—Profe, miralo en esta foto, ¿no está re villero?
—¿Por qué “villero”?
El grupo de varones se ríe.
—Porque sí, profe. Mirá la pose y la gorra, está re villero.
—Basta. Ya se los escuché varias veces como insulto.
—Es un chiste nada más, profe, no te enojés.
La conversación no precisa nombres ni contexto, es digna de escucharse en varias aulas (y fuera de ellas). El término puede reemplazarse por muchos otros: “puto”, “negro” y la lista sigue. “Si papis y mamis viven cotidianamente emitiendo discursos más o menos violentos hacia los otros delante de los pibes (por ejemplo, diciendo cotidianamente ‘N de mierda’, o riéndose de la gordura, por decir) es mucho más potente que mil actividades sobre bullying y discriminación que podamos armar en la escuela donde en todo caso los alumnos aprenderán a asentir hipócritamente”, polemizó en Twitter el docente y director editorial del medio educativo Gloria y Loor, Manuel Becerra.
El juicio a los ocho jóvenes rugbiers que asesinaron a Fernando Báez Sosa en Villa Gesell hace tres años está en el centro de la agenda mediática. Las narrativas en torno al caso abarcan desde la bestialización o manicomialización de los acusados —”hombres primitivos”, “enfermos mentales”, “monstruos”— hasta las explicaciones sociológicas más exhaustivas —con análisis sobre la construcción de masculinidades violentas y racistas en el rugby y los sectores más pudientes— y, lo que nunca puede faltar, la interpelación a la institución escolar.
¿Qué hizo la escuela con (y por) estos pibes?
“No se puede depositar en la escuela el fin de las masculinidades tóxicas o el fin de la discriminación, no se puede esperar un cambio cultural semejante”, opinó Becerra en diálogo con Feminacida. En ese sentido, advirtió que la cultura de hoy “es fundamentalmente violenta, discrimina permanentemente, prima la lógica de Twitter de descalificar al otro todo el tiempo” y remató: “¿Cómo hace la escuela si todo lo extraescolar le enseña a los pibes que ya no hay conversación posible?”.
Sin embargo, en las discusiones públicas la escuela sigue siendo ese recipiente que acoge frustraciones y esperanzas, la institución capaz de trazar coordenadas, como ninguna otra, de lo que es correcto y lo que no. El contrapunto de ese “mundo atonal” que describe el filósofo Slavoj Žižek cuando arriesga que la posmodernidad carece de un ordenamiento del sentido, un principio de autoridad. “Invitaría veedores del sistema educativo porque algo falla mal para que tantos pibes vivan como natural lo que hicieron”, tuiteó la periodista feminista Ana Correa en relación al juicio a los rugbiers.
María Eugenia Otero, coordinadora del postítulo de Educación Sexual Integral del Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González, compartió que la escuela tiene límites, pero que a su vez brinda una enorme oportunidad para desarmar matrices de aprendizaje en torno a las masculinidades desde la Educación Sexual Integral. “No puedo dejar de pensar en la raíz de todo esto, que tiene que ver con cómo el patriarcado se inscribe en nuestros cuerpos, en nuestra piel, en nuestras prácticas, en nuestras maneras de pensar y de vincularnos, cómo eso atraviesa todas nuestras subjetividades”, dijo a Feminacida.
En relación al abordaje didáctico de este tipo de contenidos en el aula, Becerra puntualizó que “cuando se trata de cuestiones morales sobre lo que hay que hacer y lo que no, hay que ver cómo se operativiza una bajada de línea que tiene que ser cuidadosa con los pibes, porque sino podés generar la sensación de que no se pueden hacer preguntas, pero hay preguntas epistemológicas de los estudiantes que son pertinentes”. En ese sentido, explicó que “la formación ética y moral tiene dificultades didácticas hoy que hace 80 años no estaban porque la moral y la ética eran del Estado y de la Iglesia".
Desarmar el mandato de la masculinidad
La antropóloga feminista Rita Segato desarrolló el concepto de “mandato de la masculinidad” para explicar cómo los varones prueban que lo son ante sí mismos y ante sus pares varones a través de la violencia. En su libro Contra-pedagogías de la crueldad, señaló que ese mandato se transpone fácilmente en un mandato de “mafialidad”. Es decir, hay un pacto corporativo entre los miembros de la cofradía masculina. Y ese acuerdo no solo puede traducirse en violencia hacia las mujeres y disidencias, sino también entre los propios varones.
“Cuando pasó el caso de Fernando nos preguntamos cómo en un grupo de ocho varones no hubo uno solo que diga: ‘Che, muchachos, me parece que nos estamos yendo al carajo y tenemos que frenar’. Lo que pasa es que pertenecer al grupo de varones implica no confrontar con nuestros pares”, repuso a Feminacida Andrés Arbit, uno de los referentes del colectivo Privilegiados.
