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La memoria de las pibas: 21 años sin Marlene Michienzi

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Este 11 de septiembre se cumplió otro aniversario del femicidio de Marlene Michienzi ocurrido en Mar del Plata durante el año 2000. Ella tenía 16 años cuando dejó el barrio porteño de Flores junto a su familia para mudarse al partido de General Pueyrredón en busca de una vida más tranquila y segura. Su asesinato fue el primero de cuatro casos similares que sacudieron la ciudad y despertó la alarma por la violencia de género. A 20 años del hecho nunca se encontró al femicida y su familia sigue pidiendo justicia, pero sobre todo memoria. ¿Cómo era Marlene Michienzi y cómo se sostienen los recuerdos de las pibas en medio de horrores tan grandes?

—¿Cómo era su hija?

La pregunta del juez José Antonio Martinelli resonó en todo el recinto. Habían pasado cinco años del crimen de Marlene Michienzi, ocurrido en septiembre de 2000, y su madre, Mirta Bassil, no sabía por qué le preguntaban eso. ¿Qué importaba cómo era Marlene si había aparecido asesinada en la Ruta 11 camino a Santa Clara del Mar?, ¿por qué le preguntaron cómo iba vestida o si salía sola?, ¿por qué los diarios le daban relevancia a sus pestañas maquilladas?

Ella, que aún tenía esperanzas en el proceso judicial, respondió con la fuerza que siempre la caracterizó. Marlene era una chica de 16 años muy sencilla. La recuerdan como buena hija, mejor nieta y excelente hermana y amiga. Una adolescente que también tenía sus días de mal humor normales a su edad. Cuando terminó de hablar, el juez Martinelli la miró como si no la hubiera escuchado.

—Bueno señora, ahora, ¿me puede decir cómo era su hija?

Mirta siguió mirando sin entender. Su hija había sido violada y asesinada, en una seguidilla de cinco casos similares en la ciudad de Mar del Plata y la justicia ya empezaba a mostrar los indicios que posteriormente sellarían el destino de la causa: el escrutinio de la vida de la víctima y la impunidad. Nunca se encontró —se buscó— al culpable y pasados 11 años el expediente se cajoneó y la causa prescribió. 

Pero Marlene Michienzi era alguien, vivía en Parque Chacabuco, iba a la escuela N°15 República Oriental del Uruguay y tenía su grupo de amigxs de la calle Thorne de Flores. Era hincha de Boca y Chacarita y fanática de los Backstreet Boys. Pícara, graciosa, a veces rebelde y muy cariñosa, su presencia —y su ausencia— causó un gran impacto en todxs aquellxs a lxs que conoció. La joven repleta de energía y sueños es recordada por su familia y amigxs como esa flaquita a la que había que ponerle piedras en los bolsillos para que no se volara y que un día se escapó para recibir a su banda de música favorita.

La chica de la calle Thorne

1998. El barrio de Flores estaba lleno de gente, galerías y edificios con diferentes estilos de arquitectura. Un grupo de adolescentes salía del colegio corriendo para juntarse en una esquina. Hablaban de fútbol, de matinés, de la música del Potro y los mates con amigxs. Marlene tenía 13 años cuando el grupo de la calle Thorne comenzó a formar parte de su vida y forjó sus amistades. Sus rulos y el rapado en la nuca que estaba de moda son el recuerdo impreso que quedó en la memoria de su mejor amiga, Victoria Zava, cuando la recuerda en esa calle que fue su lugar. “Amaba a los Backstreet Boys y estaba enamorada de Nick Carter, tenía una locura por él, si decías su nombre ella gritaba desaforada”, ilustra.

Era tanta la pasión por la banda estadounidense que un día se escapó de la casa para verla en el Hotel Hyatt. Su mamá no la había dejado ir, pero ella, con la rebeldía adolescente y la picardía con la que la recuerda Mirta Bassil, fue igual y se colgó al micro que transportaba a los cantantes. “Me llamaron de la comisaría para decirme que hubo un accidente cuando los micros salieron y que Marlene había quedado aplastada con un montón de chicas”, cuenta Mirta a Feminacida y Jazmín, su hija más chica y que en ese momento apenas tenía un año, se ríe al imaginarlo. “Salí corriendo con mi papá a buscarla y cuando llegué Marlene estaba ahí, re contenta y feliz por ver a los chicos”, agrega con la risa impregnada en la voz. Mirta habló con un policía joven que le tocó el pelo y quiso coquetear con ella. Marlene se enfureció. Se levantó del asiento, lo miró a los ojos y le dijo: “No le toques el pelo a mi mamá”.

