roles son femenino y masculino, ¿qué pasa con las disidencias, qué lugar ocupan? En la estaticidad del binarismo, quienes no se identifican con los géneros se ven atropelladas por las categorías determinantes. Al asociar los roles con la socialización de los sujetos, ¿hay representación para las disidencias? El tango, enmarcado en estas condiciones, se convierte en un arma de violencia simbólica, generando que un sector de la sociedad se quede afuera.
La pista de baile como campo de batalla
¿Por qué es necesario conquistar estos espacios? ¿Qué significados se ponen en juego en lo que dura una tanda? El tango tiene un espacio sagrado en el corazón de la identidad argentina. En sus orígenes populares habita la esencia rioplatense y lejos de ser solo una práctica social, trascendió a convertirse en un símbolo patrio. Acompañando el avance de nuestra sociedad, y en diálogo con la realidad que nos habita, el tango ordena, refleja y condiciona nuestras conductas.
Las milongas son espacios de sentido de la argentinidad. ¿Qué implica apropiarse de este símbolo? Al mostrar sujetos diversos, duplas disonantes, cuerpos desafiantes, le damos lugar a otras formas de existencia en la cultura de nuestro país y en el imaginario de quienes lo habitan. El tango se nutre de nuestra historia y la transforma; la acompaña y la resignifica. Todos y cada uno de estos pequeños eslabones constituyen la gran maraña de sentidos con los que vemos el mundo.
Las milongas tradicionales reflejan valores que, por supuesto, están traspolados por las normas del afuera. No solamente se evidencian en cómo se nombran los roles y en la vestimenta de quienes participan, sino también en las propias dinámicas del funcionamiento de una milonga. Las mujeres esperan pasivamente a que los hombres las saquen a bailar, y si la dama está acompañada, es una falta de respeto no pedirle permiso al caballero que tiene a su lado. Hay milongas donde los mismos organizadores posicionan a quienes llegan según las jerarquías -que se establecen según la calidad de la danza- y también a partir del género, cosa de tener una clara división entre varones y mujeres en el salón. Por otro lado, los artistas que se escuchan son, en su gran mayoría, hombres. Los tangos de artistas femeninas son una excepción, hasta un fenómeno extraño y ajeno, y las orquestas están mayoritariamente formadas por varones.
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Quienes se ven las pistas, representan. Como menciona Mariana Docampo, licenciada en Letras, bailarina, docente de tango y escritora del libro Tango Queer, la representación y la existencia están completamente ligadas: “Dos cuerpos abrazados a la vista de todos son, y a la vez, respresentan”.
¿Cómo podemos ampliar este panorama y desligar al tango de una interpretación estática? Si en el imaginario colectivo tanguero la única forma de concebir el tango es a través de la nomenclatura de un hombre conduciendo a una mujer, se torna una responsabilidad la conquista de las pistas de baile como espacio de batalla política, simbólica, social y cultural; es imprescindible para acercarnos cada vez más a una sociedad más justa, diversa e inclusiva. La existencia de espacios, sujetos y elementos que propongan un abanico más heterogéneo en la estructura del tango es clave para romper con la ortodoxia normativa de un sistema de valores que ya no queremos seguir legitimando.
Todas estas problemáticas han despertado una vívida inquietud en actores del mundo tanguero. Los espacios que ofrezcan una alternativa como forma de resistencia no tardarían en surgir: así nació el Tango Queer, una propuesta para poner en jaque a la heteronorma patriarcal e instalar la libertad como principio fundamental en las milongas.
Tango para todes
Las normas asfixiantes del tango tradicional no tardarían en provocar un gran hartazgo. Bailarines, docentes y aficionados de todo el mundo se organizaron motivados por la misma inquietud: hacer del tango un espacio inclusivo. Sin roles preestablecidos, sin vestimentas adecuadas, sin parejas con configuraciones determinadas. Sólo gente que quiere bailar. Fue así como, originalmente en la ciudad alemana de Hamburgo, la teoría queer se puso a bailar tango y le dio vida al movimiento que se consolidó como “Tango Queer”.