Te recomendamos leer: La guerra contra las mujeres: pensarnos es urgente
Luciano Fabbri, secretario de Formación y Capacitación para la Igualdad en el Ministerio de Igualdad, Género y Diversidad de Santa Fé, analizó en sus redes sociales que el ejercicio de la violencia masculina está íntimamente conectado con el mandato de jerarquía en que se socializa a los varones: “Hay que ser fuertes, competitivos, importantes, llegar alto y lejos, tener reconocimiento”. Asimismo, detalló que quien no llega a posiciones de jerarquía es potencial destinatario de violencia, “siendo objeto (o testigo) de burlas, insultos, humillaciones, abusos y golpes por parte de otros varones, más fuertes, más grandes, con más poder”.
Atender a la dimensión histórica de cómo se construyen estos mandatos y estereotipos de género es un buen puntapié para que la enseñanza en las aulas trascienda directrices sobre “lo que está bien” o “está mal” —aunque, vale aclararlo, muchas veces les pibis decodifican los planteos docentes principalmente en esos términos— y apunte a problematizar el patriarcado en tanto orden político. Segato lo explicó en una entrevista a Mariana Carbajal en Página 12 en relación a la violencia sexual: “El punto es cómo educamos a la sociedad para entender el problema de la violencia sexual como un problema político y no moral. Cómo mostramos el orden patriarcal, que es un orden político escondido por detrás de una moralidad. El problema es que está siendo mostrado en términos de moralidad. Y es insuficiente mostrarlo así”.
Por su parte, Otero reparó en que no se pueden pensar los derechos de las personas de manera aislada, y que ese enfoque de masculinidades tiene que ir de la mano de un cuestionamiento al racismo y las desigualdades. Esta dimensión es fundamental para pensar el asesinato a Fernando. El colectivo Identidad Marrón fue muy claro al respecto: “La impunidad es parte del racismo, la impunidad sobre los delitos que se cometen contra cuerpos marrones en la sociedad son una constante. Se replica en los medios y sobre todo se nos hace dificil nombrar la palabra racismo, a pesar que mientras le pegaban el ‘negro villero’ salia de las bocas”.
Volviendo al aula
Ahora bien, ¿cómo traducir semejante complejidad en dispositivos didácticos que inviten a pibes y pibas en sus distintas edades a desnaturalizar prácticas sin anular sus preguntas y preconceptos? ¿Qué resistencias emergen en el medio?
A lo largo de los últimos tres años, Privilegiados dio charlas sobre masculinidades en 30 escuelas secundarias. “Cuando hablamos con varones adolescentes suele surgir tomárselo personal, la victimización de sus propias prácticas y las de sus familias: ‘¿Por qué si yo veo que en mi mundo mi mamá es feliz, el resto de las mujeres y personas de la diversidad sexual no lo es? ¿Qué derechos tenemos nosotros que no tienen ellas?’”, contó Arbit.
El comunicador de Privilegiados aludió que se encuentran con muchos varones a los que “en ese momento de generar una identidad propia en la adolescencia, a veces les es más cómodo seguir sosteniendo el guión de la masculinidad tal como lo conocemos porque es mejor mostrarse machirulo y machista que mostrarse como aliadín o aliado”.
Sin embargo, destacó que en la mayoría de esas instancias se habilitaron espacios de conversación muy valiosos. “En algunos secundarios encontramos personas que se corren de su ego y pueden empatizar con las violencias recibidas por otras personas. Es importante, cuando las charlas son mixtas, que lo escuchen de sus propias compañeras. Y gracias al contexto, al espacio que se genera, hay otra escucha activa”, añadió.
Un recurso para las aulas: Yo, adolescente: hacer la cucharita contra el heteropatriarcado
Más allá de los espacios específicos de Educación Sexual Integral que se pueden generar en las escuelas, resulta fundamental cómo se pone en juego su implementación todos los días por parte de les docentes desde una mirada transversal. Becerra defendió una postura teórica-política-pedagógica, esa que busca que los pibes y pibas se sientan libres de hacer cualquier pregunta y discutir temas “espinosos” con respeto y atendiendo a sus matices. “Es importante no poner ideales de revolución por delante del deber que uno tiene como agente del Estado que trabaja con sujetos en pleno proceso de formación”, aclaró.
Otero, además, remarcó la importancia de la formación docente para poner en cuestión nuestra propia forma de vivir la sexualidad y de vincularnos y así avanzar hacia una “transformación de la vida escolar en su conjunto”.
En ese derrotero son claves las intervenciones que la escuela realiza poniendo límites ante situaciones de discriminación o violencia que no son prime time en la televisión, ni tan extremas, pero atraviesan la rutina de los propios niñes y adolescentes. Desde situaciones de acoso escolar y piñas en el recreo hasta un “profe, mirá está foto, ¿no está re villero?”. La vida cotidiana, una vez más, como motor de reflexión y aprendizaje, o a lo sumo de interrogantes que generen, aunque sea sutil, algún tipo de cortocircuito entre les pibis.