“Tenía mucha pulenta”, dice a este medio Jazmín Bassil, que hoy tiene 24 años y estudia Filosofía en la Universidad de Mar del Plata. Cuando Marlene fue asesinada sólo tenía cuatro años, y el recuerdo de su hermana mayor es una combinación entre su propia memoria y la construcción de las de su madre. Sabe que pasaban mucho tiempo juntas, que grababan casetes cantando y daban vueltas en la bicicleta alrededor del patio diminuto de la casa. La diferencia de edad no las separaba, incluso las unía más. “Salían juntas a comprar y había unos chicos en la esquina a los que Jaz les tiraba besos siempre”, relata Mirta entre risas y Jazmín reconoce el recuerdo y la corrige: “Era uno solo, tendría la edad de mi hermana”.

—¡Chau, mi amor! —decía Jazmín tirando besitos con la mano y Marlene se reía cuando el chico escapaba avergonzado.

Un día lo buscó en la esquina y lo miró con la osadía de sus 14 años.

—Ahora te escondés porque es chiquita, pero cuando tenga 18 va a ser miss universo y ahí vos la vas a estar siguiendo a ella —arremetió en complicidad con su hermana.

“También era muy futbolera, hinchaba por dos clubes, Boca y Chacarita”, recuerda Mirta, que en ese momento era de River y ahora es del xeneize en honor a su hija: “Se hizo de Chacarita por su mejor amigo”. Eduardo Zava la conocía desde la primaria, Marlene pasaba mucho tiempo en su casa con él y su hermana Victoria. “Yo soy de Chacarita y le regalé una remera mía cuando ella se hizo hincha del club”, recapitula Eduardo, con una risa nostálgica, en diálogo con Feminacida.

A la vuelta de la calle Thorne, una pizzería llamada Tío Calambre se llenaba de hombres que miraban los clásicos del fútbol y gritaban los goles como desaforados. Marlene pasaba tardes en el bar acompañando ese sentimiento de tener el corazón tan grande como para amar dos equipos. Después de su fallecimiento, Eduardo y su papá mandaron a hacer una bandera de Chacarita con su nombre y la llevaron a la cancha para poder compartir con ella por primera vez la pasión desde las gradas.

La última vez que los hermanos Zava vieron a Marlene fue la tarde antes de su mudanza a Mar del Plata. Le habían hecho una despedida con todos sus amigos un día antes, sin poder creer que de verdad se iba a vivir a la costa. Su micro salía a la mañana, pero por problemas se reprogramó para la noche. Marlene recorrió las pocas cuadras de su casa hasta la de sus amigxs y tocó la puerta. Eduardo abrió y se sorprendió de verla.

—¿No te ibas? —preguntó con la esperanza de que quizá no, que tal vez se habían arrepentido. Marlene se rió y le explicó lo que había pasado.

—Vine para decirte algo, Edu —dijo con una sonrisa cálida—. Te quiero mucho y vos sos muy bueno. Tratá de no ser tan bueno porque la gente es medio mala. Seguí así, pero ojo, eh.

Cuando Victoria llegó del colegio, Eduardo la llamó desde la cocina. Marlene estaba escondida debajo de una mesa y le dio la misma sorpresa que más temprano le había dado a su hermano. Victoria saltó emocionada.

—¿Qué hacés acá? ¡No me digas que te quedás! —gritó con las palabras llenas de deseo.

—No, es que quería darte una sorpresa gorda —respondió Marlene, que siempre le decía así. Le mostró una medallita bañada en oro que le habían dado en sus 15 años y se la dio—. Cuando nos volvamos a ver, me la devolvés.

Y ahí está hace 20 años. Con Victoria.