Sus bases consisten en un intercambio de roles fluido y constante, la no delimitación de los roles -de la mano de una urgente deconstrucción en el nombramiento de los mismos-, y por supuesto, el rechazo activo a cualquier tipo de discriminación posible. Y más allá de ser solamente un espacio, su trascendencia se instaló en el lenguaje como un concepto en sí mismo. El Tango Queer implica más que bailar en una milonga libre de roles: significa seguir un conjunto de ideas y valores en las que prima la igualdad y la inclusión en torno a las reglas que habitan el tango tradicional.
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El avance de los feminismos y el movimiento LGBTTTIQ+ ha puesto en agenda un cuestionamiento general acerca de todas las estructuras construidas socialmente: el tango no se ha quedado atrás. La expansión del Tango Queer ha llevado a que sus amantes se desvistan de los tejidos de la vieja tradición y aprendan la danza de cero, volviendo a enamorarse del tango desde un lugar más empático, inclusivo e igualitario. Como describe Docampo en su libro: “El tango queer implica la ruptura y la apropiación de todo un símbolo heterosexista”. Junto a Augusto Balizano, bailarín y fundador de la primera milonga gay en Buenos Aires, La Marshall, trajeron a las orillas del Río de La Plata el sabor a libertad en cada tanda.
Provocando un interés en miles de personas, prontamente se extendió más allá de las fronteras. Países como Japón, Rusia, India, México, Italia y Argentina, entre otros, no tardarían en abrirle sus puertas para revolucionar las pistas. Impulsados por el amor al baile y la necesidad de dejar de obedecer a las estructuras -con las complejidades de habitar una sociedad que aún le queda mucho por recorrer- han logrado tejer una amplia red cultural internacional: cada vez son más las escuelas que se abren y las clases que se dictan en todos los continentes, y son progresivamente más masivos los eventos de esta práctica disidente. Desde el año 2006 se organiza el Festival Internacional de Tango Queer en Buenos Aires que recibe a múltiples artistas de todo el mundo, formalizando una lucha cultural histórica y evidenciando la necesidad de ponerle foco político.
En esa inminente y tan necesaria ruptura, ¿cómo nos reencontramos para habitar la pista desde otra perspectiva? “La milonga Queer, para mí, es un proceso”, expresa Walter Venturini, bailarín y docente de milonga queer italiano, en el documental Tango Queerido de Liliana Furió, y agrega: “Es un momento de transición… El más grande sentido sería que cada milonga sea queer, y no sea queer al mismo tiempo”.
Poco a poco, las generaciones emergentes se despojan de las tradiciones heredadas para liberar a las milongas de las exigencias, y liberarse a ellos mismos de etiquetas y ataduras. En el espacio que deja poner en discusión al tango tradicional, el Tango Queer es la alternativa para construir desde una mirada crítica, disidente e igualitaria y que solo nos una el amor a la danza, el placer del abrazo y la conexión con une otre. "Hay en el tango algo ligado a lo militar, a los códigos, al honor, a las jerarquías, a la ley, a las reglas y a la obediencia… y hay algo en el tango queer ligado a la subversión de esas reglas y a la libertad. El tango queer revitalizó al tango argentino y lo salvó de ser un reductor conservador", escribe Docampo.
En forma de manifiesto, o simplemente como una tierna plegaria milonguera, Liliana Furió cierra su documental Tango Queerido diciendo: “Queridos compañeros de camino; brindo para a tanta esquizofrenia de guerras y justicia social y homofobia sigamos respondiendo con el mejor armamento que tenemos: Nuestros cálidos e igualitarios abrazos tangueros”.
Ante el hambre de transformarlo todo, el tango no es ni será una excepción. Bailar un tango siempre fue un acto político.