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"Femimixta": con el fulbito como trinchera

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En una noche fría de Palermo, bajo la protección de un tinglado color cemento, se juntó una grupa con ganas de jugar al fútbol. Principiantes en este deporte, atentes a las indicaciones de les tres profes, 15 personas se dispusieron a cumplir con la revolucionaria tarea de apropiarse de una canchita de fútbol, terreno indiscutido de disputa contra el patriarcado. 

Botines negros, rosas, celestes, amarillos, naranjas, fucsias y blancos. Shorts cortos, bikers, joggings, pantalones de clubes de fútbol y calzas largas. Un show de diversidades corporales, habilidades y actitudes desfilaban en la canchita número 1 de un predio deportivo ubicado en el corazón de Buenos Aires. Con pecheras rojas, verdes y azules, les participantes se agruparon en tres estaciones donde la profe Aye les indicaba la consigna de las orugas: saltar coordinades hasta llegar al arco donde arrojaban un aro que debían embocar en un poste de papel decorado con mariposas de colores. 

“¡Qué coordinadas!”, “¡Uy, estuvieron re cerca!”, “¡Qué genias!” eran algunas de las frases con las cuales les participantes se animaban entre elles, pese a la diferencia de colores en las pecheras. Saltando a un costado de la cancha, la entrada en calor tomaba temperatura y los cachetes colorados se iban encendiendo antes de dar paso a la práctica de técnica.

Pase con pelota, triangulación, directos e indirectos eran algunos de los contenidos que comenzaban a reforzarse en aquel encuentro deportivo de la noche palermitana. El silencio primaba bajo el tinglado. “¿Cómo querés hacer? ¿Qué se te hace más cómodo?”, se preguntaba un trío que se preparaba para comenzar una práctica que agitaba a quien mirara el ejercicio coordinado por la profe Agus. 

Bajo un arco de la cancha, los colores, el deseo de jugar y la sororidad estaban enmarcadas por la bandera de Femimixta. Con el silbatazo del profe Fer, la segunda parte de la clase se abría paso y comenzaba el primer partido de la noche: ¿Pecheras rojas contra verdes? Sin ánimos de romantizar la colaboración y el carácter recreativo de la escuela de fútbol Femimixta, el silencio sólo se rompió para construir colectivamente. Lejos de los gritos acusatorios cuando una pelota se perdía por el lateral, o cuando se colaba entre las manos de algune de les arqueres, la culpa del error individual tan señalado en otros espacios se desvanecía y se volvía terreno fértil para frases motivacionales entre equipos. 

El silencio se rompía para enriquecer, uno de los motivos por los cuales nació la escuela Femimxta, en un contexto de discriminación hacia las mujeres y disidencias que eligen al futbol como deporte. Como bandera. Como puño en alto contra un patriarcado que elogia a les iguales, pero nunca la igualdad; que premia la competencia destructiva por sobre el encuentro, el disfrute y el placer de hacer rodar la redonda sobre aquel césped sintético verde brillante. 



Botines de todos los colores

“Hasta ahora no tuvimos lesiones, eso es algo para destacar. He hecho fútbol mixto en otros espacios, también hice otros deportes, y van todes muy agresivos a la pelota. Acá lo pensamos desde otra perspectiva, por eso elijo venir a esta escuela, porque nos enseñan a jugar y a cuidarnos”, señala Sofi mientras se escurre el sudor que la práctica le imprimió sobre el rostro. De hecho, el juego se paró cada vez que había une compañere en el piso. No importaba el color de la pechera. Porque ese es uno de los valores Femimixta: todos los colores, todas las personas, todos los deseos unidos dentro de la cancha. Ni el arcoiris se animó a tanto. 

Tras un nuevo silbatazo, los equipos rotan: porque todes tienen derecho al juego, no porque hayan metido más goles o triunfado sobre el resto. Ese espíritu de igualdad se respiraba en el ambiente. “Estaba buscando un lugar para entrenar después de la pandemia, y encontré este espacio en Instagram me pareció re amigable y lo confirmé desde la primera clase. Fue hermoso encontrar un espacio tan cómodo y seguro, donde aparte de sentirte libre, podes compartir el deporte y divertirte un rato, distenderse de la cotidianidad”, relata Nayla, quien nunca había jugado al fútbol y deseaba hacerlo con otras personas principiantes. 

“Te encontras con un juego diverso, con rivalidades que no hay en otros espacios. Jugué varios años y acá tenés entrenamiento que no te da ningún gimnasio y el precio también es inclusivo, más en el contexto actual”, agrega Melisa con ánimos de convocar a que otres se sumen al juego.

En un país donde los equipos profesionales de fútbol femenino aún no cuentan con la totalidad de contratos para todes sus jugadores y los sueldos ni siquiera suponen un tercio de una canasta básica, el deporte parecería ser un privilegio de pocos en lugar de un derecho universal. Salvo casos puntuales, como el de Sasha, quien jugaba junto a sus compañeres de la primaria en su escuela de Patagones y contaba con el apoyo de su madre docente para alcanzar este derecho también en la secundaria, la deuda con las mujeres y disidencias en el fútbol es histórica y Gianna lo sabe: “No existen muchas escuelitas de fútbol para las personas grandes, es una oportunidad para quienes no pudimos hacer este deporte antes: acá podemos animarnos, meternos en el deporte, conocer gente”. 


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La fiesta será colectiva o no será, parecen gritar les jugadores en cada gol y posterior abrazo grupal. Y así lo siente Lara, migrante de Brasil, quien se sumó hace pocas semanas y ya se siente parte: “El entrenamiento es muy divertido, el ambiente es muy inclusivo. Es la primera vez que entreno y me ayudó mucho a conocer gente, a integrarme”. 

También se siente abrazado Lucho, un joven trans que se sumó hace un mes a los entrenamientos y ya se siente parte de la grupa. “Es un espacio para nosotres, espero re ansioso las clases porque antes jugaba con varones, pero nunca en un equipo con diversidades. Me gusta venir porque acá me expreso como quiero, me respetan, no me discriminan porque soy trans: venimos a jugar y listo”.

Tras dos años de los primeros encuentros, la escuela de fútbol Femimixta no deja de crecer: con más de 190 inscriptes esperando un lugar para entrar a jugar en los entrenamientos de martes y viernes que se realizan en Flores y Palermo respectivamente; con integrantes de Argentina, Francia, Brasil, Ucrania y Venezuela; con un proyecto que excede lo deportivo y se plantea como un oasis que calma la sed que provoca la exclusión, la soledad y la discriminación. 


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Con las puertas abiertas para todas las personas mayores de edad que siempre quisieron disfrutar de la fiesta del fútbol y no encontraron espacios respetuosos para diversidades y mujeres principiantes, sus coordinadores, Ayelén Birriel, Agustina Butaha y Fernando Núñez Bontes, planean seguir creciendo y fortaleciendo el proyecto. 

Conscientes de la necesidad de hacer red, tuvieron entrevistas con referentes de una de las comunas más grandes de la Ciudad de Buenos Aires, quienes hicieron que escuchaban sus reclamos y pedidos, aunque solo anotaron esos deseos en alguna libreta de poco valor. Eligieron desoír un pedido colectivo: la construcción de más espacios deportivos inclusivos, que logren sostenerse en el tiempo y que ofrezcan clases a precios accesibles.

Suena el silbatazo final para el partido, pero no para la lucha: con la cancha como trinchera, les participantes de Fútbol Femimixta exigen respeto, inclusión y diversión. 


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