Los vestigios de una chica amada

El grupo de Thorne se enteró lo que pasó por la televisión, 12 días después de la mudanza. Marlene había sido violada y estrangulada y su cuerpo fue descartado en la Ruta 11 camino a Santa Clara del Mar. “Tenía puesta una campera de jean que yo le regalé”, revela a Feminacida Victoria y la emoción desborda la línea telefónica. “Esa misma noche viajamos en tren, mi papá nos acompañó”, agrega Eduardo, cuyos recuerdos de ese viaje del terror son poco claros y dolorosos. “Cuando bajamos en la estación de Mar del Plata algunos de lxs chicxs vomitaron”, rememora. La primera plana del diario La Capital de esa ciudad hablaba de Marlene. El frío del mar calaba los huesos y no había brazos suficientes para contener el desgarro que sentían. “Una de las chicas empezó a llorar y ahí empecé yo. No lo podíamos creer”, expresa Victoria, con la voz quebrada y la nostalgia en la garganta.

En el departamento de Mirta aún había cajas sin desempacar y los ambientes no terminaron de llenarse con su presencia. “Al principio tenía la necesidad de confiar en la justicia. Ahora veo a la Mirta del pasado y me parece tonta”, recuerda sobre sus días entre abogados, tribunales y tristezas. La investigación imputó al hijo de la dueña del departamento que había alquilado Mirta, pero el análisis de ADN no era concluyente y salió libre. “Mamá leyó todo el expediente varias veces y aún sin estudios se dio cuenta que había muchas líneas de investigación y posibles sospechosos que no buscaron”, cuenta Jazmín y su mamá asiente.

Después de Marlene siguieron cuatro chicas más, todas en situaciones similares: violación seguida de muerte por estrangulamiento y encontradas en la misma zona. Débora San Martín fue hallada cerca de Parque Camet tres días después que Marlene, María Vázquez en noviembre del mismo año, María Claudia Renovell en enero de 2001 y María Leticia Filosi en mayo del 2004.

Mirta tejió una red con las familias de mujeres desaparecidas y asesinadas de Mar del Plata. “Tratamos de ser apoyo a partir del dolor que uno siente, porque entendés lo que está pasando la otra persona”, asegura. Más tarde llegó a la Escuela de vida para padres fallecidos, donde conoció a Inés y a Ricardo, dos personas que la acompañaron mucho. Ellxs la convencieron de pasar por la Ruta 11 donde habían encontrado a Marlene, algo que atormentaba a Mirta. “Nos subimos al auto y yo pasé abrazada a Jaz y a Stephie, la hija de Ricardo”, agrega sonriendo sobre ese difícil momento que también dejó cosas buenas: la profunda hermandad entre Jazmín y Stephanie.

Contar a las chicas

En la búsqueda de justicia Mirta se enfrentó muchas veces a muros enormes que no pudo sortear. Los abogados no querían defenderla porque no podía pagarles y le ofrecían hacer mediático el caso, pero ella no quería la exposición que eso implicaba. La justicia no es para pobres, le dijeron. “Ahí salta a la vista y queda en evidencia lo mal que funciona la estructura social, donde si no tenés plata no tenés justicia y si sos mujer, tampoco”, analiza Jazmín, feminista por convicción y por experiencia. Las instituciones que deberían protegerlas reafirman las violencias que al final terminan siendo impunes.

A 20 años del femicidio de Marlene, Mirta y Jazmín siguen viéndola por ahí, bailando las canciones de Rodrigo, cantando la de los Backstreet Boys y contando chistes con la “pulenta” que la caracterizaba. ¿Cómo se sostienen los recuerdos de las pibas entre tanto horror? “El año pasado un perro mató a mi gatita Kardia y mamá y yo sacamos los colchones de las piezas y dormimos en el comedor mirando la televisión hasta la madrugada como hacíamos cuando murió Marlene”, cuenta Jazmín. Mirta dice que asoció a la gata con su hija porque ese hecho tan traumático está presente en todos los aspectos de sus vidas. Sin embargo, también aparece en otras cosas, brillando en detalles que sólo ellas dos reconocen. “El último día de la madre floreció la primera rosa en mi jardín y para mí era el saludo de Marlene”, concluye Mirta y sonríe segura, porque no podría ser de otra manera.

- Este artículo fue producido en el marco del Taller de Producción y Edición Feminista en Medios Digitales de Feminacida -


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